A muy poco tiempo de vivir un nuevo proceso eleccionario vuelven a salir a la palestra, en la vorágine de “ofertones” políticos, propuestas ideológicas refundacionales que hacen tambalear lo construido en décadas y con no poco esfuerzo, por paradójico que resulte para una República poder garantizar a sus habitantes respeto por un tema tan personal como es la creencia religiosa —o a no creencia—, y a que esta no interfiera en las decisiones de otros que pudiesen o no compartir la propia. Hoy, transcurrido casi un cuarto del siglo XXI, la República de Chile aún tiene que lidiar con este tema, ya zanjado en casi la totalidad del mundo desarrollado y en vías de hacerlo. A modo de resumen: en el mundo existen, al día de hoy, 196 países y tan solo 16 o 17 (si se considera válido contar al Vaticano como país “normal”) mantienen una religión “oficial” y que actúa en desmedro de los otros credos. Existen seis países declarados oficialmente islámicos, ocho adscritos a alguna variante cristiana y tres teocracias, de las cuales dos son islámicas, siendo la otra la vertiente católica del cristianismo occidental, el Vaticano. Si bien esta última se considera una nación propiamente tal, no lo es en un 100%, por cuanto no existen nacimientos ni instituciones formales como en sus análogos, sino que es una superficie de tierra con sus propias reglas y fines distintos a los de cualquier otra nación. Es por eso que no lo cuento como país propiamente tal, pero lo dejo expresado aquí para que esa decisión quede en manos del lector y su propio análisis.
Los efectos de un estado confesional están a la vista de todos y evitar propuestas tangenciales a esa situación depende de todos y cada uno de nosotros.
Enfoque del laicismo en democracia
El laicismo, desde el prisma político del respeto hacia todas las creencias –incluyendo la ausencia de ellas–, con énfasis en evitar que algún credo en particular se apropie de las políticas públicas, deontológicamente está en el grupo de los principios o normas imprescindibles, pues, a riesgo de ser reiterativo, es lo que permite y promueve la tolerancia, el respeto y la diversidad, valores que, dados los tiempos actuales, con elevadas alzas en las tasas de migración hacia el país, se harán cada día más necesarios. No me referiré a las candidaturas ultras que miran con desprecio a los inmigrantes cuando no cumplen con el perfil caucásico. Como dato duro para ese tema, según el último informe de la OIT y CEPAL sobre coyuntura laboral –el que a su vez cita al informe “Nuevas tendencias y dinámicas migratorias en América Latina y el Caribe” teniendo a CEPAL como fuente– Chile alcanzó este 2017 un 1,9% de su población como inmigrante, pero la población nuestra que emigró o continúa en condición de emigrante, en la misma fecha, un 2,5%, casi el doble de la anterior. Por tanto, estimo que no se debe escupir al cielo. Sabemos las consecuencias. De mi parte, espero que en el resto de los países que los albergan, nuestros compatriotas no estén sufriendo un trato similar al que algunos políticos están dando a los extranjeros que recibimos. El tema aludido merece un tratamiento más al detalle, por lo que, en este artículo, lo dejaré hasta aquí.
Establecido uno de los objetivos del laicismo, como promotor de valores tan importantes como son la tolerancia y el respeto a la diversidad, es que debo denunciar actitudes de candidatos que postulan al más importante cargo político de nuestro país y que sin embargo van en contra de esa sana línea. No es posible que volvamos a los tiempos en que las leyes requerían de la “aprobación” o la venia de algún credo religioso, cuyos fundamentos estaban basados en frases extraídas de sus libros sagrados. Por una parte, tenemos suerte de estar geográficamente en el lado “occidental” de nuestro planeta, y que esas potenciales restricciones sean “menores” que las de nuestros similares del otro lado del “charco”, como me dijo alguna vez un escritor de la península ibérica que conocí. Si la realidad fuese a la inversa, estaríamos celebrando el “gran avance” consistente en que a nuestras mujeres se les permitiera manejar un vehículo. Si bien efectivamente existe sarcasmo en la frase anterior, no por ello la situación es menos trágica para las mujeres de esos países, donde la odiosidad y la misoginia que surgen de las tres religiones monoteístas-absolutistas es más ostensible que la de la religión de turno actual, aunque no por eso menos dañina. De este lado, aún hacen eco frases emitidas por personas del mismo género, pero que ligadas confesionalmente al credo local, señalan que la mujer es literalmente un envase o una persona que solo “presta su cuerpo”, tratándose de maternidad. O la conocidísima de uno de los actuales candidatos a la presidencia, quien señaló: “Solo una maquinación intelectual es capaz de decir que la mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo”. Así, tal cual. ¡Y ni se despeina…!
