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FRAN PULIDO

El depredador benévolo · por Antonio Muñoz Molina

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En un piso del barrio de Salamanca, que imaginamos antiguo y cavernoso, Martin Vigil escribía cartas y tendía cebos a adolescentes, a quienes deslumbraba para abusar de ellos

Uno no siempre dice la verdad sobre su educación lectora, unas veces por corregir el pasado, otras por simple olvido. Solo desde hace poco tiempo he vuelto a acordarme de que uno de los escritores a los que más admiré en mi primera adolescencia fue José Luis Martín Vigil, que ha regresado tristemente del olvido más de 10 años después de su muerte por una serie de sórdidas historias de abusos investigadas por Íñigo Domínguez. El tránsito entre el éxito abrumador y el descrédito irreparable puede ser muy rápido. Nadie puede desaparecer tan sin rastro como quien ha sido muy visible. Los lectores jóvenes de ahora no pueden imaginar la popularidad que tuvo Martín Vigil en los años sesenta y setenta, en aquella cultura literaria del franquismo que se ha borrado por completo de los estudios académicos y de la memoria común, y en la que predominaban superventas como las novelas de José María Gironella sobre la guerra civil y el Libro de la vida sexual del doctor López Ibor, sexólogo del Opus Dei. Había una propensión cautelosa a los temas “fuertes”, a las historias de insinuaciones sexuales, incluso de una cierta denuncia social. Ahora los autores que recordamos de aquellos años son sobre todo Miguel Delibes y Camilo José Cela, pero José María Gironella era mucho más leído que cualquiera de los dos. Los títulos de su trilogía sobre la guerra eran omnipresentes, y sugerían por sí mismos como una promesa de ecuanimidad en la rememoración: Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos, Ha estallado la paz. A Gironella llegué a saludarlo cuando ya era muy viejo, resignado a la oscuridad, tal vez también a la pobreza, después de haber vendido tantos centenares de millares de libros. Es posible que fuera mejor novelista de lo que recordamos.

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