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El placer sexual como liberación y el Orgullo Gay

El desnudo en el arte sería, en términos freudianos,  el retorno de lo reprimido. Esto es, la liberación sexual del individuo. Luego el desnudo no puede ser una perversión sino una liberación y la perversión no puede ser lo reprimido sino quien reprime la libertad sexual. Deberemos, por tanto, invertir, darle la vuelta al sistema de valores dominante, a la moral, al qué dirán, para transformar lo reprimido en liberación y lo represivo, la moral dominante o la cultura dominante, en perversión.

“Con el triunfo de la moral cristiana, los instintos de la vida fueron pervertidos y restringidos; la mala conciencia fue una “falta contra Dios”. La hostilidad, la rebelión, la insurrección contra el “amo”, el “padre”, el ancestro original y origen del mundo” (Nietzsche, “La genealogía de la moral” sección II, 22), fueron implantadas en los instintos humanos. Así, la represión y la privación fueron justificadas y afirmadas; fueron convertidas en las fuerzas todopoderosas y agresivas que determinan la existencia humana…

Nietzsche expone la gigantesca falacia sobre la que fueron construidas la filosofía y la moral occidental…la rebelión llegó a ser el pecado original, la desobediencia contra dios…Para Nietzsche, la liberación depende de la reversión del sentido de culpa; la humanidad debe llegar a asociar la mala conciencia no con la afirmación sino con la negación de los instintos de la vida, no con la rebelión contra sus ideales represivos sino con su aceptación”. (Marcuse en “Eros y civilización” págs. 120-121).

El desprecio al cuerpo, al desnudo y al placer sexual es una patología religiosa, cuyos orígenes deberíamos buscarlos tanto en el maniqueísmo como en el estoicismo. Tanto el uno como el otro son rasgos del Poder que asociado a la autoridad trata de imponer un sistema de valores en el que el desprecio del cuerpo por enaltecimiento del alma y la resignación ante la suerte que cada uno tiene en la vida social deben contribuir a la sumisión al Poder. El Poder desde sus orígenes mitológicos crea su propio aparato ideológico a la vez que represivo en las religiones. De ahí que todas las religiones estén asociadas al Poder.

Donde hay religión no hay libertad. Donde hay represión sexual no hay libertad. Donde hay represión sexual hay religión. Donde no hay religión no hay represión sexual. Excepto que haya sido sustituida por otro sistema totalitario que necesita de la represión sexual para dominar. Si en todos los sistemas políticos autoritarios, totalitarios o teocráticos se reprime el placer sexual, no nos queda más salida que la de admitir que para ser libres es necesario ser sexualmente libres. Para dominar se necesita reprimir, ya que una persona reprimida es una persona dominada.

Sin embargo, la relación sexual en libertad es comunicación, nunca dominación. En la relación sexual el individuo consigue el mayor placer para sí mismo gracias a su relación con el otro, otros u otras personas en una relación dialéctica en la que cada uno alcanza el máximo placer individual gracias a que los otros también lo alcanzan. El individuo alcanza su máximo desarrollo personal y alcanzándolo para sí consigue que los otros alcancen el mismo nivel de placer en una relación de igualdad absoluta en la que nadie domina a nadie y nadie es dominado por nadie. El otro nunca es objeto del otro porque todos son sujetos de sí mismos, en sí mismos y para sí mismos y al salir de sí mismos en la relación con los otros, el placer, que emana de los otros, vuelve a uno mismo. Y así sucesivamente.

La relación dialéctica de esta comunicación fortalece y potencia a cada uno de los individuos que participan en ella. Uno es en sí mismo más cuanto más fuera de sí mismo se entrega al otro. Ninguno se anula porque cada uno se fortalece fortaleciendo al otro. Ninguno se niega porque cada uno se afirma a sí mismo como sujeto dialéctico del placer afirmando al otro.

Ninguno tiene como objetivo el placer del otro, porque el placer surge de la comunicación entre las partes. Cada parte, buscando para sí el máximo de placer, produce en el otro el máximo de placer. Nadie es objeto de nadie. Es el individuo en estado de perfección totalmente liberado.