En una charla dictada por un amigo –filósofo chileno experto en ética, autor y coautor de varios libros al respecto– le escuché advertir sobre el peligro de los fundamentalismos e integrismos religiosos gatilladores de violencia, justo cuando nos enterábamos de atentados terroristas perpetrados en Europa. Entonces, reflexioné en conjunto con el resto de los asistentes respecto de los peligros del fundamentalismo –sin violencia física ni terrorista, pero que tiene un número de víctimas aún mayor– que se vive en Chile y Latinoamérica, mediante el agudo intervencionismo que han hecho los mandamases de la curia a través de los políticos, cuyos efectos negativos motivan en parte este artículo.
En mi opinión, la democracia es el sistema político menos malo que existe en el mundo actual, pero sus efectos van más allá del simple hecho de levantarse un día domingo, acercarse a la escuela cercana que le correspondió, emitir un sufragio y depositarlo en una urna. Una democracia plena es aquella que permite a todos sus habitantes, haya obtenido o no un triunfo electoral el candidato de su preferencia, actuar y vivir en concordancia con sus propias creencias, pensamientos, ideologías y conciencia misma, sin verse ni sentirse menoscabado por formar parte —o no— de un grupo con cierta ideología, sea o no mayoritaria, lo cual es relativo según el espacio-tiempo en que se encuentre. Una democracia es el sistema que debe considerarse como un alero seguro, como un gran árbol bajo cuya sombra puedan descansar todos los dioses y la ausencia de ellos, sin que ninguno de sus habitantes vea dañada su integridad física, sicológica o moral. Una sombra que no solo permita el librepensamiento, la tolerancia y la crítica, sino que además cultive y promueva esos derechos como el adhesivo principal para la coexistencia en un mismo territorio de las cada vez más diversas corrientes que se disputan el terreno de la fe, tanto como el de aquellas convicciones que confían al estudio formal y a la ciencia la respuesta al origen de la vida, a través de los eones por los que han transcurrido la existencia de nuestro planeta.
Neil deGrasse Tyson, astrofísico discípulo de Carl Sagan y continuador de su obra de divulgación científica y su serie “Cosmos”, resume muy bien una parte del aspecto conceptual que se encuentra tras la noción de laicismo con su frase: “No tengo ningún problema con lo que haces en tu iglesia, pero te confrontaré si apareces en mi salón de clases y me dices que quieres enseñar ahí lo que enseñas en tu iglesia”, extraída de una charla del 2008, en clara alusión al intervencionismo a través de la educación que los credos hábilmente han convertido como una de sus mejores armas en Occidente. La política en Chile y otros países de nuestro continente también se ha dejado permear por esta mala práctica con los resultados que se encuentran a la vista de todos.
La democracia, de alguna manera, es prima-hermana del laicismo, y sus efectos o fines son más o menos los mismos, acorde al alcance que ellos tienen y sus consideraciones. Al final del día ambos sistemas –político el uno, intelectual el otro– tienen la misión de promover el respeto a todos y cada uno de los habitantes y sus visiones respecto de la vida, con el límite claro de no dañar las de los otros, y ser el caldo de cultivo para el librepensamiento y terreno fértil para la diversidad y la tolerancia.
Tu voz en democracia
Espacios para alzar la voz y exponer tus ideas en democracia hay bastantes, aunque nunca serán suficientes, y hoy las redes sociales, la comunidad digital, la internet 2.0 han aportado asaz en este campo. En pocos días más, el poco tecnológico pero fundamental proceso de trazar una raya en un papel se llevará a cabo, y todos quienes promovemos y abogamos por un país laico y laicista, con respeto a todas las “razas”, credos, condiciones socioeconómicas y cualquier otro factor que pudiere significar diferenciación o segregación, tenemos el deber de asistir a ese acto, para expresar allí nuestra opinión al respecto y, con el tiempo, por consecuencia lenta pero eficaz, lograr erradicar las posiciones fundamentalistas que, pese a lo avanzado del siglo y los avances de la ciencia y la educación, aún subsisten. Tal vez en menor número que antaño, pero sin que esto signifique que haya que bajar el ímpetu de la tarea por conseguir un mundo rebosante de tolerancia, respeto a la diversidad y librepensamiento, fines últimos de un laicismo bien entendido y aplicado.
Eduardo Quiroz
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