Yolanda Díaz, en un alarde de electoralismo de la peor especie, se ha reunido de nuevo con el Papa de Roma despreciando y pisoteando el laicismo institucional, intentado obtener credibilidad social en la iglesia católica cuando apenas se tiene electoral. Se pretende obtener una unción sagrada para legitimar un discurso político que cada vez es más contradictorio y vacío. La actitud de Yolanda Díaz es propia de los políticos que desprecian el secularismo y el laicismo institucional, intentado legitimarse en la religión y no en la acción cívico política. Pero, además, el personaje Francisco, que Yolanda nos lo presenta como un faro de la espiritualidad mundial, fue, cuando era Bergoglio y provincial de los Jesuitas de Argentina ,un colaborador con la dictadura de Videla y denunciante de curas de la teología de la liberación y , cuando ya era Arzobispo de Buenos Aires, el enemigo número uno de la libertad sexual de las mujeres y homosexuales ya que llegó a calificar de “diabólico” el tímido proyecto de unión civil de homosexuales propuesto por el gobierno de Kirchner; con el fin de lavar la tenebrosa realidad de su pasado colaboracionista con la dictadura argentina y figura conservadora en la iglesia católica de su país, ha promocionado multitud de campañas de autobombo y empalagosas películas hagiográficas , presentándose a sí mismo como un paladín de las reformas en la iglesia, reformas que, por otro lado, nos son más que medidas cosméticas para intentar frenar el descrédito cada vez mayor del catolicismo.
Pero, además, si Yolanda Díaz quiere representar un espacio de izquierda política parece contradictorio que lo haga alabando al cabeza de una institución tan retrograda y reaccionaria como la Iglesia católica que, en nuestro país, ha tenido- y tiene- tanta responsabilidad en la opresión ideológica de la sociedad. Repitió, en rueda de prensa Yolanda Díaz, por dos veces: “El papa Francisco es el mejor embajador del trabajo decente en el mundo “. Yolanda Díaz debería saber que la iglesia católica y sus miles de instituciones y órdenes y congregaciones religiosas mantienen a sus trabajadores y trabajadoras, por todo el mundo, en condiciones indignas. Así la Unión Internacional de Superioras Generales, que representa a medio millón de religiosas católicas, han denunciado que trabajan en condiciones de semiesclavitud sujetas a una estricta jerarquía eclesiástica, sin contrato laboral ni reglas específicas. Pero, además, han denunciado, que, desde el Vaticano, solo han recibido un trato como si fueran “niñas menores de edad”. Pero mas allá de las religiosas y monjas están los millones de asalariados o “voluntarios a la fuerza” en las miles de instituciones de la iglesia católica por todo el mundo, los cuales mantienen niveles salariales y condiciones laborales muy por debajo de los estándares corrientes y en ocasiones sujetos a presiones y coacciones ideológicas típicas del clientelismo clerical. No por casualidad la iglesia católica fue la última religión del mundo en condenar el esclavismo.
Que la representante de la izquierda más a la izquierda pretenda legitimarse en la religión y proclamar, por dos veces, al Papa de Roma como el paladín en la lucha por el trabajo digno además de ser una burda mentira, presenta a la religión como algo superior o más espiritual que lo civil como si el humanismo secular necesitara de la sanción moral religiosa para ser más creíble. Y en todo caso es intolerable que, en un Estado que se dice aconfesional, una ministra, sea de derechas o de izquierdas, utilice la religión para hacer electoralismo como lo ha hecho Yolanda Díaz vestida de riguroso negro, al estilo de una puritana evangélica del siglo XIX.