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El jardín de la Virgen

Resulta indignante que todavía hoy siga prohibido a las mujeres el acceso a la península del Monte Athos. A los monjes en cambio parce no importarles tener reliquias como la mano de María Magdalena o el pie de Santa Anastasia

Tanto preocuparnos por la letra pequeña del feminismo y resulta que hay 335 kilómetros cuadrados de terreno en Grecia –aquí al lado vamos- donde ninguna mujer puede poner un pie, excepto la Virgen María.

Lo pensaba, estupefacto, el jueves mientras navegaba frente a la costa del así llamado Estado Monástico Autónomo de la Montaña Santa, en la península del Monte Athos, a bordo de la motonave Kapitano Fotis. Contábamos con una alta presencia femenina, incluidas unas amigas catalanas, la sobrecargo y las chicas de un instituto griego, y debíamos mantenernos a más de 500 metros de la costa, no fuera a ser que los monjes se ofendieran. Los monasterios, eso sí, son una maravilla arquitectónica y el paisaje de una belleza que quita el hipo.

Es increíble, e indignante, que el sexo te impida desembarcar en una región de Europa que además, aunque tenga autogobierno, forma en la actualidad parte del Estado griego. Prácticamente desde su creación hacia el siglo IX como un territorio exclusivo de los monjes está prohibida en la península la presencia de mujeres y, para rematar, de hembras de cualquier especie de animales. La excusa es que aquello es “el jardín de la Virgen”. He leído que se hace un poco la vista gorda con las gatas e, imagino, las abejas, pues es posible ver abundantes colmenas. También con las reliquias, ya que a los venerables padres no les importa, parece, tener con ellos la mano de María Magdalena (en el monasterio de Simonopetra) o el mismo miembro y un pie de Santa Anastasia (en el de Gregoriou). Confío que no las tengan en la cocina.

Varias mujeres valientes han desafiado la prohibición, entre ellas la princesa serbia Mara -esposa del sultán Murat II- que quiso llevar personalmente al monasterio de San Pablo los regalos de los Reyas Magos, que se conservaban en Constantinopla –según la tradición la detuvo en la playa una voz del cielo que le dijo que ya había allí otra reina, la Madre de Dios-; una tía abuela victoriana de William Dalrymple, Virginia Somers, que en 1857 pasó dos meses en una tienda en el monte Athos con su marido y un amigo (único caso registrado de que se permitiera a una mujer acampar allí, y también único caso de ménage à trois en la santa península, que sepamos), y más recientemente, Alexia Amvrazi, que se coló disfrazada de hombre y con un bigote postizo. ¿Para cuándo un desembarco masivo de las chicas de Femen? Yo me apunto.

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