Durante años, siglos, nos han ridiculizado para humillarnos, despreciarnos, maltratarnos y, tantas veces, matarnos. En gran parte del mundo nos siguen humillando, despreciando, nos siguen maltratando y matando. Nos hacen la vida imposible porque tenemos una orientación sexual diferente de la que tiene la mayoría. Y gran parte de ese odio, de esa injusticia y de ese calvario, se debe a las iglesias. Durante años se han reído de nuestra pluma, de cómo nos manifestamos, de cómo andamos, de cómo vestimos, de cómo somos si es que se nos ocurre demostrar lo que somos; es decir si se nos ocurre demostrar que no somos heterosexuales, que nos sentimos sexualmente atraídos por personas de nuestro mismo sexo. Y nos han metido el miedo en el cuerpo para que no lo demostremos, para que no se nos note, para que nos hagamos pasar por lo que no somos y nos estemos quietos en el armario; es decir, para que nuestra existencia no se vea, no se note, y así puedan seguir sosteniendo la falacia de que todo el mundo es heterosexual y de que eso es lo normal, lo bueno, lo humano.
Por eso produce una honda satisfacción darse cuenta de cómo, poco a poco, el ridículo va cambiando de lado y ahora los que hacen ridículo son ellos. No me ha indignado, ni preocupado, ni molestado siquiera, leer la nota que el grupo e-cristians ha sacado con motivo de la llegada a España del nuevo embajador de EE.UU James Costos y su marido. Me he reído. Se lo he enseñado a compañeros/as de trabajo y se han reído, se lo he enseñado al portero de mi casa y se ha reído, se lo he enseñado a la señora que limpia mi oficina y se ha reído. La risa de ellos es mi satisfacción. Porque resulta que el grupo católico e-cristians pretende que Rajoy le niegue el placet al embajador norteamericano porque viene con marido y porque son promotores del “homosexualismo político”. El que una petición como esta sea profundamente ridícula, el que todo el mundo se de cuenta de que es propia de un grupo de extraviados al que ningún político va a hacer el más mínimo caso, demuestra mejor que muchas otras cosas lo que hemos avanzado.
Se produce además, este nombramiento, poco después de que el Tribunal de Estados Unidos haya declarado inconstitucional la DOMA. La DOMA era el truco jurídico que se inventó el Tea Party y que consistía en adelantarse a la posibilidad del matrimonio igualitario introduciendo en las constituciones de los diferentes estados una definición restrictiva del mismo como la unión entre hombre y mujer exclusivamente. Es decir, según el movimiento LGTB iba consiguiendo la igualdad los reaccionarios modificaban las leyes para poner el objetivo más lejos. Esa misma estrategia es la que han intentado seguir en Latinoamérica. Dicha maniobra, constitucionalizar el matrimonio tradicional, puede ser efectiva a muy corto plazo (las constituciones se cambian y, si hay voluntad, se cambian muy rápidamente) pero muestra también claramente la impotencia de quienes saben perdida la batalla social e incluso legal y sólo cuentan –y lo admiten- con movimientos fraudulentos para asegurar la discriminación de las personas homosexuales y transexuales.
El hecho de que el Tribunal Supremo de EE.UU haya dicho que esa maniobra es inconstitucional nos permite augurar que esta batalla está ya casi ganada en EE.UU. Y siendo así terminará por extenderse a los países de su área de influencia y después al resto del mundo. Queda mucho por avanzar, naturalmente. Muchísimo. La situación de un embajador de EE.UU no se parece en nada a la de una lesbiana ugandesa. Estos mismos grupos cristianos que no pueden ni siquiera mover un pelo del embajador de EE.UU, que van a tragarse que el Sr. embajador y su marido sean agasajados y tratados como lo que son; esos grupos que se convierten aquí en algo ridículo pueden, sin embargo, conseguir que esa lesbiana ugandesa sea perseguida, violada, torturada o asesinada en su país o que una mujer transexual tenga que pedir asilo político y escapar de Ecuador, por ejemplo.
En esta parte del mundo, podemos decir bien alto que hemos conseguido remover el paisaje y poner e-cristians, al obispo Reig Pla y similares del lado de lo risible, de lo grotesco, de lo estrambótico, de lo que nadie se toma en serio. Con una lucha ímproba, con muchísimo dolor y sufrimiento, con inteligencia, con sentido común, afán por la justicia y entusiasmo por la igualdad, los y las activistas lgtb le hemos dado la vuelta a la cuestión y ahora es posible que Rouco Varela coincida en alguna cita oficial con el señor embajador de EE.UU y marido. Y se lo trague. Ahora los ridículos son ellos, los que producen risa son ellos. No obstante, el poder para producir dolor de los cristianos fundamentalistas es inmenso y corremos el riesgo de olvidarlo al verles convertidos, cada vez más, en una caricatura anacrónica y risible. Porque aquí son ridículos pero en gran parte del mundo siguen encendiendo las hogueras a las que siempre han sido tan aficionados.
Aunque sólo sea porque esta lucha de una minoría desempoderada contra muchos muy poderosos la estamos ganando, salgamos a celebrarlo. Es tarde de Orgullo en Madrid.