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El síntoma suizo

El Preámbulo de la Constitución Federal de la Confederación Suiza empieza con estas palabras: “¡En nombre de Dios omnipotente!”, para, casi de inmediato, proclamar su “apertura hacia el mundo”; el art. 5 establece que “el derecho es la base y el límite del Estado”; el art. 8 afirma que “todos los seres humanos son iguales ante la ley” (y el constituyente o estaba distraído, o fingía creerse lo que decía o igual hasta se lo creía de verdad, porque el caso es que se olvidó de añadir la palabra “suizos” entre ‘humanos’ y ‘son’).

En los asuntos de la fe dicha Constitución adopta el régimen de “neutralidad religiosa”, que numerosas sentencias del Tribunal Fédéral Suisse han contribuido a explicitar. Y con todo esto, y no sólo esto, detrás, pues llegan los suizos y en el referéndum celebrado el pasado 29 de noviembre acerca de si borrar o no los minaretes islámicos del paisaje urbano, votan mayoritariamente que sí, violando la entera preceptiva aludida. O sea, que en Suiza, en nombre del Todopoderoso, Dios 1 – Alá 0.

        
Ahora, en tanto llega el partido de vuelta, igual deciden jugar algunos más de ida. ¿Quién nos dice -un poner– que la próxima ocurrencia del pueblo de Suiza no consista en convocar otro para eliminar las cúpulas de las mezquitas, a fin de redondear menos el antedicho paisaje de las ciudades? Menos curvas, menos voluptuosidad, se sabe, lo que igual provoca, al menos en la pudibunda conciencia protestante, pero quizá también en la beatorra conciencia católica, sendos orgasmos morales. Y en pleno gustillo, ¿por qué no se pasa al interior y se innova también allí? ¡Hala, marchando una de referéndum por la eliminación del mihrab y su reemplazo virtual por una cafetería! -minimalista, eso sí, en la que la repera sería que el expresso lo sirviera algún vecino del sur miembro de la Liga Norte. Y si la cosa funciona, nuevo referéndum, esta vez para sustituir los levhas, esto es, los dos discos con la inscripción de Alá y del Profeta respectivamente, por sendos Emmentales de la casa, y que conozcan y saboreen en el paraíso musulmán las glorias que puede dar de sí la vaca helvética.

        
Es cierto que no sólo el resultado, como se ha dicho, sino el referéndum mismo delata que, en Suiza, la democracia tiene un problema, y que el país, experto en vender su alma al demonio del dinero -al blanco como al negro pues en esto no parece que haya ningún prejuicio, ni teológico ni profano, que le fuerce a distinguir- en aras de su bienestar, se ve incapaz de apagar los fuegos que aquí y allá se van encendiendo, y que no hacen sino ampliar la tierra quemada que en la escena internacional va sumiendo al país alpino en un aislamiento cada vez más costoso e impotente. Baste pensar en los desvelos sufridos por el secreto bancario ante la presión de ciertos países desarrollados, una auténtica obra maestra de ingeniería mágica que por fin ha hecho aparecer nombres y rostros donde antes sólo había claves y números.

        
Empero, tan cierto como lo anterior es que el problema del referéndum suizo es lo episódico y el del Islam europeo lo esencial, y las reacciones dan fe de ello. A la derecha extrema, que desde Austria a Dinamarca, pasando por Italia, Francia, Holanda, etc., se ha jaleado a sí misma al vitorear a los vencedores, le ha faltado tiempo para decirse bien alto que todos somos suizos y mariquita el último en convocar otro en su país; en la mente de tan insignes próceres de sus respectivas patrias está la idea que enmudecer a las mezquitas decapitándoles sus minaretes constituye el primer paso para enmudecerlas sin más.

        
De ahí el rictus de seriedad de la Europa democrática, mucho más que por el ataque sufrido por la libertad religiosa en Suiza. Contraria a sus predecesores romanos, según enseñara Maquiavelo, buscan la solución de las cuestiones espinosas dejando que se pudran en lugar de afrontarlas, sin pararse a pensar que la mecha que haga estallar la carga explosiva en medio del edificio la puede prender algún suizo algo distraído que pasaba por allí. Naturalmente, toca rasgarse las vestiduras, echar pestes contra el malo de turno y tronar contra la extrema derecha que va y sólo piensa en sus intereses, con lo bien que iba lo de la integración de los musulmanes en las sociedades europeas, tan dispuestos los unos como las otras a que el acto se consume. Prueba: la doble encuesta celebrada en Francia tras el referéndum de marras; en una, la mayoría opta por el no a su repetición francesa: sólo que esa mayoría alcanza apenas el 55%: ¿tranquiliza el porcentaje? A todo esto, en la otra, una mayoría algo menor se opone a la construcción de nuevas mezquitas en Francia, sabiendo como saben que un musulmán sin mezquita es como una noche sin día, un camello sin desierto o un etarra sin pistola. ¿Cosas de suizos?

