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El voto islámico en Francia

Los musulmanes son importantes en las elecciones porque tienen un papel en el paisaje cultural

Con más de cuarto millones de musulmanes –casi la totalidad de ellos se consideran ante todo franceses y un nú- mero importante se declara sin pertenencia religiosa–, el islam se ha vuelto un elemento de la competición política. No porque los candidatos a las elecciones deban tener en cuenta los derechos religiosos de los musulmanes, sino porque el comportamiento, la actitud global hacia el islam, puede generar reacciones identitarias, tanto por parte de los musulmanes como en relación con los ciudadanos franceses de tradición cristiana y laica.
No escapa a esa situación la competición en las elecciones presidenciales. Al ocupar un papel nuevo e importante en el paisaje cultural, el electorado de confesión musulmana interesa mucho en la batalla política. Cada partido y cada candidato tienen una posición sobre el asunto. También las instituciones oficiales representativas del islam –la Unión de las Organizaciones Islámicas de Francia, tanto como varias docenas de asociaciones confesionales, cuya representatividad es a menudo problemática– entran en el juego político e intentan lograr promesas, ventajas, recursos para sus proyectos. Todo lo cual aconseja aproximarse a las posiciones de los partidos.
Los de derecha o de extrema derecha se diferencian, aunque se puede observar una evolución sensible, cada vez más moderada sobre el islam, incluso en la extrema derecha, merced al peso electoral de los inmigrantes recién llegados a la cultura francesa y nacionalizados, pero también al hecho de que ahora, incluso en la extrema derecha de Le Pen, hay militantes de origen islámico. En cambio, el candidato de la extrema derecha monárquica Philippe de Villiers intentó, durante los años 2005-2006, utilizar el islam como chivo expiatorio y llamar la atención sobre la supuesta invasión islámica, pero perdió la partida, según los sondeos.

LE PEN es otra cosa. También empezó su carrera política utilizando la inmigración como chivo expiatorio, después de haber explicado en los años 70 y 80 que los inmigrantes eran la quinta columna del… ¡comunismo! Ahora, con la integración de los inmigrantes, el auge del voto de sus hijos y una situación internacional conflictiva, añadida a la ideología racista y ultramontana de sus seguidores, desarrolla un discurso a la vez muy agresivo en contra del islam en general, pero abierto hacia los inmigrantes que adoptan los valores –nunca definidos– de la sociedad francesa. El talento político de Le Pen, su capacidad para utilizar un discurso de doble filo, sus insinuaciones calculadas, lo perfilan como antiislamista, pero cada vez menos como antiinmigrante. Ataca las migraciones futuras, los clandestinos, los vincula con la delincuencia y el terrorismo, pero pide a los ya integrados que se defiendan de quienes ponen en peligro su integración.
François Bayrou, centrista católico, tiene una posición abierta y se niega a utilizar la religión en el debate político. Acepta el islam en la esfera privada, pero al igual que los otros líderes, quiere un control de la financiación de las mezquitas.
Nicolas Sarkozy es un caso diferente. Su visión es mucho más comunitaria, define a los ciudadanos en relación a su credo religioso y contribuye a favorecer un voto musulmán tanto como un voto judío o católico. No tiene la misma concepción laica del republicanismo. Y quiere incluso modificar la ley de 1905, que establece la separación de la religión y el Estado. Es un tema en el que choca radicalmente con Chirac y la tradición gaullista de la derecha. De hecho, privilegia una gestión a la americana de las religiones, haciendo hincapié en el derecho de las minorías. Pero toda esta estrategia sarkoziana es claramente una manipulación, pues su objetivo es conseguir el voto de estas supuestas minorías.

LA IZQUIERDA aboga por una posición mucho más clásica, dentro de la gran tradición republicana. Tanto la socialista Ségolène Royal como los candidatos de extrema izquierda o republicanos, defienden la separación del espacio público respecto al espacio privado, y quieren un islam reconocido institucionalmente, pero vigilado por causa de su carga político-identitaria.
Una cosa es obvia: no existe el voto religioso en Francia, aunque tanto los judíos como los musulmanes tienden a tener en cuenta la actitud y las promesas de los candidatos en función de sus intereses globales y, por lo tanto, religiosos (cuando la pertenencia religiosa tiene un papel). Los candidatos a las presidenciales no van a utilizar mucho el tema religioso, aunque Le Pen pueda conectarlo con la inmigración clandestina y el terrorismo. En cambio, las legislativas, que tendrán lugar seis semanas después, pueden tener más en cuenta este tema, pues se trata de candidatos territoriales, siempre en contacto con el electorado. Al fin y al cabo, la tradición republicana es fuerte, y la competición actual no se va a cambiar por causa de las identidades religiosas. Fundamentalmente, la competición girará en torno de lo social, de la renovación de las élites, y aquí sí que los nuevos franceses de confesión musulmana querrán ver que llegan a puestos de responsabilidades nombres parecidos a los suyos.

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