La relación sexual es el momento más intenso, más satisfactorio y más humano que pueden alcanzar los seres humanos, cada ser humano particular. Ni en el arte, ni en el cine, ni en la literatura, la música, el teatro, el misticismo o el pensamiento el ser humano puede alcanzar un momento tan intenso, tan humano y tan satisfactorio como en la relación o comunicación sexual. La armonía universal está en el sexo. En la inteligencia, la conciencia de ese estado de bienestar.

Sin embargo, en la civilización, que por eso  es una civilización pervertida, el sacrificio y la represión del placer sexual son los dos valores sobre los que se construye toda moral monoteísta, judía, cristiana, musulmana y las versiones hindúes y asiáticas. Sobre estos dos valores se construye un código de conducta social e individual. Código que por ser sexofóbico y sadomasoquista es patológico. Nuestra cultura, toda cultura de origen monoteísta, y su conducta social e individual, al estar fundamentada en estos valores de origen religioso, es patológica.

Pero estos valores tienen una finalidad: reprimirnos para dominarnos. De manera que la perversión moral está instalada en las religiones y como proyección de ellas en la cultura y conducta social y privada. Lo pervertido, el sacrificio, la castidad, el puritanismo, es lo ideal. Idealizado como orden social y ley. Y es lo ideal e idealizado en todo sistema político autoritario, teocrático, dictatorial, nazi, fascista…y democrático capitalista o burgués, que son los únicos modelos de democracia que existen. En la democracia este sistema de valores persiste como ideología de la clase dominante propietaria de los medios de producción, aunque sea en contradicción con los derechos individuales. A pesar de lo cual están presentes en la cultura, la ley y los códigos penales.

En todos estos sistemas políticos o religiosos se exalta el sacrificio como entrega o donación de uno en beneficio de la nación, de dios, del bien común…Uno debe ser negado, negarse a sí mismo, donarse en términos religiosos, en beneficio de “lo otro”: dios, nación, comunidad…del Poder, en cualquiera de sus formas. En estos sistemas políticos se exaltan la castidad y la maternidad en un ejercicio de renuncia al placer sexual y a la felicidad. Uno debe negarse a sí mismo renunciando al placer mediante la “donación” en sacrifico al “otro”: dios, nación, comunidad…el Poder. Es así que el individuo, al margen de cuál sea su posición social, como diría W. Reich, es un individuo reaccionario. Moralmente reaccionario.

De esta manera el sufrimiento que se produce cada día negándose a sí mismo mediante la renuncia al placer sexual y al desarrollo de la propia personalidad en el ejercicio de los derechos individuales, es el medio de comunicación, de identificación y sumisión al Poder. Se represente éste en un individuo, en una idea, en la ley o en una institución: dios, el Estado, la comunidad, la Ley, el orden social…

La negación del placer es la perversión. La afirmación del placer, que sólo es posible rebelándose contra los dioses y todo poder que se protege en ellos, es la liberación.

Un interrogante que se nos plantea lo hace en términos de felicidad o represión. Para estas religiones clerical-monoteístas todo lo relacionado con el cuerpo bello, el sexo, el placer, la felicidad y la libertad individual es una maldición divina. ¿Alguien puede confiar en un dios, una religión o un clero que están en contra de la felicidad, la belleza y el sexo?

