El físico y premio Nobel Steven Weinberg declaró recientemente: “La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin ella, hay buena gente haciendo buenas obras y mala gente haciendo malas obras. Pero para que las buenas personas hagan cosas malas se necesita la religión”.
En la misma línea, Blaise Pascal remachó: “Los hombre no hacen el mal tan completa y alegremente como cuando lo hacen por convicción religiosa”. Evidentemente, resultaría prolijo extenderse sobre los asesinatos, genocidios, pillajes, torturas y quebrantos provocados en nombre de la religión.
Si ahora nos centramos en la actualidad más dura, comprobaremos cómo el terremoto de Japón y el peligro de cataclismo nuclear nos evidencian el absurdo de las elucubraciones religiosas frente a una realidad inevitable: el ser humano (homo sapiens), acabará extinguiéndose, al igual que ocurrió con tantas otras especies.
Esta realidad colisiona con la dogmática de las religiones monoteístas. Desde el Mesías triunfante del judaísmo al paraíso musulmán con overbooking de vírgenes rubias, pasando por el alucinógeno Apocalipsis de San Juan.
En este sentido, y pienso que por el influjo del fanatismo religioso, se suele ocultar que junto a nuestra especie (homo sapiens) coexistió otra de similar bóveda craneal y análoga inteligencia: el Neandertal.
Admitir que hubo otras especies dotadas de nuestra inteligencia pulveriza los planteamientos de las religiones con el hombre “como centro de la creación” y “objeto de un propósito divino, enseñoreándose de las demás especies”. Por no hablar del llamado “diseño inteligente”, último grito de los fanáticos más peligrosos y malvados del planeta, que no son los talibanes sino los protestantes (evangélicos) integristas de EEUU.
Para compensar esta sinrazón se suelen apuntar los aspectos éticos de las religiones. Si tomamos el ejemplo de Jesús de Nazareth nos encontramos con un legado moral sencillamente maravilloso. Sin duda. Pero contrario a gran parte de la doctrina católica posterior y, sobre todo, radicalmente opuesto a los postulados defendidos por la derecha neoliberal.
Algunos pensadores, como Voltaire, ya alertaron sobre la falsa leyenda rosa de las bondades religiosas: “Quienes pueden hacer que creas cosas absurdas pueden hacer que cometas atrocidades”. En la misma línea, el premio Nobel de la Paz Bertrand Russell afirmó: “Mucha gente preferiría morir antes que pensar. De hecho, lo hacen”.
No en vano, hasta científicos de la talla intelectual de Richard Dawkins han alertado que lo realmente pernicioso es enseñar a los niños que la fe en sí misma es una virtud. La fe es un mal precisamente porque no requiere justificación y no tolera los argumentos. Si a los niños se les enseñara a cuestionarse las creencias y a reflexionar sobre ellas, en vez de inculcarles una fe ciega, podríamos apostar que no habría terroristas suicidas ni pastores evangélicos empeñados en bombardeas países.
Sin el menor complejo, y por el bienestar y salud mental de las nuevas generaciones debemos extirpar la religión de las aulas y, en general, de cualquier espacio público. En beneficio, por supuesto, de las ciencias, las artes y las humanidades. Así eliminaremos odios, miedos y supersticiones mientras ganamos racionalidad y progreso. Vale la pena.
Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor