Es un escándalo que haya asignaturas confesionales de religión católica en los grados de Maestro en Educación Infantil y Educación Primaria, pero las universidades españolas se eximen de culpa: no pueden ignorar las exigencias concordatarias de un Estado teocrático extranjero, la Santa Sede. Sin embargo, la oferta religiosa universitaria a veces va mucho más allá de esas imposiciones. Véase si no la convocatoria, en la Universidad de Granada (UGR), de un título propio, “El mensaje cristiano” (150 horas, 78,04 €).
El rector y otros altos regidores de la UGR, no contentos con la enseñanza confesional inevitable, parecen mostrarnos un celo confesional añadido, a la vez que un escaso rigor científico, con el ofrecimiento (o el visto bueno al ofrecimiento) de enseñanzas confesionales en forma del título propio señalado (ya en su 2ª edición). Según la UGR, “las Enseñanzas propias tienen como finalidad la adquisición por el estudiante de una formación de carácter especializado y multidisciplinar orientada a la especialización académica o profesional”.
Como otros cursos propios de la UGR, este se gestiona y organiza a través de la Escuela Internacional de Posgrado de la UGR y de la Fundación UGR-Empresa. La primera pertenece plenamente a la UGR, y está dirigida por Dolores Ferre, Vicerrectora de Enseñanzas de Grado y Posgrado. La “Fundación UGR-Empresa”, es, en cambio, de carácter “privado”. Se describe (véase aquí) como “docente, científica, de investigación y de desarrollo tecnológico”, y “tiene como misión Fomentar y desarrollar la cooperación entre la Universidad de Granada y las empresas y entidades, tanto privadas como públicas, en los ámbitos de la investigación, desarrollo e innovación, la formación, la promoción de iniciativas empresariales y el empleo”. No obstante su carácter privado, el “órgano supremo de gobierno y representación de la Fundación” es su Patronato, y de éste forma parte esencial la UGR a través de los siguientes altos cargos (véase aquí): el Rector (Francisco González Lodeiro), la Secretaria General, la citada Vicerrectora de Enseñanzas de Grado y Posgrado, la Vicerrectora de Investigación, el Vicerrector del Parque Tecnológico de Ciencias de la Salud, el Delegado del Rector Para Transferencia, Innovación y Empresa, y el Gerente.
Por consiguiente, estos altos cargos, junto a los dirigentes de la Escuela Internacional de Posgrado (coincidentes en parte con los primeros), son responsables de la oferta de cursos propios. Sería interesante, entonces, que explicaran a los universitarios, y a toda la población, qué relación tiene el ofrecimiento de un título propio sobre “El mensaje cristiano”, de un carácter descaradamente proselitista y confesional, con la misión de la Fundación UGR-Empresa, con “los ámbitos de la investigación, desarrollo e innovación, la formación, la promoción de iniciativas empresariales y el empleo” en los que se mueve (o mejor, debería moverse) esta Fundación y, por supuesto, con los fines de una Universidad pública. ¿Tal vez se trata de un ofrecimiento a beneficio de la gran empresa “Iglesia católica”? Recordemos además que, por desgracia, no es esta la única manifestación de confesionalismo de la UGR (otros cursos, conferencias y jornadas, símbolos, una cátedra de Teología católica, publicidad de las actividades de un centro del arzobispado).
Quizás también debería dar explicaciones la Facultad de Ciencias de la Educación de la UGR, por ser la sede del curso propio, y porque a ella pertenece el Departamento que lo propone, de Didáctica de las Ciencias Sociales (el curso es impartido totalmente por Andrés Palma, profesor de este Departamento). Una Facultad, por cierto, desde cuya Secretaría se convocó recientemente una misa con motivo de su santo patrón (hay que suponer que por orden del decano, José Antonio Naranjo), en otra demostración de confesionalismo.
Que la Universidad de Granada ofrezca “El mensaje cristiano” en forma de título propio, entiendo que significa que asume como propia una ignominia que sólo se explica como prolongación de aquel nacionalcatolicismo que no se conformaba con liquidar físicamente a muchos de los adversarios, sino que intentaba anular toda oposición en los ámbitos del pensamiento y la ética, actuando contra la libertad de las conciencias y hasta de las conductas íntimas. La oferta de la UGR la considero, en cualquier caso, una vergüenza y una afrenta intelectual y moral, un insulto inadmisible a la ciudadanía en general y a la comunidad universitaria en particular. Y, en último y principal término, una agresión a los niños que acabarán siendo las víctimas del adoctrinamiento religioso en la escuela por parte de individuos adiestrados para ello en la Universidad. Me pregunto si hay, por parte de las autoridades universitarias, alguna consideración efectiva de los derechos de los niños.
Evidentemente, estos juicios sobre el título propio son extensibles a las asignaturas optativas “normales” de religión en los grados de Maestro –en aplicación, como decía antes, de los infames Acuerdos con la Santa Sede–. Parece, en definitiva, que, con todas estas enseñanzas apostólicas, se están formando en la Universidad pública “maestros catequistas” (los llamados oficialmente “profesores de religión”, y los que llevan el apostolado a otras materias). Una aberración, e incluso una contradicción de términos, pues un catequista es exactamente lo contrario de un buen maestro: el primero es un adoctrinador infantil; el segundo, un estimulador del pensamiento crítico, libre y, por tanto, antidogmático. Y –sin menoscabo de la excelente labor que desarrolla en otros terrenos– una Universidad formadora de catequistas es lo contrario de una Universidad digna.