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El oxímoron de Benedicto XVI

Decía Groucho Marx que “inteligencia militar” son dos términos contradictorios. El genial cómico pretendía poner de manifiesto que la violencia, aunque sea la ejercida por los Estados, es esencialmente opuesta a un apropiado comportamiento intelectual. En este sentido Groucho entendía que la acuñada expresión “inteligencia militar” era un oxímoron -pero no es que me quiera poner petulante con la utilización de este palabro que mi corrector de “Word” me ha subrayado en rojo haciéndome dudar de su correcta escritura- sino que lo hago porque define con meridiana exactitud la valoración realizada por el surrealista actor y gran filósofo de la cotidianidad: “inteligencia militar” es una locución formada por dos palabras que tienen significado opuesto.

Este preámbulo, cuya intención es la de recordar el concepto del vocablo que detalla esta peculiar figura literaria -y ya de paso realizar mi particular homenaje al inigualable Groucho-, me da pie a desvelar el verdadero objetivo de este escrito que es el de evidenciar que Benedicto XVI nos ha regalado esta pasada Semana Santa un oxímoron que tiene también todos los méritos para pasar a la historia de los más relevantes que se hayan pronunciado jamás: “analfabetismo religioso”.

El razonamiento completo, expresado por Ratzinger durante una misa que ofició el Jueves Santo en la basílica de San Pedro del Vaticano, ha sido que existe “un analfabetismo religioso que se difunde en medio de nuestra sociedad tan inteligente” y que, por ello, se debe exigir a los sacerdotes que redoblen sus esfuerzos en la enseñanza ya que “los elementos fundamentales de la fe, que antes sabía cualquier niño, son cada vez menos conocidos” y terminó el Papa exhortando a todos a leer las Sagradas Escrituras, “que nunca leeremos y meditaremos suficientemente”.

Pero de la misma forma que a juicio de Groucho los términos militar e inteligencia son antitéticos, cabría opinarse que ocurre lo mismo con los de “analfabetismo” (o ignorancia) y “religioso”. Sin embargo, como uno carece de la preeminencia intelectual que gozara el tercero y más conocido de los hermanos Marx, me veo en la necesidad de razonar mi particular apreciación.

La primera de las acepciones del diccionario de la Lengua define la “ignorancia” como la falta general de ciencia y de cultura, la “ciencia” como conocimiento ordenado y experimentado de las cosas, la “cultura” como el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y, finalmente, el “conocimiento” como la facultad de entender y juzgar las cosas.

Resulta bastante evidente, en consecuencia, que de toda esta catarata sucesiva de definiciones se debe interpretar que sólo se es ignorante de aquello de lo que pueda tenerse entendimiento o juicio y que ambas facultades no se predican, en modo alguno, de cualquier tipo de creencia religiosa -católica o no- que sólo exige la aceptación de una única verdad revelada -la Verdad- y el rechazo a cualquier forma distinta de pensamiento ordenado y sujeto al análisis crítico y a la experimentación intelectual.

No obstante, si quedase alguna duda de que la ignorancia y lo religioso son conceptos que encierran una contradicción interna entre sí, el propio Benedicto XVI se encarga de despejarla cuando asevera, tras la enunciación del oxímoron, que cualquier niño puede estar en posesión  de los “elementos fundamentales de la fe” -aludiendo implícitamente a que la “sabiduría” religiosa no requiere ni análisis ni criterio fundamentado- y que ésta -la sabiduría- se adquiere  exclusivamente con la lectura de los textos sagrados que no pueden ser puestos en entredicho ni sujetos a contradicción alguna.

Aunque, ahora que lo pienso mejor, la expresión de Ratzinger podría ser un pleonasmo porque en cierta forma la ignorancia y lo religioso, además de antitéticos, son también términos redundantes. Pero la explicación quedará para una mejor ocasión. Hoy nos quedamos con el oxímoron que mañana … el Papa dirá.

Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas

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