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El sufismo, ¿un remedio contra el radicalismo islámico?

Waleed Saleh es miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado además por Nazanín Armanian, Enrique J. Díez Gutiérrez, Francisco Delgado Ruiz, Pedro López López, Rosa Regás Pagés y Javier Sádaba Garay.

El sufismo, dimensión esotérica del islam, es una experiencia espiritual profunda surgida en los albores de esta fe. El objetivo último del sufí es la anegación de su conciencia en la Divinidad a través de un camino en el que hay que seguir sucesivas etapas. Recitaba Rabi’a al-‘Adawiyya (717-801), una de las pocas mujeres sufíes de la historia antigua del islam los siguientes versos:

«Te amo con dos amores
Un amor hecho de deseo
Y el otro, el digno de Ti
El amor hecho de deseo me hace recordarte a cada instante
despojándome de todo lo que no eres Tú.
El amor digno de Ti
aparta de mis ojos los velos para verte».

Los sufíes se caracterizan por su sencillez y austeridad. Suelen ser críticos con el poder clerical y creen que el concepto de divinidad es fruto del pensamiento humano porque si no existieran las personas no habría dioses. A lo largo de la historia, destacados sufíes han defendido la unidad de las religiones. Decía al-Hallay (857-922): «Por mor de comprenderlas, mucho he reflexionado sobre las religiones, y las considero de un origen único con ramificaciones numerosas».

El murciano Ibn Arabi (1165-1240) afirmaba: «Mi corazón acepta todas las creencias. Prado es para las gacelas y convento para el monje, templo para ídolos, Kábila para peregrinos, tablas de Torá y libro del Corán. Profeso la religión del amor doquiera cabalguen sus monturas, pues el amor es mi sola religión y mi fe».

Defienden la libertad de conciencia y la unidad del universo. Dios, por lo tanto se manifiesta en sus criaturas, y cada una de ellas es un pequeño dios. El ser humano, en su opinión, goza de libre albedrío y es responsable de sus actos. Muchos sufíes, empujados por el carácter pragmático de su pensamiento, niegan la utilidad del rezo y la peregrinación a la Meca. Su preocupación, más bien, se orientaba hacia otras prioridades como la injusticia y la pobreza. Su máxima es acabar con los abusos del poder político y religioso, saciar el hambre de los pobres y ofrecerles una vestimenta digna.

La libertad es uno de los grandes valores del sufismo. El maestro sufí Abd al-Qader al-Yilani (1078-1166) proclamaba «un hombre íntegro no se somete a nadie, ni somete a nadie. No debe tener ninguna posesión ni ser poseído».

El sufismo rechaza la violencia, el radicalismo y el terrorismo. Gracias a los diferentes grupos sufíes, el islam se expandió en zonas del África negra, la India y el lejano oriente.

El salafismo y el radicalismo islámico, representados en las últimas décadas por Al Qaeda y DAESH e inspirados en el Jeque del islam Ibn Taymiyya (1263-1328), rechazan y condenan al sufismo y lo consideran una innovación inaceptable. Es la misma actitud del wahabismo, corriente político-religiosa seguida en Arabia Saudí desde el siglo XVIII y difundida en otros países del Golfo. Desde su aparición, los wahabíes han perseguido a los sufíes en los diferentes países del mundo musulmán. Los llaman kuffar, «infieles», porque, entre otras cosas, veneran a sus maestros y visitan sus tumbas. Los seguidores del wahabismo destruyen mezquitas sufíes, asesinan a sus hombres, toman a sus esposas como prisioneras y sus bienes como botín de guerra. A lo largo y ancho del mundo musulmán existen decenas de grupos sufíes o tariqas (vías o caminos), una especie de cofradías, cuyos seguidores se esfuerzan para encontrar la verdad espiritual. Algunos de los grupos más conocidos son: al-Qadiriyya, al-Sanusiyya, al-Ahmadiyya, al-Naqshabandiyya, al-Shadiliyya, etc.

