De hecho, el papa Pío XI cogió tal cabreo que escribió una encíclica, una carta oficial a su rebaño, titulada «Sobre la opresión de los fieles en España»
Desde que el cristianismo se convirtió en religión de estado en el siglo IV empezó a producirse una tensión entre las palabras de Jesucristo y las acciones de la organización religiosa que teóricamente tenía como función poner en práctica dichas palabras: la Iglesia. No hace falta una lectura muy profunda del Nuevo Testamento para ver que el profeta nazareno no tenía una gran simpatía por los que acumulaban riqueza ni por los que mezclaban la religión y el dinero. La Iglesia, en cambio, no se puede decir que rehuyera la acumulación de propiedades y dinero. El 3 de junio de 1933 nos dejó un buen ejemplo de donde han tenido a menudo las prioridades los representantes de Cristo en la Tierra.
Y lo hizo hablando sobre el país en el que vivimos. Con la llegada de la República a España, el gobierno decidió que la Iglesia no solo tenía demasiado poder en la sociedad española, sino que también tenía demasiadas propiedades. Así que obligó a las autoridades religiosas a entregar estas propiedades al estado, y a pagar impuestos como lo hacía el común de los mortales.
No sorprenderá a nadie que esto no sentara muy bien en el Vaticano, las oficinas centrales de la Iglesia católica. De hecho, el papa Pío XI cogió tal cabreo que escribió una encíclica, una carta oficial a su rebaño, titulada “Sobre la opresión de los fieles en España”.
En esta encíclica se quejaba de las propiedades que le habían sido “arrancadas” a la Iglesia e incitaba a los católicos españoles a hacer todo lo que estuviera en su mano para defenderse de esta persecución. Eso sí, les pedía que lo hicieran con medios legales e insistiendo en que la Iglesia no tenía más simpatías por una forma de gobierno que por otra.
Algo que tendría más credibilidad si este mismo papa no hubiese llegado a un acuerdo con un tal Benito Musssolini para que se impartiera educación católica en todos los colegios italianos, incluidos aquellos con mayoría de alumnos judíos o protestantes. Por no hablar de lo que sucedería en España sólo tres años después de esta carta… y en parte debido a ella.