En nombre de dios se debe abrir una misa, celebraciones religiosas privadas o un rezo particular, no una sesión legislativa de un país.
Si hay algo que caracteriza a las cúpulas de las instituciones religiosas es la sensación individual o propia de que son superiores al resto o que se encuentran un peldaño más arriba en la escala humana, ya sea en los mal llamados temas “valóricos”, de conocimiento, en temas éticos o un sinfín de otros donde se autodenominan padres, guías, pastores o algún otro sustantivo similar. Eso sin contar lo más importante que es ese sentimiento particular de sostener tener la verdad de la vida, muy propio de cualquiera de las tres religiones absolutistas y exclusivistas lo que, lógicamente, no es tal.
De hecho es esta superioridad la principal base sobre la que construyen todo el mito central del dogma, con tal de dar a sus adherentes la sensación de infalibilidad y poder hacer valer, al menos frente a ellos, la posición de guía espiritual que buscan. Es esta la cualidad que hace pensar a los sacerdotes, con o sin cargo en la jerarquía eclesiástica, que pueden huir de la justicia civil o que como miembros de dicha institución son intocables. Lo anterior sumado a los privilegios de los que gozan como institución de parte de los estados, les permite realizar movimientos para ocultar gente, cuando éstos se ven enfrentados a procesos judiciales en algún país.
Como sociedad, claramente hemos influido en esta situación, puesto que aparte de la consideración que se les hace al incluirlos en ceremonias de estado, de los privilegios impositivos y económicos que se les otorga, de propiedad privada y comunicacionales, es la población en general la que les entrega el mayor privilegio, a veces por desconocimiento o por la sensación de que es inofensivo, cuando en realidad no lo es, al declararse como pertenecientes a sus filas cuando en la práctica no profesan esa religión en particular. Me detendré un instante en este punto, dada su relevancia.
El censo 2012 muestra que un 12% de la población ya directamente se manifiesta como no perteneciente a una religión, comparado con el 8,3 del año 2002. Y aunque las que indicaron Católica bajaron de 69% a 67%, ese porcentaje encierra un número no menor de casos en los que por decir algo se les incorporó, aun sin ser feligreses activos. De hecho si lo fueran, deberíamos ver ese mismo porcentaje de personas en los templos de ese dogma y se mostrarían llenos hasta sus puertas, estilo metro en hora peak.
La realidad actual muestra las 5 primeras filas, con suerte, con gente. El resto está vacío.
A continuación, unos ejemplos. En eventos de estado, como los censos, o muestreos realizados por privados, como encuestas o estudios de opinión, la gente marca pertenencia a algún credo en particular al declararse, por ejemplo, católico, sin realmente serlo, en cuanto no asisten ni regular ni ocasionalmente a sus ritos, no se forman parte de algún grupo ligado a ellos, ni similar.
Normalmente se hace aquello por un tema de comodidad, de temor ante el desconocimiento del uso de la encuesta, por costumbre o simplemente por facilismo, para evitar posibles consultas asociadas. Con ello, la globalidad de un censo, elimina la especificidad y otorga finalmente un peso específico a la religión, en particular a la católica, que, en realidad no tienen.
Es posible comprobar aquello haciendo el simple ejercicio de acercarse a los templos de los distintos credos, los cuáles están cada vez más vacíos o menos concurridos, salvo para los eventos que, de hecho, han sido continuados más como tradición que como rito particularmente religioso, como por ejemplo los bautizos de los infantes, sin que la gente aun entienda el concepto real tras ello y lo nocivo que puede llegar a ser para un país en general, en cuanto al bautizar a lactantes, se les inscribe automáticamente en la religión en que lo hicieron, de nuevo principalmente la católica.
Otros actos similares son los matrimonios y las defunciones. En particular este último ítem, en momentos en que escribo este artículo, acaba de sufrir un “cambio” en las reglas, puesto que desde la autoridad papal se informa que, bajo pena de suspensión del funeral, se prohíbe la tenencia de cenizas en casas o esparcimiento en mares o lugares no sagrados. Sólo está permitido mantenerlas en lugares destinados para ello, pertenecientes a sus corporaciones y cementerios.
La sensación de superioridad o complejo de la misma es, lamentablemente, hereditario por decirlo de alguna manera. De hecho lo peor es que esta característica inherente a las cúpulas eclesiásticas, es traspasada a sus adherentes y es lo que hace aún más dañina a las religiones, en particular las tres exclusivistas. Es por ello que la intolerancia, la violencia y la falta de entendimiento, son características principales de sus fieles y son quienes protagonizan los peores hechos en la sociedad, puesto que al no ostentar cargos ni tener imágenes que cuidar, dan rienda suelta a los vicios que fácilmente se adosan a esta superioridad mal comprendida e inexistente.
Con ello los casos de violencia ligados a la intolerancia o no aceptación del punto de vista de otro ciudadano, crece día a día, sin tener contrapeso alguno, pese a que en parte el poder legislativo intenta corregirlo mediante la imposición de leyes al respecto. Hoy se avanza en la línea del matrimonio igualitario y ya está dictada la de Acuerdo Civil, que “parcha” el momento actual, terminando en parte con la discriminación a las personas con sexualidad distinta a la heterosexual.
