El 24 de febrero de 1974 el obispo de Bilbao publicó una pastoral que llamaba al reconocimiento de la identidad cultural del pueblo vasco. El Gobierno de Arias Navarro le impuso arresto domiciliario. Tarancón llegó a escribir una carta de excomunión
Durante los últimos días del mes de febrero de 1974 la historia de la dictadura franquista y del Estado español pudo dar un giro radical, al menos, por unos días. Durante algunas horas el cardenal de Madrid, Tarancón, tuvo en su poder una carta de excomunión firmada contra todos los ministros de la dictadura; el presidente del Gobierno, Arias Navarro; y, por supuesto, el jefe del Estado, Francisco Franco. La carta debía ser entregada en la misma mano de Franco para que surtiera efecto. Sólo unas reuniones de última hora evitaron que se produjera «la catástrofe».
Según ha revelado una fuente bien informada del Palacio de El Pardo, esta reunión de última hora se produjo entre Tarancón y el dictador en la propia residencia del dictador. Franco, ya muy mayor, afirmó no saber nada de lo ocurrido días atrás ni de la intención de su Gobierno de expulsar al obispo de Bilbao por una homilía que, según el Gobierno, atentaba contra «la unidad de España». Y cuando tuvo conocimiento de lo que había sucedido, y de lo que pudo llegar a suceder, su excomunión, no daba crédito. Finalmente, todo quedó en un susto.
Esta historia de intrigas, reuniones secretas, llamadas a horas intempestivas y amenazas varias, comenzó con la homilía escrita por el obispo de Bilbao, Monseñor Añoveros, que debía leerse en todas las iglesias de su diócesis el domingo 24 de febrero de 1974. La homilía venía a decir que el Estado español debía respetar el «pluralismo social y cultural existente en el país». «La liberación de los pueblos y su desarrollo solidario dentro de la familia humana es también una exigencia de la universalidad o catolicidad del cristianismo», señalaba la homilía, que profundizaba aún más en el caso vasco:
«El pueblo vasco, lo mismo que los demás pueblos del Estado español, tiene el derecho de conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual (…) Sin embargo, en las actuales circunstancias, el pueblo vasco tropieza con serios obstáculos para poder disfrutar de este derecho. El uso de la lengua vasca, tanto en la enseñanza en sus distintos niveles, como en los medios de comunicación está sometido a notorias restricciones. Las diversas manifestaciones culturales se hallan también sometidas a un discriminado control», denunciaba la homilía escrita por el obispo Añoveros, quien había actuado como voluntario en la Guerra Civil como capellán de un Tercio de Requetés.
El texto fue interpretado por el presidente del Gobierno, Arias Navarro, y su núcleo duro de ministros como un «ataque a la unidad de España» y contra «las leyes fundamentales del reino» por lo que el obispo Bilbao quedó desde el miércoles 27 de febrero bajo arresto domiciliario. Así se lo comunicó el propio obispo de Bilbao al presidente de la Conferencia Episcopal, el cardenal Tarancón, en una llamada telefónica recogida en las memorias del cardenal: «El jefe de la policía, en nombre del ministro de la Gobernación, ha venido a verme para darme la orden de que quedo detenido en casa. También han dado la misma orden al vicario de Pastoral, Ubieta».
La amenaza del destierro
El conflicto ya había estallado. El Gobierno estaba que echaba chispas por la homilía pronunciada en Euskadi y la primera consecuencia había sido el arrestado domiciliario del obispo. No sería la única. El ministro de Justicia acudiría esa misma tarde a visitar a Tarancón en su domicilio con la intención de que el cardenal forzara la salida del país de Añoveros con destino a Roma. «Puede hacerlo con la excusa de que vaya a informar sobre lo sucedido», le dice el ministro de Justicia, Francisco Ruiz, a Tarancón. Esa mista tarde, el ministro de Asuntos Exteriores se reuniría con el nuncio monseñor Dadaglio para exponerle exactamente lo mismo: Añoveros debía salir de España en dirección a Roma y permanecer fuera de España un plazo de entre «diez y doce meses» y «jamás regresar a Bilbao».
Tarancón reprochó al ministro de Justicia la reclusión del obispo en su domicilio. «Los ánimos están muy exaltados en Bilbao, particularmente en los grupos de extrema derecha y en los ambientes militares. Sería una lástima que pasase cualquier cosa que todos pudiéramos lamentar», trató de justificar el ministro. «Luego se trata de un destierro. Usted que es magistrado y que ha sido Presidente del Tribunal Supremo sabe perfectamente lo que esto significa. Y no olvide que, por lo que veo, se trata de un destierro a un obispo sin la sentencia de un juez», contestó el cardenal a Ruiz
El Gobierno parecía estar «dispuesto a llegar hasta el final», incluido, afirma Tarancón, «la ruptura de relaciones con la Iglesia». Entre tanto, Tarancón, como recoge en sus memorias, publicadas por la editorial PPC, se preguntaba si Franco conocería este asunto: «No puedo creer que Franco esté al tanto. El Caudillo es mucho más listo y más sagaz para dejarse enredar por este incidente casi al final de su vida, a no ser, como aseguran algunos, que el Caudillo tenga ratos de casi inconsciencia y le hayan sorprendido en alguno de ellos», escribe el cardenal Tarancón.
