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El obispo pide en La Bien Aparecida una mayor «presencia pública» de los cristianos

La explanada se llenó para la Misa central, pero la afluencia durante la mañana fue algo menor que otros años

A primera hora, tras dejar la autovía por la salida 173, pasada la rotonda que hay pocos metros después, la celebración ya asomaba en forma de goteo de peregrinos por la carretera. El día de La Bien Aparecida se siente desde bien pronto. Pasado Ampuero, aún con las vallas de los encierros y en medio del silencio de los pueblos que saben que les viene un día largo, el goteo era reguero. Y en la subida, por la senda, a eso de las nueve y media había más gente que por la Gran Vía madrileña un viernes por la tarde. Son las señales de la fecha en la que los cántabros honran a su patrona. Y eso que los veteranos, los que llevan años subiendo hasta el santuario, coincidían en que hubo menos gente que otros años. Incluso, menos que el pasado, todavía envuelto por las restricciones sanitarias.

Fue, sobre todo, una mañana de devoción y, de hecho, el obispo centró su intervención en la Misa central en aspectos puramente religiosos. Manuel Sánchez Monge reclamó la «presencia pública del cristiano», «que no está llamado a vivir la fé únicamente en casa o en el interior de las iglesias, sino en la plaza pública». Todo, dentro de un proceso de nueva evangelización al que dedicó buena parte de sus palabras. La amenaza de lluvia (el motivo, según unos cuantos, de la menor afluencia) respetó la eucaristía. Pero hasta ahí. Fue acabar y empezar a llover. Alguno pensó que la Virgen tuvo algo que ver.

Cuentan que fue Fidel, uno de los religiosos en la historia del santuario, el que pidió el favor a la peña ‘Los que faltaban’ de sacar a la Virgen en procesión. Eso fue hace más de treinta años, pero lo siguen haciendo. Antes era un recorrido más largo. Hoy en día es un paseo por la explanada antes de la celebración religiosa. Y eso hicieron en una mañana de tradiciones. Una ‘vueltuca’ por la explanada (que a esa hora sí se llenó hasta la bandera) acompañada por el Grupo de Danzas San Pedruco de Medio Cudeyo y por algunas de las muchas autoridades que siempre se dejan ver por la mañana.

Con el curso político ya empezado, a los líderes del Gobierno y de la oposición les dieron algomenos de protagonismo que otras veces. Más fiesta y devoción que mensajes y consignas (año electoral por delante). Y a eso se puso el obispo en su visita a «la casa de la Montaña». Sánchez Monge quiso retomar los retos que quedaron en punto muerto con la pandemia. Retos en clave cristiana, eclesiástica. Así, dedicó su homilía a la necesidad de una «nueva evangelización», algo que ya estuvo presente en el ideario de los tres últimos papas. «Ojalá esta fiesta sea un paso adelante para comunicar el evangelio». Habló de contribuir a la suma de «nuevos cristianos», de «formación» y de la «presencia pública» que deben tener los fieles. De no esconderse. Y también del paso adelante que deben dar las parroquias. «Acogida», «caminar juntos»… Todo, antes de que se presentara un ramo ante la Virgen en nombre de las personas con discapacidad.

Hubo, en el cierre, coros y danzas de la zona de Trasmiera, pericote lebaniego, cuévano pasiego y «el baile de Cantabria y de España», la jota. Lo mejor fue ver danzando a chavales, bien jóvenes. Críos. Relevo en las tradiciones. Ese sabor de lo de siempre que también estuvo presente en los habituaes problemas para aparcar, las fotos de los grupos ante la imagen de la patrona o la portada del santuario… También en los pinchos de tortilla en el Solana y en las camisetas de los deportistas que suben andando, corriendo o en bicicleta desde distintos puntos de Cantabria (y del País Vasco, que a más de uno le delataba el acento). Del Racing, del Laredo, del Athetic, del Kilómetro Vertical de Liébana, de La Sobanuca del Valle de Soba, de la San Silvestre de Gama, de los 10.000 del Soplao… Un paseo daba para un catálogo. Si lo hago, que se sepa.

Y tradición, también, en los puestos del mercado. A primera hora, lo que más se vendía eran churros y bocadillos. «Sí que hay gente, pero, entre misa y misa (había a las ocho, a las diez y a las doce), algo menos de barullo que otros años», comentaba Ouafa mientras preparaba una rueda de churros en el puesto de Calderón. Luego, según avanzó la mañana, le tocó el turno a las rosquillas (había cola ante un puesto que preperaba unas de anís allí mismo a 14 euros el kilo) y, al final, a los paraguas.

«Como empiece a llover se van a hacer de oro». La profecía. Al final de la misa, los dos puestos que los vendían empezaron a llenarse. Cayó de lo lindo. Alguien debió contarle estos días a la Virgen que andamos escasos de agua.

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