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El siglo de las mujeres

El siglo XX se considera el siglo de las mujeres. La revolución de las mujeres, en occidente, es hasta ahora la más exitosa de todas,  donde cada generación ha conquistado más derechos y libertades democráticas respecto a la anterior, con la excepción en España de la época de la dictadura, donde todos los avances conseguidos con la II República fueron abolidos y ellas se vieron sometidas a situaciones decimonónicas.

Pero es precisamente en España donde, al terminar la dictadura, la conquista de la condición de ciudadanas, el éxito en recuperar el divorcio, cincuenta años después de su aprobación por la Constitución de la II República de 1931 y la ley de Divorcio y Matrimonio Civil de 1932, el logro de una legislación moderna en campos como los derechos sexuales y reproductivos, la abolición de todas las leyes discriminatorias e incluso la masiva entrada en el mercado laboral, la lucha feminista alcanzó el éxito más rápidamente que en los demás países europeos.

Si al aprobarse la Constitución, el 6 de diciembre de 1978, únicamente se había logrado que se abolieran los artículos del Código Penal que castigaban el adulterio de las mujeres y el uso de anticonceptivos, desde ese momento hasta 1985 se logra la igualdad legal en todos los ámbitos y la aprobación de la despenalización de tres supuestos de aborto.

Concluido el periodo llamado Transición Política, que comienza en 1977, poco después de la muerte del dictador, la victoria del Partido Socialista Obrero Español en las elecciones del 28 de octubre de 1982 inaugura otra etapa de la historia de nuestro país. En ella se implanta un sistema económico liberal en las relaciones mercantiles y bursátiles y se inician ayudas sociales públicas para las clases trabajadoras, en un intento de proceder a la construcción del Estado del Bienestar que se había instaurado en los países más adelantados de Europa a partir de la II Guerra Mundial.

En esta época se atienden, por parte de los gobiernos, algunas de las demandas sociales del Movimiento Feminista, sobre todo aquellas relacionadas con los derechos reproductivos: introduciendo en el sistema de la Seguridad Social la prescripción de anticonceptivos y la práctica de abortos con la aprobación, en 1983, de la despenalización de tres supuestos de interrupción del embarazo: violación, malformación del feto y grave peligro para la salud física o psíquica de la madre.  Aunque la legislación no haya sido cumplida en la asistencia sanitaria pública, ya que el 97% de los abortos se practica en clínicas privadas.

Así mismo se impulsa la creación de asociaciones de mujeres y federaciones de asociaciones, con los objetivos fundamentales de difusión de los principios de igualdad y libertad y la ayuda a las mujeres más necesitadas  o  en situación de crisis: divorciadas sin pensión, maltratadas, con niños a su cargo, etc., a las que se derivan subvenciones económicas a cargo del Estado y de las Autonomías para que cumplan dicha labor.

Desde 1985, con la sentencia del Tribunal Constitucional que mantiene la despenalización de los supuestos de interrupción del embarazo, el avance de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo, su presencia más visible en la política y en la cultura, permite pensar que el ideal de igualdad entre hombres y mujeres, siempre perseguido por el Movimiento Feminista, desde nuestras pioneras del siglo XVIII, está más cerca que nunca de alcanzarse en España.

Es en el periodo 2004-2011, con los gobiernos socialistas presididos por José Luis Rodríguez Zapatero, cuando la aprobación de una batería de leyes que pretenden avanzar más deprisa en la participación política, la participación empresarial, la facilidad de obtención del divorcio, la persecución de la violencia contra la mujer,  la aprobación del matrimonio homosexual y la Ley de Igualdad, dan la imagen a los ciudadanos españoles, y se difunde en el extranjero, de que España es el país más igualitario del mundo.

Tanto el contenido de la legislación específica en ese sentido como la situación real de las mujeres nos demostrarán en muy poco tiempo que esa imagen es, como toda imagen, una ilusión. Sin embargo, las medidas que se impulsaron para impedir, en alguna medida, la brutalidad con que una parte de los hombres siguen tratando a las mujeres, para promocionarlas a cargos de decisión en la empresa privada, para asegurar su participación política, provocaron una enfurecida crítica por parte de los sectores más reaccionarios y machistas de la sociedad masculina. Con lo cual, la reacción, a veces brutal, con que los avances feministas que se han producido en los últimos diez años están siendo contestados y en muchas ocasiones anulados por la ofensiva, bien organizada, de los sectores patriarcales, puede hacernos retroceder a periodos preconstitucionales.

Y que no se piense que estas declaraciones son exageradas, porque todos los síntomas de una involución machista están ahí, y son detectados fácilmente.

En la cultura, cuando el director de cine español más admirado y célebre en el mundo es Almodóvar, la película que ha obtenido todos los premios Goya de 2012 es Blancanieves, y el éxito editorial de este principio de 2013 es Cincuenta sombras de Grey, con algunos otros productos tan pésimos como ese, tales como Sodomía, tenemos el indicativo de cómo la imagen machista de la mujer se mantiene pese a las varias décadas de Movimiento Feminista y cómo la ideología dominante patriarcal triunfa en las relaciones sexuales heterosexuales, y con toda seguridad podemos extenderlo por analogía a las lesbianas.

