En la lección primera de la Cartilla moral (1944), Alfonso Reyes escribe una frase perfectamente manipulable desde cualquier Iglesia: “la moral de los pueblos civilizados está toda contenida en el Cristianismo”. Reyes, sin embargo, dejaba claro que aunque la religión y la moral “coinciden en lo esencial”, no eran la misma cosa. La moral debía estudiarse como “una disciplina aparte”, ya que sus valores, especialmente el valor del bien, era atribuible a todos los hombres, no sólo a los creyentes de una u otra religión.
La Cartilla moral de Reyes, como recuerda Javier Garciadiego en la edición reciente de El Colegio Nacional, fue un encargo del Estado postrevolucionario mexicano: el secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, a fines del sexenio de Manuel Ávila Camacho, se la solicitó al escritor para incorporarla a la Campaña Nacional contra el Analfabetismo. El texto, que rebasó ampliamente los paternalistas fines oficiales —“un mínimo de principios morales que ayuden a cambiar la forma de vida de nuestras clases bajas”— no satisfizo, desde luego, a las autoridades.
Aquel desencuentro marcó la Cartilla de Reyes con el signo de la autonomía. Tras una edición en la colección del Archivo Personal de Alfonso Reyes en 1952, el texto fue publicado por el Instituto Nacional Indigenista en 1959. Luego el PRI, el estado de Nuevo León y la SEP hicieron sus propias ediciones del volumen, pero no lo incorporaron como una lectura básica de la instrucción cívica de los mexicanos. En 1992, el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), dirigido por Elba Esther Gordillo, se opuso a que el libro de Reyes formara parte de los “materiales de apoyo al magisterio”.
En contra de esa tendencia histórica, el nuevo Gobierno de Andrés Manuel López Obrador sí parece interesado en una apropiación de la Cartilla moral como manual de moral y cívica. Apenas iniciada la presente administración, en diciembre de 2018, el Gobierno federal ordenó hacer una edición masiva del libro con un diseño de portada donde se juntan imágenes de Sor Juana Inés de la Cruz, Leona Vicario, Benito Juárez y Francisco I. Madero. El rescate oficial de la Cartilla de Reyes ha coincidido con el anuncio del lanzamiento de una “Constitución moral” para el México de la Cuarta Transformación.
No sólo eso. Entre los mayores distribuidores de la Cartilla editada por el Gobierno federal se encuentra la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas AC (Confraternice), que está asignando 10 mil ejemplares a sus siete mil templos afiliados. El libro de Reyes, por tanto, no sólo está siendo utilizado como un manual tentativo de instrucción moral y cívica sino como un catecismo de la “transformación espiritual de la sociedad” que, según el presidente de dicha Confraternidad, Arturo Farela, tiene lugar en México.
En su columna del pasado miércoles 10 de julio en La Jornada, el estudioso de las religiones en México, Bernardo Barranco, no duda en afirmar que “Andrés Manuel López Obrador ha sido el presidente que más se ha atrevido a hacer un uso político de las iglesias y la religión al incluir a un sector de cristianos evangélicos como difusores de planteamientos sociales y morales de la 4T”. Y reitera Barranco: “ningún presidente en los últimos años había logrado convertir la fe en un acto político como Amlo”.
El laicismo está a prueba en el México del siglo XXI. El laicismo entendido, a la manera juarista, como separación de las Iglesias y el Estado, pero también como separación de la religión y la moral, como sostiene Reyes desde la primera página de su libro. Uno de los efectos colaterales de la nueva religiosidad política, alentada por la presente administración, es que la apropiación oficial distorsiona el sentido humanista y laico del pensamiento de Alfonso Reyes y, a la vez, acentúa algunos elementos conservadores de la Cartilla como los relacionados con el matrimonio, la familia y el género.
Rafael Rojas