        
Será por eso que cuando surge algún contencioso el pobre Islam es el bueno de la película y nunca tiene culpa de nada. Por ello, cuando el New York Times o El País critican el ya célebre resultado defendiendo la libertad religiosa y, tras concordar en la desdichada paradoja de que son musulmanes procedentes de Bosnia y Turquía –vale decir, poco practicantes- la mayoría de los afectados por el mismo, vaticinan la posible radicalización de los moderados islámicos, esto es, un enfrentamiento en Europa de la democracia con su futuro. Cabe mayor paternalismo en el trato a los musulmanes, y también mayor miedo, desde luego, pero los que aquí asoman no son pequeños; se da por supuesto que la reacción islámica será unánime porque se trata de una comunidad sin fisuras; que una comunidad ofendida no medirá ni la naturaleza de la ofensa ni la de su merecida respuesta; que no distingue entre quienes la ofenden y quienes les defienden; que no valora cuanto se ha hecho hasta ahora por mucho que sea lo que esté por hacer; que ella misma no apueste por la integración sino que, en el mejor de los casos, se deje integrar. En suma: se da por supuesto que no razone. Y eso mientras se apuesta por el diálogo, señalando su necesidad tanto como su urgencia.

        
¿Será que temen tener razón y por eso separan culpa e inocencia como Prometeo separaba los huesos de la grasa y la carne, y ungen con cada una a un sujeto distinto, europeos y musulmanes respectivamente, como el titán repartía entre dioses y hombres? Cabe suponer en los musulmanes un interés por la integración y la paz social en los países europeos donde han inmigrado para quedarse; que sepan que las percepciones de la gente cuentan en sus opiniones y en su conducta aunque sean erróneas, y que aun cuando su corazón rebosara pureza virginal ellos mismos deberían mancharse un tanto y dialogar con el muladar que les rodea: si por una vez leyeran algo útil aparte de El Corán, por ejemplo a Montesquieu, sabrían que hasta la virtud debe tener límites si quiere demostrarse tal, y que, por lo tanto, la inocencia puede ser perfectamente el vil escudero de la doblez tanto como de la cobardía.

        
Pero veamos algunas de las reacciones de Islamistán, donde la musulmanía pace sin sombra de competencia ni de reforma, a fin de comprobar qué cabe esperar. Turquía aparece entre las más beligerantes, quizá protegida por ese escudo de “más de 800 años en los que las diferentes culturas han vivido juntas”, según un juglar del gobierno. En un país en el que casi el 101 % se declara musulmán poco tiene de extraño que convivan tan bien las diversas confesiones. ¿Lo hacen, además, en condiciones de igualdad? Hasta produce sonrojo la pregunta. El primer ministro Erdogan, por su parte, se la toma con el nuevo viejo fantasma que recorre Europa, “la corriente racista y fascista”: pues ya somos dos; pero mucho me temo que si mira dentro de casa tiene dónde entretenerse, y hasta quizá echara una mano a los demócratas antifascistas y antirracistas europeos si se entretiene bien. Y luego el espectáculo, en el que se escenifica cómo Turquía se occidentaliza por minutos: la sugerencia oficial a los prebostes islámicos de que retiren el dinero –ése que, invertido, quizá debilitara un tanto la amplia pobreza de la que goza un paraíso en el que el petróleo ha hecho correr la leche y la miel del dinero a manos llenas a pocas manos- de las cajas fuertes suizas y lo metan en las cajas fuertes turcas, tan islámicas ellas: chapeau!

        
Las demás reacciones han consistido por lo general en quejas más o menos violentas en las que se reprobaba tanto el ataque a la libertad religiosa sacado a relucir en el referéndum cuanto el “odio” y la “intolerancia” implicados en aquél. En este punto, la originalidad del rector de la Gran Mezquita de Lyon ha consistido en invocar la ayuda de los demócratas europeos a fin de parar esa rueda infernal cada vez más presente en los caminos de Europa. Uno no puede no acordar con todo ello. Pero…

        
El caso es que a la opinión pública aún le queda algo de memoria, y entre lo que ahora se predica y lo que normalmente se hace las disonancias no cesan de chirriar. Seré duro de oído, pero uno sigue oyendo en las boquitas islámicas muchas menos palabras condenatorias del terrorismo correligionario que los hosannas de rigor dirigidos a los descerebrados –y comprados- matones; uno, además, sigue sin ver que haya tanta erdoganada cuando los islámicos atacan a los islámicos, pues nadie los mata ni persigue tanto como se matan y persiguen entre sí, que parecen cristianos en los últimos tiempos del Imperio Romano, con perdón, y eso que en teoría sólo hay una Umma, que si hubiera más (o quizá sea precisamente por eso, vaya Vd. a saber).

