España desde hace más de 30 años es un país democrático. Laicidad y democracia son conceptos que por su propia naturaleza deberían resultar aspectos inseparables. A pesar de que la estructura democrática de nuestro país defiende la igualdad y la libertad ideológica, aún existen grietas ético-?políticas que siguen sustentando la idea de un estado confesional.
Nuestra Constitución, define al Estado como aconfesional, según se desprende del apartado 1 del artículo 16, sin embargo, en el apartado 3 se recoge expresamente que el Estado mantendrá las correspondientes relaciones con la Iglesia católica y demás credos.
En definitiva, en ningún momento la democracia española se ha expresado en el ideal emancipador del laicismo como vínculo común de la ciudadanía y expresión de libertad e igualdad.
Para poder trabajar en la defensa de este valor en España, es necesario conocer de forma profunda cuál es la situación de partida, política, legal y social y para ello es imprescindible analizar el desarrollo político y social de nuestro país en el último siglo. Solamente así se comprenderá el estado actual de las cosas.
Situándonos en el presente, en las últimas Elecciones Europeas del pasado mes de mayo, solamente seis partidos políticos de los 39 que presentaron candidatura hacían mención expresa al concepto de laicidad en sus programas electorales: Izquierda Plural, Podemos, L´Esquerra pel Dret a Decidir, Alternativa Republicana, Primavera europea y Confederación Pirata.
Cuatro de estos partidos obtuvieron representación parlamentaria con un número total de 14 escaños de los 54 con los que contará España en el Parlamento Europeo.
Sin embargo, resulta paradójico que España, según el barómetro del CIS, ha dejado de ser un país católico: aunque un 71% de los españoles se siguen definiendo como católicos en materia religiosa y un 2% creyentes de otras religiones, la realidad es que, de los que se definen católicos y creyentes de otras religiones, más del 80% de los mismos reconoce no asistir de forma regular a los oficios religiosos. Asimismo, parece claro, según el citado barómetro que las costumbres de los españoles entran en clara contradicción con la doctrina de las iglesias con las que identifican sus creencias. Así, en materia de matrimonio, aborto, conducta sexual etc., las costumbres han abandonado claramente los dictados de la Iglesia católica. ¿Cómo se corresponde esta realidad práctica con la declaración pública de definirse como católicos? Podría entenderse porque estamos bajo una cultura católica que ha propiciado que muchos referentes identitarios de nuestro país estén vinculados con fiestas, folklore y signos religiosos. Solo hay que ver las procesiones de Semana Santa presididas por cargos públicos, sean del signo político que sean, miembros del Poder Judicial o las fiestas de las Fuerzas Armadas en las que nunca falta una misa católica. Situaciones aceptadas como tradicionales incluso por quienes no profesan estas creencias.