Imaginemos que Mary y Pepe están jugando al intelect. Mary escribe la palabra mahoma y Pepe le objeta: «No se admiten nombres propios». Ella responde que el término figura con minúscula en el diccionario, coge el DRAE (21ª ed. 1992) y le muestra: mahoma. Hombre descuidado y gandul. Pepe lo acepta a desgana y a su vez escribe culmen. Ahora es Mary la que rebate: «esa palabra no existe, la usan los que ignoran el término correcto culminación«. Vuelta a mirar el diccionario; culmen no aparece. Pepe, ofuscado, se va y vuelve con el DRAE 22ª ed. 2001: «¡Aquí no viene tu mahoma y mi culmen sí…!».
La cuestión es saber si el Diccionario de la Real Academia (RAE) es árbitro o testigo del idioma. Testigo, es la respuesta. Su papel es dar testimonio a través del tiempo de un fenómeno en permanente evolución, una lengua viva. La RAE es y debe ser testigo de los términos más usuales en cada momento y reflejarlos en las sucesivas ediciones de su diccionario, agregando nuevos términos en uso y eliminando aquellos en desuso. Por ejemplo los términos sexo débil (el conjunto de las mujeres) y sexo fuerte (el conjunto de los hombres), han sido eliminados en la edición electrónica 23.1 por haber caído en desuso.
Creer que la RAE es la entidad que decide qué palabras se pueden o no emplear es un mito demasiado extendido. Así piensan en una gran cantidad de instituciones que han solicitado eliminar «acepciones peyorativas» del diccionario. Down España, por ejemplo, pide retirar los términos mongólico y subnormal. Unos 4.000 panaderos piden retirar el pan con pan, comida de tontos. Un grupo de deportistas piden retirar la expresión trabajar como un negro. Entidades judías han pedido que se cambie la palabra judiada por ser «ofensiva» (la Academia lo rechazó porque «la usaron Baroja y Galdós»). El DRAE 21ª ed pone en la 6ª definición de gitano: que estafa u obra con engaño. A solicitud del Secretariado Gitano fue cambiada en la siguiente edición por trapacero, que tampoco gustó.
A modo de respuesta a tantas solicitudes de cambio las dio el director de la RAE en 2015, José Manuel Blecua, «… el diccionario no debe ser políticamente correcto sino lingüísticamente correcto… el diccionario no puede cambiar el uso, sino que simplemente lo reconoce… la gente no consulta el diccionario para hablar… la sociedad hace un uso de la lengua, que es la que recoge el diccionario, y no al revés».
Una explicación precisa y concisa pero no asume la responsabilidad histórica que apunta a la propia Academia en la creación del mencionado mito. La Academia fue fundada en 1713 con el propósito de «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza». Esto llevó a crear el lema Limpia, fija y da esplendor que ha contribuido en buena medida a afianzar durante 300 años la falsa creencia de que su deber es limpiar de términos indeseables el idioma.
Ése no es el único pecado de nuestra admirada Academia. Desde su fundación el diccionario se llamó Diccionario de la lengua castellana pero en 1925 la 15ª edición sustituyó «castellana» por «española». Así lo explicó entonces: «…como consecuencia de la mayor atención consagrada a las múltiples regiones lingüísticas, el nuevo Diccionario adopta el nombre de «lengua española» en vez del de «castellana». Una explicación nada convincente que señala en la dirección opuesta; si presta más atención a las regiones lingüísticas, resulta más lógico llamarla castellana pues españolas son todas las que se hablan en España. Cabe pensar que fue un cambio político en apoyo al dictador Primo de Rivera que puso trabas al uso de las lenguas regionales para afianzar la unidad española.
Peor durante la dictadura de Franco. El Diccionario se convirtió en instrumento de la catequesis católica. Ilustres académicos preocupados por su salvación atiborraron el Diccionario con términos ajenos a su objetivo: «Jesús. Segunda persona de la Santísima Trinidad hecha hombre para redimir al género humano»; «María. Nombre de la madre de Dios»; «mesías. El Hijo de Dios, Salvador y Rey, descendiente de David, prometido por los profetas al pueblo hebreo», etc.
Ya en democracia el DRAE 21ª ed. 1992 bajó al mundo terrenal anteponiendo a esas definiciones «Para los cristianos…». Luego en los estatutos de 1993 se eliminó el lema Limpia, fija y da esplendor y las siguientes ediciones explican en el preámbulo cómo el propósito del Diccionario consiste en incorporar nuevos vocablos que aparecen en el lenguaje diario del mundo hispanoparlante, lo cual no garantiza la desaparición del mito de limpiar lo que no nos gusta.
Jaime Valdivieso
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