No tengo especial simpatía por ninguna iglesia y mucho menos por la Iglesia católica que, por ser la que me toca más de cerca, es la que sufro. A pesar de eso, todas las personas que hemos estudiado una carrera de letras sabemos que durante muchos siglos la iglesia fue el reducto del saber humano en occidente y de gran parte del arte también. Especialmente reseñable es que la contribución de las mujeres al pensamiento occidental, desde Hildegarda de Bingen a Teresa de Jesús o a Sor Juana Inés de la Cruz, se ha hecho durante muchos siglos desde conventos y monasterios europeos. En todo caso, gran parte del pensamiento occidental proviene de hombres y mujeres de la Iglesia Católica.
Por eso es sorprendente comprobar ahora que la iglesia católica se ha convertido en reducto de la ignorancia, de la incultura y de la estupidez. A no ser que, en realidad, ni ellos mismos se crean lo que dicen, cosa que es bastante posible. La iglesia siempre ha funcionado en dos niveles: uno es ese nivel en el que hablan, piensan, escriben entre ellos (aquí ya no hay “ellas”) y para la gente más culta e ilustrada; ese nivel que ha dado a la humanidad un corpus inigualable de pensamiento. Desde siempre hubo otro nivel con el que se dirigían al pueblo llano e iletrado, aquí la razón y la cultura brillaban por su ausencia. Aquí no se trataba de pensar, sino de dominar; dominar a ese pueblo iletrado y desinformado ofreciendo superstición y magia. La iglesia jamás ha querido contribuir a educar a la gente porque en la medida en que las personas estén educadas y sean capaces de aplicar un pensamiento crítico a la realidad, es menos manipulable.
Lo que ocurre es que lo que les ha funcionado siempre ahora resulta chocante. En el siglo XVI no había problema porque el discurso para el pueblo llano, lleno de infiernos, purgatorios, demonios con patas de cabra o brujas con rabo, estaba completamente separado de las sutiles conversaciones intelectuales que debían mantener los príncipes de la iglesia con los nobles y con los escasos universitarios. Ambos planos ni se tocaban. Uno era el plano de los iguales y otro era el plano de la dominación. Ahora, la cosa está complicada porque una gran parte de la población está mínimamente educada y tiene acceso a la información. El discurso supersticioso y mágico con el que pretenden seguir dominando a la gente, a la mayoría de la gente, resulta chocante, cuando no simplemente estúpido. Ya no hay una masa iletrada y pauperizada dispuesta a creer en diablos con rabo.
Estúpidas son las declaraciones del Obispo de Córdoba en las que dice que Herodes existe y que las feministas destruyen las familias. Estúpidas son ya todas las declaraciones en las que se sigue intentando mantener que la Iglesia es la gran defensora de la familia. Estúpidas porque no hay más que mirar alrededor para darse cuenta de que eso es tan irreal como las brujas. Los países donde la influencia de la iglesia es mayor son los que realmente menos defienden a las familias. Los países en los que el feminismo es política de estado y la influencia de la iglesia menor son aquellos en los que existen políticas que han elevado la tasa de natalidad, que permiten a las mujeres y a los hombres conciliar maternidad y paternidad con empleo, que permiten a las familias plantearse tener hijos y en los que estos niños y niñas están más protegidos y tienen más derechos. Esto no es discutible, es un hecho.
Así que es patético que sigan insistiendo con que Herodes vive y está aquí, personificado en las feministas, al parecer. En lugar de convertirse, como han hecho otras iglesias protestantes y luteranas, en espacios en los que las personas creyentes puedan vivir su fe y encontrar alivio, la iglesia católica ha optado por una huida hacia delante en la siguen pretenden seguir dominando la voluntad de las personas y en la que pretenden hacerlo utilizando las mismas herramientas que en siglos anteriores les dieron buenos resultados: amanezando con la vuelta de los diablos con rabo de cabra o con Herodes mataniños, que es lo mismo. Sólo que ahora resulta imbécil y patético.
Beatriz Gimeno es escritora y expresidenta de la FELGT (Federación Española de Lesbianas, Gays y Transexuales)