En “El malestar en la cultura”, Freud afirma que la sociedad es una sociedad reprimida y represora. Reprimida, porque el principio del placer no puede satisfacer sus deseos pues, en ese caso, pondría en peligro la seguridad de la sociedad. Represora, porque ha elaborado unas leyes, una mentalidad, unos hábitos de conducta, un ¿qué dirán? que contiene tanto la cultura represiva, como el miedo a ser diferentes, que es utilizado para reprimir, impedir la satisfacción del principio del placer. En consecuencia, lo normal es vivir en estado de displacer, renunciar individualmente al placer para poder vivir integrado en esa sociedad y sólo satisfacerlo en pequeña medida para no hacer insoportable la conciencia autoreprimida. En verdad las religiones monoteístas, que son las que Freud tuvo como referentes, condenan, persiguen, vigilan y castigan la felicidad, el placer, el sexo, sin embargo, como saben que la naturaleza es débil y que de cuando en cuando incumple los mandatos religiosos represivos tienen calculado que quienes, alguna vez, se sienten felices y sexualmente satisfechos deben, en contrapartida a esos deslices, tener sentimiento de vergüenza, de bochorno, de culpa. No importa que el arte, la literatura, la vida misma y el cine giren en torno a las pasiones humanas, lo más universal. Siempre nos quedará el sentimiento de culpa por haber pretendido sido felices.

El papa León XIII, en su encíclica “Immortale Dei” escrita a finales XIX, nos aclara todo esto y confirma lo dicho por Freud. Dice:

“14 .… Y por lo que toca al trabajo corporal, el hombre en el estado mismo de inocencia no hubiese permanecido inactivo por completo: la realidad es que entonces su voluntad hubiese deseado como un natural deleite de su alma aquello que después la necesidad le obligó a cumplir no sin molestia, para expiación de su culpa: Maldita sea la tierra en tu trabajo, tú comerás de ella fatigosamente todos los días de tu vida.  Por igual razón en la tierra no habrá fin para los demás dolores, porque los males consiguientes al pecado son ásperos, duros y difíciles para sufrirse; y necesariamente acompañarán al hombre hasta el último momento de su vida. Y, por lo tanto, el sufrir y el padecer es herencia humana; pues de ningún modo podrán los hombres lograr, cualesquiera que sean sus experiencias e intentos, el que desaparezcan del mundo tales sufrimientos. Quienes dicen que lo pueden hacer, quienes a las clases pobres prometen una vida libre de todo sufrimiento y molestias, y llena de descanso y perpetuas alegrías, engañan miserablemente al pueblo arrastrándolo a males mayores aún que los presentes. Lo mejor es enfrentarse con las cosas humanas tal como son; y al mismo tiempo buscar en otra parte, según dijimos, el remedio de los males[1].

Y termino con otra cita del libro “Eros y civilización” de Marcuse, uno de los mejores expertos en Freud, que resume exactamente lo que pretendo decir: “La fuerza total de la moral civilizada fue movilizada contra el uso del cuerpo como un mero objeto, medio e instrumento de placer; este uso fue convertido en tabú y permanece como el mal reputado privilegio de las prostitutas, los degenerados y los pervertidos. Precisamente en su gratificación, y en especial en su gratificación sexual, el hombre iba a ser un ser más alto, comprometido con valores más altos; la sexualidad iba a ser dignificada por el amor.

Con la aparición de un principio de la realidad no represivo, con la abolición de la represión sobrante al principio de actuación, este proceso sería invertido. En las relaciones sociales, la rarificación sería reducida conforme la división del trabajo llegara a estar orientada hacia la gratificación de las necesidades individuales libremente desarrolladas; mientras que, en las relaciones libidinales, el tabú sobre el uso total del cuerpo sería debilitado. Sin ser empleado ya como un instrumento de trabajo de tiempo completo, el cuerpo sería sexualizado otra vez.

La regresión envuelta en este esparcimiento de la libido se manifestaría primero en una reactivación de todas las zonas erógenas y, consecuentemente, en un resurgimiento de la sexualidad polimorfa pregenital y en una declinación de la supremacía genital. El cuerpo en su totalidad llegaría a ser un objeto de catexis, una cosa para gozarla: un instrumento de placer. Este cambio en valor y panorama de las relaciones libidinales llevaría a una desintegración de las instituciones en las que las relaciones privadas interpersonales han sido organizadas, particularmente la familia monogámica y patriarcal… el proceso que acabamos de bosquejar envuelve no solamente una liberación, sino también una transformación de la libido: de la sexualidad constreñida bajo la supremacía genital a la erotización de toda la personalidad.”

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