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espacios de ceremonias multiconfesionales de EMUCESA

El final de la vida · por María José Frápolli (GPL)

Habiendo recibido los Santos Sacramentos. EMUCESA, la empresa de servicios funerarios de Granada, incluyó esta frase ya clásica en la nota de reserva de la sala multiconfesional donde se celebró el funeral laico de un amigo muy querido. Funeral laico, sin misa, sin sacerdotes. Amigos y familiares despidiendo a la persona. Y no, mi amigo no recibió los santos sacramentos. ¿Por qué nadie dice nunca nada? ¿Por qué aceptamos, en cementerios y esquelas, la coletilla que coloca a la Iglesia como sancionadora de los últimos momentos de la vida? Además de ser abusivo, es falso. Es una mentira, sin paliativos. Una mentira consentida, eso sí. Esto, sin embargo, no parece importarle a nadie. Pero importa mucho. Cedemos terreno que si en estos casos pudiera parecer irrelevante, no lo es en absoluto. Al hacerlo así abrimos la puerta a la Iglesia, como protagonista, a todos los momentos importantes, nacimiento, pareja, despedida. Y desde esta ubicuidad interviene en la política y en la sociedad, con mayor o menor sutileza, con mejores o peores intenciones. Son los oficiantes por defecto. Y lo son porque lo consentimos.

Un Estado aconfesional no puede asumir por defecto las costumbres y los ritos de una religión. Por defecto no puede asumir nada. El “por defecto” debería ser la neutralidad absoluta. Quien quiera ceremonias confesionales tiene todo el derecho a tenerlas. Pero quien no las quiera, también. Y no jugamos con las mismas reglas. Para conseguir un entorno verdaderamente neutral hay que empeñarse, a veces con dureza. Y luego los laicistas somos agresivos. No es agradable tener que plantarse en momentos en los que, por la propia naturaleza de la situación, estamos emocionalmente vulnerables.

No podemos seguir en el paraíso una vez que hemos comido, evolutivamente hablando, del árbol del conocimiento

La nuestra es una especie maldita. Lo que nos define, nuestra extraordinaria inteligencia, supone un obstáculo insuperable para nuestra felicidad. No podemos seguir en el paraíso una vez que hemos comido, evolutivamente hablando, del árbol del conocimiento, una vez que somos capaces de discriminar entre el bien y el mal y que entendemos las consecuencias. Esa conciencia de sí, del tipo de animal que somos y de lo que nos espera, supone un salto evolutivo infinito que irremediablemente nos separa del resto de los animales. Algunas otras especies, evolutivamente cercanas a los sapiens, pueden captar parte del significado de lo que significa que otros miembros del grupo se mueran. Lo explica Susana Monsó en su estupendo libro La Zarigüeya de Schrödinger, pero discrepo absolutamente de la tesis de que, en lo que concierne a la muerte, “somos tan solo un animal más”. No lo somos. Somos el único animal que tiene su propia finitud como centro de su comprensión del mundo y que vive toda su vida tratando de aceptar este hecho irrefutable.

Somos animales, de eso no hay duda, pero animales conscientes. Y la evolución que nos ha traído hasta aquí no nos ha dotado, sin embargo, de las herramientas para aceptar este trágico destino final. Plantar cara con dignidad a esa verdad inapelable es muy difícil. La nada en la que todos acabaremos da vértigo y cada uno gestiona su vértigo como puede, silenciándolo con sustancias o rellenándolo con historias. Como puede. Y todos tenemos derecho a nuestra propia estrategia ¿Quiénes somos ninguna de nosotras, ninguno de nosotros, para juzgar las estrategias de los demás? Pero cada uno tiene derecho a la suya propia. Debe ser muy reconfortante pensar que no te vas del todo, que te reciben tus seres queridos para acompañarte a un lugar mejor, que vas a entenderlo todo de pronto, que vas a ser premiado por tus buenas obras, que merece la pena vivir con decencia para evitar el castigo. Debe serlo para quien tenga la capacidad de vivir en esa narrativa. Como estrategia personal, todos mis respetos. Pero no podemos aceptar que se nos imponga como estrategia común. Ese no es mi camino ni el de otros muchos ciudadanos que tenemos tanto derecho al respeto como los creyentes.

Estamos solos como especie, la especie maldita. Pero no estamos solos como individuos. Como individuos nos tenemos los unos a los otros. Somos una especie esencialmente social, en un sentido completamente diferente del del resto de los animales. Somos lo que somos porque somos juntos. Y juntos tenemos que seguir. La democracia es un logro que exige el reconocimiento mutuo capaz de fundamentar el respeto a las normas. Las narrativas más o menos paternalistas solo sirven a unos pocos, aunque acaban afectando a todos. Por eso es responsabilidad de todos construir una sociedad segura donde no haya exclusiones, con independencia de creencias, culturas, lenguas, orígenes. Y en este punto, como en otros, el laicismo es el camino.

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María José Frápolli es Miembro del Grupo de Pensamiento Laico y Catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia (UGR).

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