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El miedo a la igualdad

Es difícil encontrar en las últimas décadas un momento peor para las mujeres que este que estamos viviendo. Con una sensación generalizada de que ya hemos conseguido la igualdad (sensación falsa donde las haya), con un machismo que comienza a atreverse a salir de las barricadas en las que se había metido y que está conectando fácilmente con una sociedad patriarcal que nunca cambió todo lo que nos creímos y que esperaba el momento de contraatacar, ahora vemos como personas, grupos o intereses que antes estaban callados están envalentonados, se sienten fuertes y ya no se ocultan, sino que por el contrario toman la palabra para decir en voz alta que “basta ya”. Basta ya de exageraciones, se nos dice, “¿qué más queréis?”, se nos pregunta. El machismo estaba a la defensiva y ahora comienza a encontrar un lugar desde el que pasar a la ofensiva.

En una sociedad en la que se escuchan voces que llaman directamente al exterminio de las personas homosexuales, que claman contra la libertad de las mujeres, que pretenden “curar” a gays y lesbianas que están muy contentos de serlo, que nos insultan y amenazan, este jueves el portavoz de Hazteoir, esa panda de fanáticos, presentó en rueda de prensa un llamado Congreso Mundial de las Familias que debería llamarse Congreso Mundial de sus Familias, visto el escaso número de las mismas que caben en su definición. Ignacio Arsuaga, portavoz de la organización, lamentó “la exhibición de intransigencia” de los que se oponen a sus planteamientos.

Los de Hazteoir reclaman una “recuperación de la autenticidad de la mujer: redescubriendo la vida en el hogar” y echan la culpa a los homosexuales de la implosión demográfica. Y todo esto sería gracioso, por idiota, si no fuera porque ya tenemos bastante ejemplos históricos en los que hemos tenido ocasión de comprobar lo fácil que estupideces terminan convirtiéndose en locura colectiva. El partido fascista griego amenaza directamente a los homosexuales diciendo que hay que matarlos (matarnos) y la verdad es que no me parece haber escuchado a las autoridades de la UE decir (al menos no lo he escuchado decir en voz lo suficientemente alta) que no puede tolerarse la existencia de un partido que pretende acabar con una parte de la ciudadanía europea. Se siguen haciendo llamamientos generales, sí, a garantizar los derechos de las personas homosexuales, pero se permite también la existencia de partidos que no es que estén contra la igualdad legal, sino que se manifiestan directamente en contra de nuestras vidas.

Estos payasos y fanáticos no son más que la cara exagerada de una ideología que de manera más eficaz trabaja para ir borrando la igualdad de los valores sociales a defender. No otra cosa pretende el PP cuando ha decidido borrar la mención a la igualdad de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. El PP se niega a que los y las adolescentes aprendan que mujeres y hombres somos iguales o que las personas homosexuales tenemos los mismos derechos, incluido el de formar familias. Pero el PP, de paso, suprime también cualquier mención a la desigualdad social o económica, a la realidad de que existen sangrantes desigualdades globales que provocan hambre, miseria y sufrimiento. Eso no puede enseñarse. Lo cierto es que en un momento como el actual de acentuación de todas las desigualdades la simple idea de igualdad es peligrosa y por eso lo mejor es hacerla desaparecer de los libros no vaya a ser que la gente se de cuenta de la diferencia entre la igualdad que se menciona en leyes y constituciones y la realidad en la que se nos obliga a vivir.

En realidad siempre fue así y este tiempo difícil, por lo menos, está poniendo a cada uno en su lugar. Sobre la potente y revolucionaria idea de igualdad se construyó la lucha de la izquierda, de todas las minorías y contra todas las opresiones, y ahí seguimos. Es una idea tan atractiva que incluso sus detractores la adoptaron en sus discursos aunque fuera a costa de pervertir su significado. Todo el mundo la lleva en su boca, pero sólo hasta el momento en que los desiguales amenazan con hacerla efectiva, entonces la cosa cambia. Así que, al menos, la vieja, hermosa y poética idea de Igualdad ha vuelto a su lugar natural y vuelve a estar donde ha estado siempre, en la esperanza y el trabajo cotidiano de quienes pensamos en otro mundo posible y necesario, verdaderamente igualitario y abierto a las diferencias.

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