La apología del sado-masoquismo en el que la sumisa siempre es la mujer, con la repetición fatigosa de escenas pornográficas, está siendo tratada incluso por algunos sectores del feminismo como la necesidad de que exista una literatura erótica para mujeres. Cincuenta sombras de Grey  es un ejemplo de la involución machista que está sufriendo la cultura dominante -y por ende, los demás aspectos de la situación de las mujeres- y corresponde a su vez a las demás manifestaciones culturales.

Pero estos lodos vienen de polvos más antiguos. En 2004, recién ganadas las elecciones por el PSOE, cuando en una apoteosis de disposiciones en pro de la igualdad entre hombres y mujeres, José Luis Rodríguez Zapatero nombra ocho ministras para su gabinete, cubriendo con ello todas las expectativas del feminismo al instaurar por primera vez en la historia de España la paridad en el Gobierno, esas ocho ministras aparecen en un reportaje de Vogue, luciendo los vestidos más caros y elegantes de los modistas del momento, con el maquillaje y las poses más sofisticadas, como si fuesen modelos profesionales.  En aquel entonces escribí un artículo, con el título Extraña manera de hacer el tonto, que ningún periódico quiso publicar, y donde comentaba que durante interminables años desde el feminismo, y también desde el progresismo masculino, se ha denunciado la manipulación de las imágenes femeninas: el ama de casa encerrada en el hogar, y como contrafigura, las mujeres exhibidas como objetos de seducción en las revistas de modas, en la publicidad, en el cine, en la televisión.

Durante cincuenta años hemos exigido que algunas mujeres compartieran las responsabilidades de gobierno de nuestro país, después de haber perdido tan sangrientamente la República que llevó Federica Montseny, la primera mujer, al Ministerio de Sanidad. Y en este año de gracia de 2004, cuando parece que se ha cumplido una de nuestras caras ambiciones, con la mitad del ejecutivo femenino, resulta que lo que les gusta a esas ministras es posar con bellos vestidos, convenientemente maquilladas e iluminadas por profesionales del ramo, para hacer publicidad de los modistas de moda.

Si a estas evidencias añadimos que tanto la moda, como el maquillaje, la fotografía y la pasarela son los ejemplos de la frivolidad, el lujo y el despilfarro que caracterizan a una clase social ociosa y que sigue constituyendo un peso económico para la sociedad, disfrazarse de semejante modelo es siempre rebajarse en la condición de mujeres responsables de los más altos designios de la nación a los que habían accedido, yo creía que por méritos propios.

Entre otras consecuencias de esta pérdida de valores feministas nos encontramos con el desprestigio del término feminismo. Muchos hay que pretenden convertirlo en el término similar al machismo. Y lo que predomina es la ignorancia más absoluta por parte de la mayoría de la población de los objetivos y los avances para las mujeres  que han supuesto doscientos años de Movimiento Feminista. Pero esta ignorancia es el resultado de la labor de desideologización programada de nuestro pueblo, una vez concluida la dictadura. Una educación que se ha forjado en los treinta y cinco años de democracia, a través de la escuela, de los medios de comunicación, de las declaraciones de los principales dirigentes, muchos de ellos mujeres, de la política, la cultura, la sociedad, la Universidad. Y que, consciente y culpablemente, se ha alimentado por los políticos y los periodistas.

Lo más deplorable de esta nueva actitud de los dirigentes de la sociedad y la cultura es que la política de izquierda vuelve a invisibilizar a las mujeres. Resulta patético comprobar que los nuevos movimientos rebeldes y enfrentados al poder, como el 15-M y más recientemente La Plataforma Cívica liderada por Julio Anguita, y La Plataforma Democrática, muestran un olvido absoluto de los temas que afectan a la mujer: las diferencias salariales, el mayor desempleo, el empleo a tiempo parcial, los contratos eventuales, la imposibilidad de conciliar el trabajo doméstico y el cuidado familiar con el trabajo asalariado, la falta de servicios sociales que ayuden a las madres a promocionar su carrera profesional, las injusticias que se cometen en los procesos de divorcio con la consecuencia del aumento de la feminización de la pobreza, y sobre todo la lacra de la violencia continuada contra las mujeres.

Como hace 30 años, la izquierda anticapitalista se manifiesta en sus escritos a favor de todos los marginados y desposeídos, denuncia las explotaciones y reclama la atención sobre los problemas de los discapacitados, los homosexuales, los gitanos, los emigrantes, la depredación del medio ambiente y los derechos de los animales, excepto los de las mujeres. Y lo que resulta más desmoralizador: las mujeres que siguen esos movimientos no han dicho una palabra sobre tal conducta de sus dirigentes que, como es tradición desde hace varios siglos, son todos hombres.

En este comienzo del año 2013, me veo obligada a repetir las denuncias y protestas que desde hace treinta constituyen el programa del Partido Feminista. No querría ver cambiar el dígito del año sin que la agitación social y las nuevas iniciativas del MF hubiesen logrado algunos de los avances imprescindibles para poder considerar también el siglo XXI el siglo de las mujeres.

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