        
No estoy seguro de que esa forma de pensar y actuar contribuya mucho al diálogo y, a decir verdad, tampoco lo estoy de que realmente se lo desee. Aunque de lo que menos seguro estoy es de que, simplemente, pueda dialogar si no está dispuesto a corregirse, pues qué puede ofrecer una cultura de la Verdad en un mundo relativista; con su consiguiente división maniquea del mundo, esas prescripciones para amebas o el espíritu totalitario que la anima. De hecho, la misma libertad religiosa que postula, ¿qué la puede garantizar fuera del laicismo? Y lo anterior tenía que ver con un hecho coyuntural, pero hay objeciones de fondo al diálogo con Occidente que patentizan una sola cosa: que democracia e Islam son enemigos natos (y si alguna vez conviven será el arte de la política, no la magia religiosa, lo que consiga evitar que los enemigos natos sean también enemigos mortales). ¿O qué significan estas palabras del principal orate iraní: “Las Humanidades son instrumentos coloniales de Occidente para conquistar las mentes musulmanas”? ¡Pedazo de diálogo el que sale de ellas! Por lo demás, eso que ha dicho Alí Jamenei es grosso modo lo que se intenta hacer en el Islamistán árabe.

        
Con todo, el defecto radical de las quejas islámicas yace en otra parte, y es que sólo tienen que ver con la libertad religiosa, no con la libertad de conciencia, de la que aquélla es sólo su manifestación teológica, y por eso, por mucho que el político europeo demócrata quiera marear la perdiz, la pregunta por hasta cuándo logrará Europa incubar el huevo de la serpiente sin que ésta la devore sigue, lamentablemente, siendo uno de los puntos centrales del orden del día de la agenda europea para el inminente futuro. Yo tengo a modest proposal, como decía Swift, aunque mi aporte no tenga que ver con el control de la natalidad, como en su caso, sino con el problema que nos ocupa, y no se refiere a los ya residentes –si bien eso sería lo ideal, y para totalmente todas las confesiones, pero estaría mal visto, lo comprendo-, sino a los nuevos inmigrantes de países en los que la política no se haya podido quitar de encima a la religión, más o menos en el sentido, y para entendernos, en el que los culitos de los efebos irlandeses, con aroma a polvos de talco, intuyo, no se han podido quitar de encima a la católica libertad de enseñanza. ¡Hela aquí!: un, ¡atención!, un examen de Spinoza. Se coge al bicho creyente que llega, se abre la Ética o el Tratado Teológico-Político por una página al azar y que pruebe a leerlo; si lo consigue, ¡ya es español!; si no, se le declara marciano, se le otorga el título de tal y se le señala el camino más corto a Marte. ¡Siguienteee!

        
Porque lo que a estas horas está ya muy claro es que si a la cultura musulmana la sacas de la democrática libertad religiosa, en el que aspira a resolver la cuestión de la tolerancia –lo mejor que te sale de ahí es una barbacoa entre confesiones preparada con ateos-, y la introduces a tal menester en el más general de la libertad de conciencia y de pensamiento, el resultado es uno de los sujetos más liberticidas imaginables. ¿Se ha olvidado ya, como parece haberlo hecho el rector de la Gran Mezquita de Lyon, el episodio de las caricaturas de Mahoma publicadas en un periódico danés? ¡Vamos! Yo tengo un profeta y me lo sacan barbudo en una caricatura y al día siguiente, antes del telediario de la noche, la opinión pública se da de bruces con un profeta con las mejillas niquelás anunciando con una sonrisa de oreja a oreja una espuma de afeitar que incluso depila las axilas mientras te afeitas. Sin embargo, y aun siendo verdad que no todos somos iguales, recuerden la que se montó en Islamistán, donde los moderados se pusieron a practicar la libertad religiosa y tolerancia en su versión islámica con ese variado repertorio tan propio en el que no faltó ni la quema de iglesias con fieles dentro, seguramente con la santa intención de compensar a Alá, al que, como a los demás dioses únicos, eso del fuego se le da divino.

        
En fin: tiene razón el mundo islámico al encolerizarse con esta manifestación suiza del alma europea que, junto a la manifestación de odio e intolerancia que supone, entraña un ataque a la libertad religiosa; pero ese mismo mundo debe comprender -o sea, cambiar por dentro– que la libertad religiosa implica así mismo poder liberarse críticamente de los religiosos, porque frente a la abracadabrante manifestación de fe con la que se cierra el ramadán, ningún ser humano dotado no ya de razón, sino de mero sentido común, puede dejar de reírse y, al tiempo, de sentirse ofendido, máxime en un año en el que se conmemora a Darwin y su teoría de la evolución, en la que el hombre, vástago del mono, se supone que es el punto de llegada de una larga cadena evolutiva en la que concluye la inteligencia del mundo natural. Viendo a una infinidad de manos descabezadas cogiendo piedras para, sic, arrojárselas al demonio, qué otra cosa cabe pensar, con perdón de Darwin, sino esto: ¡si los monos levantaran la cabeza!

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