Con el auge del islamismo radical en los países de mayoría musulmana en las últimas décadas, muchos jóvenes se han refugiado en el sufismo, especialmente en los países del Golfo. Estos jóvenes justifican su elección con el argumento de que el sufismo estaba extendido en sus países antes de la aparición del wahabismo. Esta opinión encuentra seguidores en otros lugares como Egipto, pensando que es el mejor remedio contra los radicalismos y que podría ser el sustituto del islam político, un proyecto totalitario y extremista alejado de los valores del sufismo, que se encuentra más cercano a la tolerancia y la libertad. Pero no todo el mundo está de acuerdo con esta opción porque, según otros, hace falta un proyecto religioso-cultural y económico ilustrado y completo que adopten los diferentes gobiernos del mundo musulmán para erradicar el extremismo islámico.

El islam sufí es abierto, moderado en su pensamiento y en sus prácticas, y tiende a la paz y la convivencia. Justo por esta razón el sufismo encabeza la lista de los objetivos favoritos de los grupos yihadistas que asesinan a sus líderes y destruyen los mausoleos de sus figuras más destacadas. En 2016 Daesh publicó en las redes sociales un video que representa la salvaje ejecución del jeque sufí Sulayman Abu Hiraz, oriundo de Sinaí que tenía cerca de cien años.

Hay quien define el sufismo como el islam popular que suele interesarse por la política sin gran implicación. Los grupos y cofradías sufíes jugaron un papel importante en la lucha contra el colonialismo europeo en países como Egipto y el Norte de África. El emir Abd al-Qader al-Yazairi (1808-1883), héroe nacional argelino perteneciente al grupo sufí al-Qadiriyya, lideró la lucha de su pueblo contra el colonialismo francés. Lo mismo ocurrió con el líder Maa al-Aynayn en Mauritania en su lucha contra el colonialista francés o el grupo sanusí en Libia contra el colonialismo italiano.

Ciertos sectores del laicismo y el liberalismo, aunque en principio prefieren al sufismo frente al islamismo, lo observan con ojos críticos porque estos grupos en su mayoría se aíslan, huyen y no se enfrentan a la realidad de sus sociedades. Además, creen que los sufíes fueron utilizados por los colonialistas y los sistemas absolutistas como forma de adormilar a los pueblos. Pero lo cierto es que el sufismo es un modo de vida, una postura espiritual personal y minoritaria que nunca ha sido una práctica generalizada de masas a lo largo de la historia. El sufismo, a diferencia de los movimientos islámicos, no practica el proselitismo. Aquellos que se sienten interesados y atraídos por este pensamiento se pueden acercar al grupo para incorporarse de forma independiente. Además, un murid (discípulo) sufí necesita mucho tiempo y un gran esfuerzo para escalar los diferentes peldaños para alcanzar el grado de qutb (maestro). De ahí viene la dificultad de convertir el sufismo en un movimiento de masas que pueda tener una presencia efectiva en el mundo político, económico y social.

En los últimos tiempos el sufismo ha atraído a muchas personas de otras religiones y culturas que abrazaron el islam desde la puerta de este pensamiento. El objetivo de la mayoría es encontrar por medio del sufismo la paz interior, la belleza espiritual y la necesidad de una convivencia con lo que los rodea. Recurren con frecuencia a los textos y las palabras de las figuras sufíes más destacados como al-Hallay, Rumi, Ibn Arabi…, palabras que suelen expresar sentimientos humanos que están por encima de cualquier religión, cultura o etnia. Textos alejados de todo tipo de odio, de enfrentamiento, de envidia o de rencor. Decía el fundador de al-Naqshabandiyya «tus manos están ocupadas con el trabajo y tu corazón menciona a la Divinidad». La gran lucha (yihad) del sufí no va dirigido al otro, al diferente, sino a su propio interior. Intenta purificarse por dentro, acercarse y unirse con la Divinidad. El sufí cree que el extremismo bebe de la esterilidad espiritual y de la falta de una moral profunda.

