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Entre el Corán y la Biblia

‘Los esclavos de mis esclavos’ abre debate sobre el doble papel que juega Occidente en las guerras y el lugar que la mujer ocupa en Oriente

Hasta en el infierno hay clases. En Los esclavos de mis esclavos, un cooperante italoandaluz y el embajador de buena voluntad de ACNUR en Afganistán, secuestrados por la guerrilla islamista Haqqani, se enfrentan a su situación con ánimos muy diferentes. El primero lleva tres meses en el fondo de una cueva de pastores en territorio paquistaní; al afganoestadounidense acaban de raptarlo. Los grilletes les igualan, pero dada su situación social, tienen expectativas diferentes: mientras el segundo confía en que desembolsen el cuantioso rescate que piden por él, el primero duda que alguien pague el suyo.

En esta comedia bien trazada y documentada, Julio Salvatierra abre debate sobre el doble papel, médico y verdugo, que Occidente juega en las guerras de cambio de régimen; sobre la creencia implícita en que la culturas europea y la norteamericana son más universales que otras y sobre el lugar que la mujer ocupa en la sociedad. El meollo de la obra es la discusión que entablan una mujer con burka y una directiva de ACNUR, encarnadas vigorosamente por Elvira Cuadrupani e Inés Sánchez, cuya Amina defiende con orgullo e incluso con fachenda el papel que la mujer desempeña entre los muyahidines.

En una función que tiende al verismo, Amina parece una mujer escapada de la lámpara del genio de Las 1001 noches, un artefacto dramático del que el autor se sirve para vehicular el citado agón femenino. Resulta inverosímil que las milicias yihadistas de Jalaluddin Haqqani encarguen la atención de los prisioneros a una fémina y que permitan la convivencia de presos de ambos sexos. No es esta una cuestión baladí, pues legitima el discurso de Amina (cuyos conocimientos y don de lenguas casan más con la educación libre y mixta impartida durante el régimen comunista que con la atribuible a los muyahidines) y decanta de su lado un debate trucado.

El sentido del humor y la cálida relación humana entre el bromista Rober e Ismail, el circunspecto, interpretados sobresalientemente por Fran Cantos y Álvaro Lavín, imprimen viveza al espectáculo de punta a cabo. Atractivo, el trabajo musical de Alberto Granados.

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