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El Papa Francisco y el capitalismo

Cuando yo era niño, mis padres me enseñaron que una cosa son las religiones (aconsejándonos a mí y a mis hermanos ser respetuosos con sus creyentes, como parte del respeto debido a todo ser humano) y otra cosa son las Iglesias (del color que sean), que reproducen y gestionan las religiones para beneficio de sus aparatos o jerarquías, lo cual explica su constante identificación con las estructuras de poder a las cuales sirven. Ni que decir tiene que mis padres no nos exigían respeto por dichas instituciones. Todo lo contrario, teníamos que juzgarlas por su servilismo a esas estructuras.

A lo largo de mi vida he vivido y visitado muchísimos países. Y en todos ellos siempre he visto que las Iglesias (y muy en especial la Católica) sirven siempre a las estructuras de poder, siendo España el caso más patente. Es, por lo tanto, comprensible el anticlericalismo de las clases populares en España y considero un síntoma de enorme frivolidad trivializar este anticlericalismo como un sentimiento gratuito, resultado de ideologías extranjeras que manipulan a los pueblos. Las clases populares no necesitaban ningún estímulo externo para ver y reaccionar a lo que veían.

Este conservadurismo de la Iglesia Católica (una de las religiones más conservadoras hoy existentes) es, en parte, comprensible, debido al beneficio económico que le reporta. La base material de su ideología -como dirían los materialistas históricos- son las ventajas materiales que derivan de su servilismo al poder. Pero este mismo servilismo es lo que explica su postura anticientífica, pues se siente amenazada por el conocimiento científico. No es por casualidad que no fue hasta el año 1992 (sí, 1992) que la Iglesia Católica se disculpó por haber perseguido en el siglo XVII a Galileo, que tuvo la osadía de indicar que, en contra de lo que decía la Iglesia, era la Tierra la que daba vueltas alrededor del Sol y no al revés. En 2008, el Vaticano incluso pensó en hacerle un monumento, aunque decidió retrasarlo porque era todavía demasiado pronto. En la Iglesia Católica, las cosas de palacio van un poquitín despacio.

¿Qué está pasando en el Vaticano?

Es interesante, por cierto, que en el diario del Vaticano, un historiador alemán, Georg Sans, escribiera en 2009 un artículo alabando a Karl Marx por su introducción del concepto de alienación originado por el capitalismo. Decía Georg Sans “tenemos que preguntarnos si Marx no llevaba razón en su descripción del capitalismo como generador de alienación…” (citado en “Is the Pope Getting the Catholics Ready for an Economic Revolution? (Maybe He Read Marx)”, de Lynn Parramore). Y las declaraciones del nuevo Papa criticando al capitalismo están creando un gran revuelo.

Ahora bien, hay que darse cuenta de que la Iglesia Católica, y concretamente el Vaticano, siempre ha tenido actitudes críticas hacia los excesos del capitalismo. Desde las encíclicas de León XIII (1878-1903) hasta Juan Pablo II, las críticas del exceso del capitalismo han sido constantes, en general, más acentuadas cuando otras ideologías contrarias a la Iglesia (aunque no contrarias a la religión) como el marxismo adquirían gran atracción en los movimientos obrero e intelectual del mundo occidental.

Ahora bien, lo que es nuevo en el Vaticano es que en el documento que acaba de publicar el Papa Francisco sobre la pobreza y la Iglesia, parece haber un atisbo de que este Papa quiere ir un paso más allá, pues su crítica no se limita a los excesos del capitalismo, sino al capitalismo en sí. Existen partes del documento que parecen aproximarse a esta postura. Escribe Francisco: “el mandamiento No matarás establece un mandato a respetar la vida  humana. De ahí que este “no matar” debe aplicarse a un sistema económico basado en la desigualdad y en la exclusión…”. Añade Francisco que “tal economía mata. De ahí que hasta que no termine el dominio absoluto de los mercados y su especulación financiera (que Francisco indica correctamente que es intrínseca en el capitalismo…), y hasta que no se ataquen las raíces de esas desigualdades, no se encontrará ninguna solución a los problemas del mundo, o a ningún problema”.

Otro párrafo de Francisco: “algunas personas (Francisco podría haber escrito la mayoría de los establishments económicos, financieros, políticos y mediáticos europeos y estadounidenses) continúan defendiendo las teorías del “trickle-down”, que asumen que la concentración de la riqueza que se produce en el crecimiento económico (capitalista) y en sus mercados, traerá inevitablemente mayor justicia e inclusión, al aumentar tal riqueza y mejorar la vida de todos y la cohesión social. Dicha opinión, que nunca ha sido confirmada por los datos, expresa una ingenua y cruda fe en la bondad de los que concentran el poder económico y en la eficiencia sacrosanta del sistema económico existente”. No he visto este párrafo citado en ningún de los medios de comunicación de mayor difusión españoles, que sistemáticamente han excluido a voces críticas del neoliberalismo dominante.

Ni que decir tiene que la respuesta ha sido predeciblemente hostil. En EEUU, un país con una cultura mediática dominante profundamente conservadora, ya han aparecido varios titulares, escritos en tono alarmante, que “Marx está inspirando al Papa”. Y Sarah Palin, la dirigente del Tea Party (la secta más próxima a la jerarquía católica española, versión Rouco) ha expresado su shock frente a las declaraciones de Francisco. Y más de un editorial ha indicado que de la misma manera que el Papa Juan Pablo II contribuyó a colapsar la Unión Soviética, el Papa Francisco puede ayudar a terminar con el capitalismo.

Me parece exagerada esta imagen. Pero sería un error que las fuerzas progresistas ignoraran los cambios en el Vaticano. Entiendo y comparto (como aparece en mis escritos en www.vnavarro.org) las reservas y el escepticismo sobre el nuevo Papa, escepticismo estimulado por casos tan ofensivos e hirientes para los demócratas como el silencio de Francisco frente al homenaje de los caídos en la Cruzada española. Pero sí que considero valioso que haya cambios en la Iglesia que diluyan su enorme oposición al cambio y al progreso. Y de ahí su enorme importancia. Sería un gran error no ser conscientes de ello, en un país en el que la Iglesia siempre ha jugado un papel negativo en su defensa del orden económico establecido y en contra de la expansión de los derechos humanos.

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