Si de algo estoy bien seguro es que Dios no necesita que nadie le “rinda un homenaje” y menos aún en el Senado paraguayo. No sé cómo –partiendo de la base de que los senadores sean creyentes– no tienen miedo que de pronto se abran las puertas y entre Jesús, el Hijo de Dios, con un látigo en la mano para echarlos como hizo ya una vez con los mercaderes del Templo. Esto es lo que se me ocurrió pensar leyendo el vergonzoso papel que desempeñó la senadora María Eugenia Bajac cuando al iniciarse la primera sesión del año del Senado pidió la palabra “para rendir un homenaje a Dios” y luego abrió la Biblia para leer un capítulo del libro “Daniel”. Nada más gráfico para ilustrar aquello de “la Biblia y el calefón”.
La situación provocó una serie de reacciones. Entre ellas, el periodista Enrique Vargas Peña, comprensiblemente movido por la indignación, cometió el despropósito de decirle “Ma. Eugenia Bajac, pastora e ignorante del liberalismo: nunca leíste ‘Cartas sobre la tolerancia’ de Locke, ni el ‘Estatuto de Virginia para la libertad religiosa” de Jefferson ni el ‘Diccionario filosófico’ de Voltaire….”. Digo que fue un despropósito, ya que en nuestro país ser miembro de un partido no es una cuestión de ideología, sino del color del pañuelo que nos atan al cuello. O del grosor de la libreta de cheques del condotiero que nos compra para que le sirvamos a sus intereses bastardos.
Además, es un despropósito preguntarle a una senadora si ha leído un libro; o peor, tres: Locke, Jefferson y Voltaire cuando bien se sabe que cada vez que por pura casualidad cae un libro en manos de un político lo primero que hace es buscar el manual de instrucciones para ver cómo se maneja ese objeto que le resulta absolutamente desconocido.
Ante las tímidas voces de protesta que se levantaron, la senadora –a quien se le atribuye haber llegado a ese puesto gracias a una componenda entre su padre Miguel Óscar Bajac y Blas Llano– argumentó que ella comprendía “que estamos en un Estado laico” y agregó que “hay libertad de culto y la mayoría profesamos el cristianismo”.
Por todo eso iba a “rendir personalmente y en nombre de todos un homenaje a nuestro Señor”. Con lo cual puso en evidencia que no sabe lo que significa “laicismo” ni “libertad de culto”. Pero ya que estaba en ese plan, y “rindiendo un homenaje” amparada por la libertad de culto, también podría haber leído algún capítulo de la Torá, el Talmud, el Corán, el Popol Vuh (libro sagrado de los mayas), el Bardo Todol, el Gilgemesh de los babilonios e incluso, ya que nos toca más de cerca, el “Ayvu rapyta”.
Es decepcionante comprobar el nivel de formación intelectual que tienen los que dicen representarnos. Están cobrando salarios que ya quisiéramos muchos, dilapidando el dinero que, con mucho esfuerzo, aportamos con nuestros impuestos. Si esta señora se siente iluminada por la divinidad y señalada para hacer conocer lo que dicen las Escrituras, pues que se compre una pequeña caja de madera, vaya a la plaza, se pare sobre ella para ser bien vista por los transeúntes y allí predique todo lo que quiera. Esto es, justamente, gracias a la tan manoseada “libertad de culto”. Pero que no lo haga en un sitio inapropiado y que nos pertenece a todos los ciudadanos.
Consciente que es un desvarío, muchas veces pienso que sería muy sano que las personas que se postulen para un puesto público de responsabilidad sean sometidas a un test de medición de su inteligencia. Para optar al cargo tendrían que tener un coeficiente de inteligencia por lo menos de 60 puntos, que está en el límite aproximado entre la idiotez y la racionalidad. Esto nos daría la seguridad de que podremos tener adelante a alguien con quien dialogar. De lo contrario, será un diálogo de sordos.
Jesús Ruiz Nestosa
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