Llegaron a la hora convenida. Él los esperaba dentro. Vestía con chaqueta y pantalón del mismo color de la noche. Vengan conmigo, les dijo. Y en séquito atravesaron aquella nave sin que nadie los viera. Hueca. Enorme. A oscuras. En silencio. El despacho era rancio y olía a rancio. Se sentaron a su alrededor para escuchar la forma de proceder y demás detalles del negocio. Al terminar, les entregó un sobre vacío con una cantidad escrita en la solapa. Y sonrió. Hasta mañana.
Al día siguiente todo fue conforme a lo previsto. Apenas media hora. Y luego regresaron al despacho para cerrar el asunto con unas firmas. Uno de ellos le devolvió el sobre con la cantidad de dinero marcada. Él tuvo que levantarse la sotana para meterlo en el bolsillo. Y volvió a sonreír agradecido. Hasta la próxima, dijo. Todos se despidieron menos el del sobre: “antes de irme, le rogaría que me extendiera un recibo por la cantidad que le acabó de entregar”. Es un donativo, contestó el párroco. Precisamente por eso, insistió el donante: “cada mes cargan en mi cuenta bancaria una cantidad aún menor para una ONG que me practica la oportuna retención en el IRPF. Con sinceridad, creo que es el mismo caso”. No lo es, replicó el cura: “usted me ha entregado libremente un donativo por la realización de un sacramento que se destinará al mantenimiento de la Iglesia Católica. ¿Es que acaso no tiene fe?” El hombre quedó perplejo: “En Dios sí; en los hombres, no”.
Respeto a todos los que profesan cualquier religión o ideología que me respete. Ya sean católicos, musulmanes, judíos, protestantes, agnósticos o ateos. Y la única garantía legal del respeto recíproco pasa por la laicidad del Estado. Los poderes públicos deben limitarse a velar porque el mar esté en calma para que puedan navegar todas las confesiones e ideologías. Y para evitar tormentas, ninguna puede recibir privilegios por encima de otra, ni por encima de nadie. El ciudadano es la célula esencial y única medida del poder político, porque en él y sólo en él reside la soberanía del Estado. En eso consiste la igualdad que nuestra Constitución proclama como uno de los pilares del Estado Social y Democrático de Derecho. Si de verdad fuera así, todas y todos deberíamos tener garantizadas de inicio las mismas oportunidades para ser lo que queramos ser. Y todas y todos sabemos que es mentira. Ya me cuesta entender que una confesión reciba de las arcas públicas mucho más que el resto, sencillamente porque ninguna debería recibir nada. A lo sumo podrían concurrir en igualdad en la misma convocatoria con las demás asociaciones o fundaciones sin ánimo de lucro. Pero lo que no puedo tolerar como ciudadano es que reciban el trato que al resto de los ciudadanos se nos niega. Y ningún dios puede ser la excusa.
No cuestiono los donativos para estos fines. En absoluto. Cada uno es libre para dar su dinero a quien le parezca. Lo que critico es la falta de transparencia tolerada para algunas personas e instituciones. Me da igual que sea un político, un sindicalista, un empresario, un cura o el Rey quien reciba los sobres. Su obligación, como la de cualquier ciudadano, es declararlos para no vulnerar el principio de igualdad. Los ciudadanos estamos hartos de ver en los medios como unos los perciben impunemente, mientras otros pagamos impuestos por respirar. La brecha es cada día más sangrante. Aumenta el número de desahucios en la misma proporción que la de millonarios en España. 365.000 disponen de un patrimonio entre un millón y los 5 millones de euros. Cerca de 25.000 poseen entre 5 y 10 millones. 12.500 se quedan en el umbral de los 50 millones. 829 gozan de un patrimonio valorado entre 50 y 100 millones. 426 entre 100 y 500. 35 entre 500 y 1.000 millones. Y 16 personas tienen más de mil millones de euros. Todas estas cifras se entienden sobre dinero declarado. Entre ellas no aparece la Iglesia Católica. Tampoco las personas físicas o jurídicas que vulneran la ley. Entiendo que los corruptos y delincuentes no puedan extender recibo por los donativos que reciben. Pero no quiero dudar de quienes tienen a la caridad como una de sus virtudes. Y a la mentira como pecado mortal.
Desde el profundo respeto que me merecen los católicos de buena voluntad, ruego que sean ellos quienes exijan transparencia a la institución que gestiona económicamente su fe. La misma transparencia que los ciudadanos exigimos a nuestros políticos, sindicatos o empresarios. Porque es la misma que se nos exige a nosotros. Aunque no lo parezca viendo como unos cuántos aplauden a un defraudador millonario por ser futbolista, llaman “fea” de forma machista y antidemocrática a una jueza que descubre sobres por todas partes, o no piden la dimisión de un concejal corrupto por lo mucho que sabe y calla.
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