La pena del destierro es la excomunión
El domingo 3 de marzo se desata la locura. El sacerdote Martín Descalzo, y ex director de Vida Nueva, telefonea a Tarancón y le informa que el Gobierno acaba de dar la orden de salida de España a monseñor Añoveros. Un avión le estaba en el aeropuerto. La siguiente llamada que recibe el cardenal procede del propio Añoveros, que le confirma que el jefe de la policía le ha dado orden por teléfono de que se prepare, porque le ha de acompañar dentro de media hora a un viaje al extranjero.
Añoveros, ni corto ni perezoso, contesta al jefe de Policía que, según el Derecho Canónico, hay excomunión para quienes impiden «la libertad de acción de un obispo» y que él no puede abandonar su diócesis sin «permiso del papa». Las cartas ya están sobre la mesa. El Gobierno ha declarado abiertamente su intención de expulsar al obispo y monseñor Añoveros no ha dudado en recordar que la consecuencia de esta acción es la excomunión.
Una vez llegados a este punto se recrudecen las llamadas desde la Santa Sede a la nunciatura de Madrid, del Gobierno a los obispos y de nunciatura a los ministros. El conflicto se estaba yendo de los manos y había que frenarlo porque las consecuencias podían ser muy graves tanto para el Estado franquista, que podría perder su principal pilar de apoyo, y para la Iglesia, que gracias al Concordato de 1953 gozaba de tantos privilegios en España.
Cumbre en El Pardo
Es ente punto donde el cardenal Tarancón se pregunta si Franco está al tanto de las consecuencias del conflicto. Él no tenía dudas de que Franco era más audaz que lo demostrado hasta ahora por su gobierno. De este modo, Tarancón acude a El Pardo para reunirse con el dictador por vía oficial. Sin embargo, no se le permite la entrada. El cardenal recurre entonces al capellán de El Pardo, monseñor Bular, para que le consiga un acceso extraoficial. Tarancón nunca aclaró públicamente en vida si consiguió acceder a Franco.
Una fuente presencial de esta visita de Tarancón al Pardo, cerca a ambas partes, da testimonio, sin embargo, del éxito de Tarancón en su propósito. «Tarancón se reunió con Franco. Le expuso que si continuaban en su propósito de expulsar al obispo tendrían que excomulgarlo a él y a todo su gobierno. Fue entonces cuando Franco afirmó que no sabía nada», señala esta fuente que prefiere mantenerse en el anonimato.
Acto seguido, Franco mantendría una reunión con Arias Navarro y el avión, que esperaba al obispo de Bilbao para su expulsión del país, desapareció del aeropuerto sin dejar rastro. El peligro de expulsión había desaparecido y, por extensión, la excomunión de Franco también. El conflicto continuaría varias semanas más en otro tono, con el problema del nacionalismo vasco entremedias y con acusaciones a la Iglesia vasca de pertenecer al entorno de ETA. Sin embargo, más reuniones y más conversaciones entre altos cargos de la Iglesia y del Estado apagarían el fuego por propia conveniencia.
«Eso a vosotros no os importa ya»
La versión facilitada a Público no es la única existente sobre cómo se resolvió este conflicto y cómo terminó la amenaza de excomunión a Franco. Santiago Calvo, quien fuera secretario particular del cardenal Marcelo González -Primado de España y arzobispo de Toledo de 1971 a 1993-, señaló en el año 2013, en declaraciones a Europa Press, que la reunión que consiguió desbloquear la situación fue la mantenida por el cardenal Marcelo y el propio Franco, de 28 minutos de duración, la mañana del 4 de marzo de 1973.
Sea como fuere, Franco consiguió evitar la excomunión y la ruptura de los acuerdos con la Santa Sede. Tarancón moriría en 1994 y dejaría siempre la incógnita de si llegó a reunirse con Franco para evitar su excomunión y de si llegó a mostrar a Franco la carta que tenía preparada para su excomunión. «Cada vez que le hemos preguntado al cardenal Tarancón si en aquella reunión tenía en el bolsillo la orden de excomunión al propio Franco, el cardenal nos miraba con una sonrisa y con su habitual aire socarrón contestaba: ‘Eso a vosotros no os importa ya. Es algo que ya sucedió y que quedó atrás'», sentencian las fuentes contactadas por Público.
El cardenal Vicente Enrique y Tarancón.