Seguramente el lector estará al tanto de la batalla contra la educación científica que desde hace cosa de un siglo viene librando el creacionismo bíblico, según el cual los seres vivos fueron creados por Dios hace solo unos miles de años. Han tenido especial repercusión varios episodios de esa batalla en los Estados Unidos, donde, al no poder enseñarse religión en la escuela, los fundamentalistas cristianos han pretendido colarla en las clases de ciencias como una alternativa científica al evolucionismo darwinista.

La pretensión era tan ridícula que, tras varias derrotas judiciales, sus defensores cambiaron de estrategia: actualizaron el creacionismo con el llamado “diseño inteligente”, que ya no niega el hecho de la evolución ni sus largos tiempos, pero sí su explicación natural, de modo que asegura que los seres vivos son tan complejos que la evolución no es posible sin una inteligencia directora (Dios, aunque suelen cuidarse de mencionarlo explícitamente). En realidad, es un creacionismo vestido de seda. El gran bioquímico valenciano Juli Peretó ha sido uno de quienes mejor ha desmontando las pretensiones pseudocientíficas del diseño inteligente (o “neocreacionismo”), y ha correlacionado su éxito con la incultura científica. Podemos decir que con la incultura, a secas; de hecho, sostener cualquier forma de creacionismo supone una visión radicalmente trastornada, mágica y mítica, del mundo y de nuestra posición en él, con consecuencias morales de gran alcance.

En Estados Unidos los jueces han ido frenando la intromisión religiosa, pero la extensión del fenómeno llevó a que en 2006 las Academias Nacionales de Ciencias de 67 países (incluyendo EE UU) emitieran un contundente comunicado en defensa del evolucionismo y contra las pretensiones del creacionismo y de su versión renovada.

En España, a menudo se oye hablar con displicencia de que los problemas con el creacionismo y el diseño inteligente son cosa de Estados Unidos u otros países con mucho integrismo religioso (cristiano o islámico), no como aquí. En efecto, en España no tenemos esa lucha jurídica y social sobre la enseñanza del creacionismo en la escuela. Pero lo que no tenemos es la lucha, porque, bien entrado el siglo XXI, el creacionismo sigue muy vivo en la enseñanza, solo que normalmente no en las clases de ciencias, sino en las de religión, católica u otras, que son cursadas por la mayoría de los niños y niñas, sobre todo en Primaria.

A pesar de muchas declaraciones indulgentes en sentido contrario, es fácil constatar que la doctrina católica oficial es creacionista, no hay más que examinar el compendio de esa doctrina, el Catecismo. En este ni siquiera aparece la forma más pretendidamente refinada de creacionismo –pero también anticientífica–, el diseño inteligente, sino su versión más grotesca y risible. Por ejemplo, se menciona 44 veces a Adán y 16 a Eva, sin que en ningún momento se diga que esos personajes e historias son alegóricos ni nada parecido. 446 veces se habla del Creador o la creación; adivinen cuántas de la evolución. Además, el papel de Dios no se limita a la creación; como esta “no salió plenamente acabada”, Dios, mediante su “providencia”, no deja de intervenir en el mundo natural, dando entrada a esos “milagros” que niegan toda posible explicación científica.

Este chusco creacionismo católico está recogido sin mucho disimulo en el BOE cuando se expone el currículo de la enseñanza religiosa en los distintos tramos de la educación escolar, desde Infantil hasta Bachillerato. Por ej., en Primaria y Secundaria (BOE) se menciona la creación 33 veces (y cero la evolución), y en tres ocasiones a Adán y Eva. Como era de temer, el creacionismo sigue exponiéndose sin pudor en los libros de religión para los alumnos, con las consabidas ilustraciones sobre la creación, Adán y Eva, los milagros… Pensé que tal vez los maestros y profesores podrían recibir instrucciones de las propias editoriales para intentar conciliar (más bien, aparentarlo) la fe religiosa con la ciencia que se explica en otras asignaturas; pues vean, como muestra, los “Recursos para el profesor” de religión en Primaria de la prestigiosa editorial Edelvives (ver): en 44 páginas, 137 referencias a la creación divina, cero a la evolución.

No hace falta insistir en que las otras religiones que tienen o podrán tener entrada en la escuela (musulmana, evangélica, judía) no van más allá que la católica en su respeto por los conocimientos y los métodos científicos, evolucionismo incluido. Así pues, el rescate intelectual, en los centros escolares, de los niños y niñas adoctrinados en las clases de religión, depende de las enseñanzas científicas. Para seguir con el conflicto creacionismo/evolucionismo, me he apresurado a buscar en el BOE la aparición de la “evolución” o del “darwinismo” en las asignaturas de ciencias, y me he encontrado con que no está previsto que se les explique a los alumnos ¡hasta 4º de la ESO!, cuando tienen ya 15-16 años, y la mayoría han recibido adoctrinamiento creacionista en la escuela desde su más tierna infancia. Esto quizás ayude a explicar algo que me contaba recientemente, con tristeza, el brillante genetista Federico Zurita: que muchos profesores de ciencias, aunque consideren que han dejado atrás –o a un lado– las creencias religiosas, explican la evolución manteniendo el disparate de que en ella subyace una “finalidad”, una “intención”; qué difícil parece deshacerse totalmente de ciertas rémoras dogmáticas adquiridas en la infancia. Tiemblo solo de pensar que los actuales catequistas religiosos escolares lleguen a ser los encargados de impartir una asignatura supuestamente neutra y científica de “Hecho religioso”, como pretende el grupo Cristianos por el Socialismo.

Me parece que la situación es inicua, intolerable. No se puede permitir el adoctrinamiento pseudo o anticientífico en la escuela, no importa que las clases de religión en las que se perpetra sean voluntarias. Téngase en cuenta en cualquier pacto educativo que todos los niños y niñas tienen derecho a una educación digna, científica y humanista, libre de dogmas y sandeces creacionistas y milagreras. A estas alturas dudo que los partidos políticos actúen con la decencia debida en un tiempo razonable, sacando las asignaturas confesionales de la escuela –cualquiera que sea la titularidad de esta–. Por ello, en este comienzo de curso escolar me atrevo a pedir directamente a los padres y madres que, por el bien de sus hijas o hijos, no los matriculen en (ninguna) religión y, si ya lo han hecho, que los desapunten cuanto antes.

Por otro lado, me parece una aberración extrema que las Universidades, precisamente a través de sus Facultades de Ciencias de la Educación, preparen adoctrinadores católicos para impartir la religión –creacionismo y divina providencia incluidos– en los centros de enseñanza; llegan a facilitarles el título (“Declaración Eclesiástica de Competencia Académica”, o DECA; véanse aquí sus contenidos) que exige la Iglesia para la tarea. La prostitución universitaria de su noble misión científica y formativa no puede ser mayor. Creo que no solo las Universidades, sino todas las instancias educativas y científicas (Colegios profesionales, Academias, Sociedades, etc.) y las asociaciones de padres y madres tienen el deber de posicionarse públicamente con valentía en este asunto, a favor de la ciencia y de la infancia; de lo contrario, perpetuarán una infame complicidad con la irracionalidad y el oscurantismo.