Vivimos unos instantes donde se vuelve a plantear con intensidad la presencia y significación de la religión en la sociedad actual, lo que merece una reflexión
Una mirada al inicio
Mirando al presente
Estado laico, necesidad de un árbitro
Una mirada al inicio
Desde una óptica evolucionista las religiones son formas de organizar códigos morales generalmente anclados a una supuesta fuerza extrahumana (algún tipo de divinidad) que les permita reclamar esa justificación externa para imponerse a otros códigos morales y estabilizarse.
Para el profesor de etología de la Universidad de Granada Manuel Soler [1]: “El ser humano tendría una predisposición genética a creer en seres superiores todopoderosos que marcarían las directrices de su vida”. Apoya su afirmación argumentando que: “es evidente que una etnia convencida de que cuenta con el apoyo y la ayuda de un dios poderoso lucharía con más convencimiento y decisión y sus miembros ganarían las batallas a los pueblos vecinos“. Asume que el supuesto apoyo si bien no aseguraría las victorias si les añadiría algunas ventajas competitivas acumulables. Concluye: “una creencia religiosa puede actuar como un mecanismo muy eficaz que favorecería el éxito evolutivo de un grupo.” (Es obvio que aquí “creencia religiosa” puede ser sustituida por “cualquier conjunto de narraciones constituyentes de una verdad intersubjetiva suficientemente amplia”).
Si echamos la vista atrás nos encontramos con que los homínidos realizan enterramientos intencionados desde hace unos 100.000 años. Para el psiquiatra y estudioso Julio Sanjuan [2] los datos arqueológicos anteriores a unos 40.000 años, por las características de los enterramientos, no nos indican ritos que asocien la vida desaparecida con otra más allá. Por ello le gusta decir: “no lo podemos afirmar con seguridad, pero, para muchos investigadores, los neandertales, aunque se preocupaban por la muerte, eran ateos congénitos”. Para este autor hace unos 40.000 años (con la llegada de la consciencia a un nivel maduro) nuestros ancestros: “no solo desarrollaron la capacidad de imaginar el más allá y lo sobrenatural, sino que surgió en ellos la necesidad de compartir lo que imaginaban y elaborar historias.”(Seguramente se retroalimentaron capacidad y necesidad en un bucle de crecimiento rápido).
(Está claro que la identificación de la muerte, presente en los animales actuales en formas diversas, acompaña a los homínidos desde mucho antes de realizar el tránsito hasta la consciencia. Ver el ensayo de Susana Monsó, La zarigüeya de Schrödinger [3]).
Si aceptamos las religiones como formas de organizar y estabilizar códigos morales podemos ampliar nuestra observación estudiando la aparición de dichos códigos.
En este terreno y siguiendo las opiniones de Julio Sanjuan resulta muy interesante el detallado análisis presentado por el psicobiólogo y lingüista Michael Tomasello [4].
Para Tomasello y su equipo de trabajo: “la esencia de una relación moral consiste en que los individuos se comprometan unos con otros con respecto a estándares normativos imparciales mutuamente conocidos“. Para estos autores, partiendo de que formas de colaboración estratégica ya están presentes en algunos prehomínidos: “las habilidades y la motivación para construir con otros un agente plural «nosotros», interdependiente, son lo que impulsó a la especie humana a pasar de la cooperación estratégica a la moralidad genuina”. Lo que les permite afirmar que: “la cuna natural de la moralidad humana -con referencia especial a las cuestiones de la equidad y la justicia- es la actividad cooperativa para el beneficio mutuo”.
Esta línea de trabajo, detenidamente justificada por Tomasello [4], permite a Julio Sanjuan [2] situar el arranque de las estructuras morales complejas en el momento en que la Revolución Agrícola provocó un aumento muy importante de la densidad de población, que necesariamente pasó a vivir aglomerada en poblados y ciudades. Para él, partiendo que de los 5 millones de años que llevamos como homínidos el 99,8% lo hemos pasado viviendo en pequeños grupos de cazadores-recolectores, este asombroso cambio fue posible porque: “el cerebro existe para darnos la posibilidad de adaptar nuestro comportamiento a los cambios del entorno” y ante un cambio tan transcendental y relativamente rápido: “nuestro cerebro de Homo sapiens cazador-recolector ha sabido adaptarse” creando, a través del desarrollo de una actividad cooperativa de grupo amplio, como indica Tomasello, estructuras morales organizadoras de las nuevas formas de convivencia.
Argumentación que, por otra parte, es coherente con el planteamiento inicial de Manuel Soler.
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