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El negocio inmobiliario trufado de monjitas · por Eugenio Piñero

La Iglesia católica de este país goza de un privilegio indiscutible. Nadie como ella acapara tantas miradas complacientes del conjunto de la sociedad en general y de los medios de comunicación en particular. La Iglesia ha conseguido presentarse a sí misma ante los ojos de la ciudadanía como la depositaria última (y por ello imprescindible) de los valores más nobles del ser humano. Claro que no ha convencido a todo el mundo, pero sí a una importante masa social y mediática. La Iglesia ha sabido embadurnarse a sí misma de un buenismo especial y consustancial a su propia esencia, a base de construir el relato de que está siempre del lado de los pobres y de los que sufren, que practica la caridad como fin último de su actividad en este mundo, o que su misión pone principalmente el foco en el mundo espiritual y no en el material. Añadido a esto está la imagen personal que se esfuerzan en proyectar los religiosos y religiosas que aparecen en televisión, siempre con la sonrisa luminosa de quien parece haber sido tocado/a por el don divino de la felicidad eterna y en cuyo interior no puede caber maldad alguna. Esta es la imagen que venden y esto es lo que le han comprado sin muchas objeciones la mayoría de los tertulianos expertos en todo, que pululan por los programas matutinos y vespertinos de la parrilla televisiva; y que propagan esta imagen adulterada de la Iglesia católica.

El último episodio de este relato lo protagonizan las “monjitas” de Belorado (monjitas, con este diminutivo paternalista es como se han referido a ellas varios tertulianos, realzando así su buenismo intrínseco). Las noticias que llegan hablan de cisma religioso y algunos lo han calificado de “movimiento de empoderamiento” de dichas monjas. La versión ofrecida hasta ahora dice que están hartas de que el obispo les marque lo que pueden hacer o no, y han decidido liberarse de la sumisión ante Roma. Pero no para autoafirmarse, no, sino para someterse  a otro obispo pero excomulgado (por cierto, a ellos no se han referido con el diminutivo “obispitos”). ¿A esto le llaman empoderamiento?. Se ha discutido si han sido víctimas de las argucias y de la avaricia del falso cura que le sirve de fiel escudero al falso obispo (de “falsos” les han calificado algunos tertulianos bajo el presupuesto de que hay una religión verdadera y, por tanto, unos verdaderos sacerdotes; el resto unos impostores). Incluso una supuesta experta en el tema llegó a advertir de los riesgos que conlleva el intrusismo profesional al hacerse pasar ese señor con alzacuellos por verdadero cura y de las consecuencias penales que le podría acarrear. Y para ahondar en ello estableció similitudes con el peso de la ley cuando cae contra los que practican la medicina, la abogacía o la arquitectura de manera ilícita. ¡Curas y médicos situados a la misma altura!. Total, debió pensar la experta, unos curan el cuerpo otros el alma, pero ambos auténticos profesionales de lo suyo. Si no son auténticos curas, entonces son unos farsantes y su actividad puro intrusismo. Ese es el nivel de análisis que nos podemos encontrar estos días en los programas de tertulianos.

Cuando el tema se relaciona con las “monjitas” (en Mallorca también hay lío) o en general con la Iglesia, echo de menos en los tertulianos y tertulianas un análisis más racional y menos condicionado por sus favoritismos y creencias particulares. Se me ocurre que los expertos y expertas podrían haber puesto el foco en el verdadero centro del problema: lucha abierta por la propiedad de unos inmuebles, muy terrenales y nada espirituales. Podrían hablar de la voracidad insaciable de la Iglesia, que le ha llevado a registrar más de 100.000 inmuebles a su nombre sin más documento acreditativo de su propiedad que la palabra del obispo de turno convertido en fedatario público en virtud del privilegio otorgado a ellos (y a nadie más) por la legislación española. Y a la vista está que no piensan renunciar a un solo euro de los miles de millones que pueden obtener por alquileres, ventas o plusvalías. La “pela es la pela” aunque se presente transmutada en ladrillo o argamasa para la construcción. Los expertos mediáticos también podrían hablar de los más de 12.300 millones de euros de dinero público que recibe la Iglesia de manos del Estado español. Podrían hablar de que la X de la Iglesia en la declaración de renta sirve sobre todo para pagar los sueldos de obispos y curas (los auténticos, claro) y no para la caridad, como quieren hacer creer con su publicidad engañosa en los medios de comunicación (0 euros destinó la Iglesia a cáritas diocesanas en el último ejercicio contable). También podrían hablar de que ni las monjas ni los curas, ni los obispos, declaran un solo euro (y no pagan impuestos, por tanto) de sus actividades económicas, llámense postres trufados, misas, cepillo de iglesia, donaciones, recaudación de entradas, alquileres, intereses financieros, etc. Al ser considerada organización sin ánimo de lucro, ninguna orden, ningún monasterio, centro sanitario, parroquia, colegio, abadía, seminario… nada que forme parte de la estructura de la Iglesia paga impuestos como el IBI, sociedades y otros.

En muchos medios de comunicación a la Iglesia se le trata con condescendencia, con permisividad y muchas veces con velada complicidad al compartir intereses y objetivos.  Se construye un relato que intenta ocultar los datos. La Iglesia católica no es una organización buenista, sin ánimo de lucro. Constituye un entramado empresarial y financiero de proporciones bíblicas, destacando por encima de todo en el negocio del “ladrillo”: se ha convertido de lejos en la mayor inmobiliaria particular del Estado español. Y no parece que quiera dejar de serlo, a juzgar por la batalla que tiene planteada entre su propia gente. Si finalmente las monjas de Belorado resuelven la situación con un verdadero cisma, los ciudadanos por lo menos habremos ganado algo. Al dejar de estar bajo el paraguas de la Iglesia católica el ayuntamiento de Belorado podrá girarles a las monjas el recibo del IBI. A ver si entonces sí que lo pagan.

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