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El hembrismo, ese abuso institucionalizado

COMENTARIO: Este artículo se ha publicado también en todos los periódicos del Grupo Joly, con presencia en todas las provincias andaluzas. Como todos los artículos de esta sección, no expresa el pensamiento de Europa Laica, ni del Observatorio de la Laicidad, sino la del firmante del mismo. La organización cuenta con su propia sección dentro de la web "La asociación Europa Laica" donde se incluye la opinión oficial de la misma.


El feminismo no sólo ha sido una fuerza crucial en la lucha por una humanidad justa e igualitaria, sino que, por supuesto y por desgracia, lo sigue siendo. En nuestro propio entorno, la educación machista ha hecho estragos en hombres y mujeres, y hay signos muy preocupantes que reflejan no sólo un freno en los avances, sino incluso retrocesos. Huelga decir que, en la mayor parte del mundo, las mujeres continúan estando en inferioridad de condiciones respecto a los hombres.
Sin embargo, precisamente porque las mujeres en conjunto no sólo no son personas inferiores ni peores que los hombres, sino que tampoco son superiores o mejores, la reivindicación femenina en ocasiones pasa de feminista a hembrista. Con hembrista quiero decir lo equivalente –cambiando el sexo dominante por el oprimido– a machista, con todas las diferencias que cabe esperar, pues no estamos ante una simple simetría. Pero no hay diferencias en lo fundamental: el abuso de los miembros de un sexo sobre los del otro. Tan deplorable, sea cual sea el sexo ventajista, como cualquier forma de abuso entre humanos.
En la actualidad, y ciñéndonos a España, son muchos los hombres que están siendo víctimas del abuso hembrista, y lo peor es que este desafuero se propaga gracias a un amparo legal incompatible con la democracia y el Estado de derecho, un amparo conquistado, general y paradójicamente, por fuerzas de izquierda simpatizantes con el feminismo (en realidad, me refiero a pseudoizquierda y pseudofeminismo). Así, la muy necesaria búsqueda de protección de las mujeres frente a la poco sagazmente llamada “violencia de género” ha desembocado en la aberración de que los hombres son sospechosos por el mero hecho de ser hombres; ¿cómo es posible que baste la declaración de una mujer para detener a un hombre? ¿No hemos ido más allá de esa iniquidad islamista por la que el testimonio de un hombre vale el doble que el de una mujer? En nuestro caso, el testimonio de un hombre no vale nada. El abuso de ley está servido en bandeja.
¿Toda la violencia sexista es machista? Hace unos meses empezó una campaña estatal en la que se denunciaba la “violencia de género” sutil, la que no consiste en burdas agresiones físicas, con el lema “no te saltes las señales”. Desde el primer día que la vi me temí su futuro: duraría poco. ¿Por qué? Porque esas pequeñas agresiones psicológicas, humillaciones cotidianas… más difíciles de percibir, probablemente son protagonizadas por mujeres con una frecuencia comparable a la de los hombres… y la corrección política no va precisamente por ahí, contra la eliminación de toda violencia sexista (y de la violencia doméstica en general), sino sólo de la machista.
Otras formas de abuso hembrista que ya son un clamor son las que se producen en los divorcios. Mujeres no discriminadas pero con poco éxito laboral, cargan culpas, con ayuda de la legislación vigente, en sus ex-parejas, no ya para equiparar su situación económica, sino –por decirlo en palabras de los damnificados– para extraerles “hasta la sangre” si es posible. Así, frente a los mediáticos casos de los hombres-bestia tenemos los casi invisibles de las mujeres-garrapata (pero también hay, aunque menos frecuentes, casos de mujeres-bestia y hombres-garrapata). Aquí se juntan el hambre con las ganas de comer, en este caso el hembrismo legislativo con la falta de escrúpulos de bastantes mujeres (tan escasos como los de los justamente denostados machistas). Las hembristas no sólo despojan de gran parte de sus bienes a sus antiguas parejas, sino que, abusando del estereotipo dominante, lo hacen mediante acusaciones de machismo, que los jueces, en sintonía con prejuiciosas leyes, asumen de entrada. Se parte nada menos que de una presunción de culpabilidad masculina (que a veces llega, si a la mujer se le antoja, a la criminalización gratuita), y, aunque existan pruebas que la desmonten (que deberían ser innecesarias si no se aportaron pruebas acusatorias), se hace difícil que sean atendidas. Este disparatado contexto también explica algo increíble en una democracia: las dificultades para que los jueces otorguen la custodia compartida de los hijos. La iniquidad de la justicia en este asunto es flagrante… y especialmente reprobable, pues se imponen las prerrogativas por razón de sexo (femenino) a costa, incluso, de los derechos de los niños. En definitiva: para nuestra justicia, unas son más iguales que otros.
Desgraciadamente, este lema se aplica en más ámbitos. El feminismo, según lo entiendo, es otra cosa que la estúpida paridad zapateril. La discriminación siempre es negativa, no es admisible que el mero hecho de ser mujer suponga una ventaja: tan mal está esto como cuando la ventaja consiste en ser hombre.
Ojalá que l@s activistas del feminismo tomen conciencia de los despropósitos y excesos que, en lo que a veces parece un descabellado ajuste de cuentas, se están cometiendo en su nombre, y sean ell@s mism@s quienes denuncien las discriminaciones por razón de sexo que perjudican a los hombres. ¿Es tan difícil defender sencillamente la igualdad de todos ante la ley? Creo que por no seguir –salvo honrosas excepciones– esta línea, por haber perdido el sentido de la justicia, el feminismo está perdiendo vigor, y se puede marchitar una fuerza decisiva en el avance de la democracia y los derechos humanos. Quizás sea conveniente un movimiento masculinista (o varonista), pero debería ser superfluo pues, en mi opinión, tendría exactamente los mismos objetivos que el auténtico feminismo: entre los fundamentales, acabar con el machismo… y con el hembrismo.

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