Extremadura tuvo también a finales del siglo XIX su particular persecución religiosa contra quienes se atrevieron a dar publicidad a lo que inicialmente comenzó siendo una teoría, la de la evolución, que ahora cumple 160 años.
Ahora que la Iglesia católica española anda ojo avizor ante el riesgo de perder esos privilegios que ha convertido en derechos por su santísima voluntad, cabe recordar -con motivo del aniversario el pasado 24 de noviembre de la publicación en 1859 de El origen de las especies de Charles Darwin – que Extremadura tuvo también por aquel entonces su particular persecución religiosa contra quienes se atrevieron a dar publicidad a lo que inicialmente comenzó siendo una teoría, la de la evolución, y finalmente se ha convertido en un hecho, el evolutivo, comprobado mediante evidencias científicas difíciles –por no decir imposibles- de refutar.
En el año 1883, el catedrático de Física y Química y director del Instituto de Badajoz Máximo Fuertes Acevedo publicó un libro, El darwinismo. Sus adversarios y sus defensores, que a la larga le costaría la dirección del mismo Instituto. Al año siguiente, en 1884, el ministro de Fomento, de quien entonces dependía la enseñanza en España, le destituyó como director acusado de haber retirado los signos confesionales del Instituto, acusación que respondía a la campaña de descrédito orquestada contra su persona por el canónigo de Badajoz Ramiro Fernández Valbuena, quien a través de sus críticas y sátiras publicadas en el ultramontano periódico El Avisador de Badajoz arremetía contra krausistas, darwinistas y librepensadores. Bajo el seudónimo de Clara de Sintemores, el canónigo escribía sátiras como ésta:
El amebo o amiba
Que del agua nació con alma viva
Cuando le dio la gana,
en pez se transformó si no fue en rana
Ensanchando más tarde sus pellejos
Formó varios bichejos.
De estas transformaciones como fruto
Resultó el Director de un Instituto.
Si éste sigue la norma
Veremos en qué bicho se transforma.
Fuertes Acevedo se vio obligado a redactar un pliego de descargo frente al ministerio y, a pesar de todos los tejemanejes, finalmente se hizo justicia y fue repuesto en su cargo de director del Instituto de Badajoz, cargo que desempeñó hasta el final de su vida, en julio de 1890. En abril de ese año se le nombró catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Granada, cargo que rehusó ocupar.
Conocemos la figura de Fuertes Acevedo –investigador, científico, erudito, escritor- gracias a su reconocimiento en su tierra de origen, Asturias, donde incluso hay un premio de ensayo que lleva su nombre, el Premiu Máximo Fuertes Acevedo d´Ensayu en Lingua Asturiana. De su labor en Extremadura y del calvario vivido a causa de la intolerancia ultramontana de la clerigalla de Badajoz, sátira incluida, sabemos gracias a la extensa obra de quien fuera también erudito, persona sabia y director de la Editora Regional de Extremadura, Fernando Tomás Pérez González, encargado de la edición de obras como las de la Biblioteca de Barcarrota y lamentablemente fallecido en 2005, autor de una prolija obra de investigación extremeña.
En su libro La introducción del darwinismo en la Extremadura decimonónica y en una colaboración (Darwin y los canónigos de Badajoz) en la obra colectiva Evolucionismo y cultura: darwinismo en Europa y Latinoamérica, da noticia larga y sustanciosa sobre lo que tuvo que sufrir Fuertes Acevedo, de quien no queda reconocimiento alguno en su tierra de adopción y donde produjo buena parte de su mejor obra escrita. Por no haber, no hay ni nombre suyo en el callejero de una ciudad que suprimió, con afán de venganza ante el imperativo de tener que cumplir con la Ley de Memoria Histórica, el de Margarita Nelken, adelantada feminista de su época y tres veces diputada en el Congreso por la provincia de Badajoz.
160 años después de la publicación de El origen de las especies y con todo lo que ha llovido en cuestión de evolucionismo, nuestro sistema educativo carece de la relevancia que merece este libro, al que relega a la mera referencia literaria en diversas materias. Tanto es así que, a día de hoy, el alumnado de Primaria termina esta etapa educativa sabiendo interpretar el misterio de la Santísima Trinidad pero ignorando por completo el fundamento de la selección natural en el origen de las especies y su adaptación al medio. A la zaga le va la Secundaria y –mucho me temo- incluso la Universidad.
Alumnos me he encontrado en mi camino que, habiendo terminado la ESO, se sorprenden sobremanera cuando les explico los mecanismos del evolucionismo, contrariados en su creencia única del origen divino revelado por el Génesis bíblico. Por poner un botón de muestra, el libro de primer curso de ESO de Religión dice: “El autor de la creación, cielo, tierra, universo y hombre es Dios. Esta es la fe del creyente cuyo relato se encuentra en la Biblia”, mientras que el libro de Biología del mismo curso dice: “El Universo se originó tras una gran explosión, el Big Bang, que tuvo lugar hace unos 13 700 millones de años y, desde su formación, sigue expandiéndose”. Ambas son materias evaluables. El caos en la mente del alumnado está servido.
Hoy como ayer el darwinismo sigue despertando suspicacias y El origen de las especies es un perfecto desconocido en los predios educativos. Ni tan siquiera algunos de sus mejores párrafos o capítulos son materia de lectura recomendada, por no decir obligatoria. No es de extrañar que la Iglesia católica española ponga el grito en el cielo ante lo que pueda suponer una pérdida de sus privilegios, entre los que destaca el derecho a adoctrinar en la escuela pública. Es de esperar que, tal vez, cuando la religión desaparezca de nuestras aulas, al librepensamiento por fin le crezcan alas.