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Ilustración de Destiny Darcel para el libro 'Mujeres en la cima del mundo'

El puritanismo de la extrema derecha

La paradoja: los mismos que se escandalizan por los talleres, libros y actividades que buscan abordar la sexualidad y la afectividad en las aulas y fuera de ellas son quienes, con frecuencia, acusan a las feministas de puritanas

El pasado lunes, una azorada Macarena Olona se dirigía a Juan Manuel Moreno durante el debate electoral: “¿Quiere leerlo? Porque a mí me da pudor”. Olona le tendía al presidente de la Junta un supuesto libro de texto en el que, aseguraba, se hablaba de la masturbación a niños de 10 y 11 años. El libro resultó ser un cuadernillo de educación afectivo-sexual que está elaborado por personal experto y que se ofrece como formación complementaria para los centros que así lo quieran. El cuadernillo no enseña a nadie a masturbarse sino que menciona la masturbación cuando habla de las maneras que existen de expresar la sexualidad. Ese mismo capítulo explica a los adolescentes cómo son y cómo cambian sus cuerpos, y habla del despertar del deseo y de la necesidad de que las relaciones sean “deseadas y realizadas dentro de un clima de afecto, de responsabilidad y de respeto”.

El escándalo mostrado por Olona es el que maneja habitualmente su partido y con el que justifica sus vetos a la educación afectivo-sexual, y en general sus ataques a cualquier política feminista y LGBTI. Tremenda paradoja: los mismos que se escandalizan por los talleres, libros y actividades que buscan abordar la sexualidad y la afectividad en las aulas y fuera de ellas son quienes, con frecuencia, acusan a las feministas de puritanas.

En realidad, no hay nada más puritano que querer sostener el ‘statu quo’, ese estado de las cosas que ha mantenido oprimidas a millones de mujeres a costa, entre otras cosas, de negarles información sobre sus cuerpos y sus procesos y de dar carta de naturaleza a estereotipos sexistas. Un ‘statu quo’ en el que los usos y costumbres del machismo suplantan a la educación afectivo-sexual, un ‘apáñatelas como puedas’ en el que impera la doble moral: sabemos que nos masturbamos pero vamos a hacer como si no, sabemos que tenéis sexo pero no se nos ocurra dar información de calidad.

Hay quien se aferra al refrán de “mejor lo conocido que lo nuevo por conocer” porque de él dependen sus privilegios. El principal de ellos, quizá la base sobre el que se asientan los demás, es el privilegio de la normalidad: sentir que lo que uno es y hace es lo normal, no sentirse permanentemente cuestionado ni interpelado, tratar cualquier desvío de la norma como un error de un sistema hecho a su medida, como ideología frente a su ‘normalidad’. Las personas LGTBI no gozan de ese privilegio, tampoco la inmensa mayoría de las mujeres.

Por eso a nosotras no nos sirve el viejo dicho porque ahí, en lo conocido, anidan los abusos, las vergüenzas, las culpas y los miedos. En lo conocido están los rituales de seducción, conquista y sexo forjados a costa de nuestra voluntad y de nuestros deseos, construidos sobre la idea de las mujeres como objetos cuyo consentimiento no parece necesario recabar salvo cuando y como ellos consideren, objetos sin deseo salvo cuando se trata de agradar y complacer a otros. Lo conocido es una ideología envuelta de normalidad y, contra ella, hay alternativas.

Ellos son los puritanos. Nosotras queremos seducción, conquista y sexo, pero no a costa de nuestra incomodidad ni de nuestra desinformación. Queremos ligar, follar, disfrutar, reír, amar, pero con nuevas normas. Para construirlas necesitamos a una juventud informada cuya educación pase por romper tabúes y por el acceso a una educación donde la sexualidad, los afectos y las relaciones estén presentes con la normalidad con la que están incorporados a nuestras vidas. Necesitamos una conversación pública sobre sexualidad, voluntad, deseo y respeto.

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