Por otro lado se avanza en la ley de género, para evitar las discriminaciones de quienes nacen con un género en particular, que no es el propio que dicen tener, entre otros casos.
Aun con esas leyes en curso, las cuales son además blanco de ataque de las cúpulas de las administraciones de distintas religiones, clásicos oponentes a la aceptación de la diversidad, entre otros temas, y sin la necesidad siquiera de mencionar los casos de los extremistas islámicos, basta una simple conversación con un ciudadano a pie, creyente, y contarle acerca de tu agnosticismo o ateísmo para que se eleve en la tarima de la superioridad moral y, casi en modo de reprimenda, devuelva un extenso sermón cargado de amenazas con los infiernos propios de cada credo, los que van variando acorde a la religión particular que profesa.
A modo de paréntesis, un creyente profesor de filosofía de una institución ligada a la Iglesia Católica, desde lo más alto de la tarima de la superioridad, escribió en un diario impreso una carta donde indicaba que por “sentido común” el dios de su religión existía, que quien decía lo contrario era ignorante y que no había que seguir indagando en esa línea, echando por tierra siglos de investigación científica, de trabajo de escuelas filosófica y de otra índole, respecto al origen de la vida, a las divinidades y los temas supra-terrenales. Cometió errores técnicos en citas de Platón y Aristóteles, pero eran lo de menos tras menuda frase.
Lo más jocoso de la situación es que El Mercurio publicó esa carta y no las numerosas cartas de respuesta que llegaron en respuesta y que fueron escritas, en parte, en los comentarios en el sitio digital del periódico. Esa violencia e intolerancia no aparece solo al hablar acerca de la no pertenencia al mundo de los creyentes, sino, por ejemplo, se podrían comentar temas de actualidad, de diversidad, de reproducción, derechos de la mujer, etc.y el fenómeno que observará será el mismo.
La religión es una de las principales instituciones que fomenta el miedo, el rechazo, la intolerancia y enfrentamiento entre las personas y todo ello, por el simple hecho que la población en general no indica que, en realidad, aun siendo creyente, no profesa la religión X en particular. Debido a esa superioridad falsa que creen poseer las autoridades de cada credo se dan maña para intervenir en discusiones sobre leyes, políticas públicas, entre otros campos, que no le son propios, en un estado laico propiamente tal.
Lo anterior nos hace preguntar, a quienes deseamos tener un Estado donde los privilegios no existan ni para personas, cargos ni grupos organizados o no, si acaso existen herramientas que permitan a un país prevenir o remediar estos sucesos. Y en realidad sí existen muchas medidas que permiten a un estado mitigar esta situación o remediar sus causales y a nosotros como miembros de una sociedad también. En particular reitero el llamado a las personas que no profesan un credo a realizar el acto de apostasía, el cual describí paso a paso en números anteriores a éste.
El proyecto o moción levantada por una diputada de la república que solicita eliminar la frase “en nombre de Dios” de nuestras sesiones legislativas es un gran avance que aunque se vea cosmético o menor, es un paso adelante en remover alusiones religiosas que no corresponden a un estado laico como el que decimos tener.
Y de hecho, las propias autoridades eclesiásticas lo han notado puesto que salieron con fuerza a defender la mantención de la frase desde todas sus bases y escudándose en las tradiciones o antigüedad del tema, como si todo lo antiguo fuese bueno por el solo hecho de haber sido instaurado años atrás.
Con esa justificación seguirían vigentes la esclavitud, el no respeto a los derechos de la mujer, las jornadas extensas e incontroladas de trabajo e incluso la adoración a dioses para hechos naturales como la lluvia y el viento o las “ofrendas” humanas, entre otros, sin mencionar la validez de las hogueras para los “disidentes”, incluso de sus propias filas, como cuenta la historia de Giordano Bruno, entre otros.
También se puede participar opinando en redes sociales, elevando cartas a los periódicos, aprovechando cada espacio de opinión del que dispongamos para hacer sentir al gobierno la importancia de separar las religiones de los actos de estado. Así como cada septiembre son más las voces que se elevan para cambiar los tedeums por una ceremonia de celebración republicana e inclusiva.
Modificar la obligatoriedad de catecismo disfrazado de clase de religión por una clase de filosofía y valores o de estudios de las religiones desde el punto de vista histórico. No declararse partícipe de un credo particular si es que en realidad no participa de él en los censos o símiles. Tal como planteó Daniel Dennett desde el NY Times en su artículo The Bright Stuff, es tiempo de que quienes no son creyentes “salgan del closet” y manifiesten sus posturas. “Podemos ser una fuerza poderosa simplemente identificándonos nosotros mismos (brights)”.
En resumen, son muchas las acciones que se pueden tomar y apoyar para eliminar los privilegios inexplicables que gozan algunas instituciones religiosas y como ciudadanos tenemos el deber de hacer respetar la condición de estado laico que tanto costó lograr y que muchas veces es pasada a llevar por acción y omisión y que, de paso, altera nuestras vidas retrasando o incidiendo en leyes mediante presiones a parlamentarios, promoviendo figuras de culto en lugares públicos, entre otras manifestaciones de intervencionismo religioso en un estado laico.
En nombre de dios se debe abrir una misa, celebraciones religiosas privadas o un rezo particular, no una sesión legislativa de un país.