Después de los acontecimientos de Nueva York del 2001, muchos especialistas occidentales se centraron en el sufismo como una posible solución del radicalismo islámico. En 2007 el cantante francés de Rap Regis Fayette Mikano se convirtió al islam por medio del grupo sufí Budshisiyya de Marruecos y adquirió el nombre de Abd al-Malik. Este hecho llamó la atención de algunos estudiosos de las dos orillas del Mediterráneo que se preguntaron si el sufismo serviría como solución para los jóvenes procedentes de países de mayoría musulmana que viven en Europa y sufren de la marginación, del fracaso y del sentimiento de frustración. Una solución que evite que estos jóvenes caigan en las redes del radicalismo islámico. Alguno de estos especialistas ha depositado demasiado optimismo en este «despertar sufí» que se expande en el Norte de África desde Mauritania hasta Egipto y abarca países como Mali, Níger, Senegal, entre otros. Un sufismo que pretende, según muchos, mejorar la imagen del islam en el mundo, que ha sufrido un deterioro profundo por culpa de los grupos radicales y del islam político tanto suní como chií.

Es cierto que en un país como Marruecos, las autoridades han fomentado en las últimas décadas las corrientes sufíes y sus cofradías en detrimento del proselitismo chií, que procura encontrar un hueco en este país, y también frente al poder y la propaganda de los Hermanos Musulmanes y el salafismo que intenta extenderse entre la población. De hecho, un destacado personaje como Ahmed al-Tawfiq, ministro de los Bienes Píos y Asuntos Religiosos, pertenece a la cofradía Budshisiyya. Pero este optimismo no es compartido por todos los observadores, porque hay quien cree que el éxito del sufismo entre los jóvenes se debe a la desilusión en el ámbito político, económico y social. Es una especie de refugio y una huida de las duras condiciones que viven estos jóvenes.

Se han organizado también encuentros y congresos sobre el tema, como el congreso celebrado en Nuakchot (Mauritania) el 8 de abril de 2015 bajo el lema «El sufismo, una garantía contra el radicalismo» y la conferencia internacional celebrada en Rabat los días 10 y 11 de junio de 2015 con el título de El papel de los sufíes en la protección de las sociedades del radicalismo. Participaron en dicho encuentro investigadores y académicos de cerca de veinte países.

En Egipto y después de la «revolución» o el levantamiento de 2011, Muhammad Salah Zayid fundó un partido político con el nombre de Hizb al-Nasr al-Sufi (Partido Sufí al-Nasr), como respuesta a los extremistas de las distintas confesiones religiosas.

También Estados Unidos se ha interesado por esta posibilidad. Varios centros de investigación han dado a conocer publicaciones que señalan la vía del sufismo como una posible solución del extremismo islámico. El Instituto Carnegie publicó un estudio en esta dirección que representa en cierta medida la visión de la Administración Norteamericana. El contenido de esta investigación anima a los gobiernos de países de Asia Central como Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kazajistá, etc. a fomentar y apoyar las confradías sufíes para hacer frente a los grupos fanatizados y al wahabismo. El Centro Nixson para los Estudios celebró en marzo de 2004 en Washington una conferencia para debatir la aportación del sufismo a la modernización y democratización del mundo islámico.

Quizá sea demasiada la esperanza puesta en el sufismo para reemplazar a los islamistas radicales, que cuentan con el apoyo de muchos estados y reciben una financiación generosa para seguir acumulando poder y para incrementar el número de simpatizantes. Los radicalismos religiosos disminuirán solo cuando haya un proyecto amplio que combine la educación laica con sistemas democráticos y cuando se corten los flujos financieros de los grupos radicales y colaboren todos los estados en la lucha contra ellos por ser enemigos de la Humanidad.

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