En la actual Casa de Cultura de Ciutadella, durante los siglos XVIII y XIX, fueron encerradas “mujeres de mala vida” para “restaurar su honor” entre agresiones físicas, trabajos forzados y rezos
En solo nueve días las tropas del general inglés James Stanhope se hicieron con el control de Menorca. Era septiembre de 1708 y comenzaba la primera dominación británica de la isla. Para el investigador e historiador Marc Pallicer fue un periodo “de expansión demográfica y económica y de modernización” que también supuso la inmersión de miles de soldados ingleses entre su población local. Lo que nunca recogieron los libros de Historia fueron las “escandalosas” relaciones que algunos establecieron con mujeres menorquinas por las que ellas acabaron encerradas en un correccional para “recuperar su honor”.
En junio de 1726, para el vicario general de Menorca, Miquel Barceló, la situación era ya insostenible. En una carta al nuevo gobernador británico denunció la existencia de “muchas mujeres” que mantenían “carnales, ilícitos y escandalosos tratos con diferentes sujetos de la isla” y que se entregaban “a sus desordenados apetitos”. Algunas, añadía, vivían “públicamente amancebadas con sujetos británicos, cosa que ninguna nación permite”. Barceló rogaba que se pusiera “remedio a semejantes abusos y desvergüenzas” que causaban “muchos perjuicios y graves daños al bien público” de Menorca y que perturbaban “la paz y buen concierto entre las familias”.
“Para la moral de la época, las mujeres menorquinas tenían que estar prácticamente encerradas en casa, llevar una determinada vestimenta, casarse, etc. Aquellas mujeres de comportamiento escandaloso lo eran porque no se ajustaban a la norma, a lo que se esperaba de ellas”, señala el historiador Joan Pons Alzina, coautor junto a Josep Maria Perlasia del artículo Dones escandalosas i ordre social a Menorca (1726-1736).
Para Pallicer, autor de Història de la prostitució a Menorca, se trataba directamente de prostitutas. “En el siglo XVIII Menorca era un paraíso comercial y tenía un núcleo de prostitución potentísimo en el que casi el 100% de la clientela eran soldados británicos”, explica. Un oficio en el que, lejos del concepto actual, las mujeres no tenían el mayor número de clientes posible, sino que establecían una relación “de exclusividad” con un único hombre. “Buscaban a alguien que las mantuviera, pero no como pareja, sino a cambio de realizar las tareas domésticas, incluido el sexo, y de mantener esa lealtad”, añade.
Encerradas para “abstenerse de la publicidad del pecado”
La mayoría eran mujeres de clase humilde. “Generalmente desarraigadas de sus familias, eran viudas o huérfanas, de condición social baja y que sufrían la pobreza”, detalla el autor. Acababan en la prostitución como forma de supervivencia. Algunas, de forma directa; otras -como denunciaba la carta de Barceló- de la mano de aquellas que, “sirviendo el desdichado y vil oficio de públicas alcahuetas, hacen caer y tropezar muchas doncellas en semejantes desgracias”. Las mismas que les recomendaban que se relacionasen con soldados británicos mejor que con menorquines para evitar las habladurías. Pero los locales, subraya Pallicer, también recurrían a sus servicios.
La isla llevaba décadas intentando poner coto a aquellas “mujeres de mala vida”. “Para la Iglesia era una cuestión de moral, pero para los mandos civiles y militares también era un tema sanitario porque siempre se ligaba a la proliferación de enfermedades”, describe el investigador. Cuando en 1726 el vicario general acudió al gobernador fue porque ni siquiera las expulsiones habían tenido resultado: muchas habían sido devueltas a Menorca en cuanto se descubría su condición en los lugares de destino.
Las autoridades plantearon entonces que aquellas “mujeres escandalosas” fueran “encerradas” en un lugar en el que pudieran “abstenerse de la publicidad del pecado y de las ocasiones de pecar y hacer pecar”. De hecho, permanecerían incomunicadas y no podrían hablar más que con sus familiares -y siempre bajo vigilancia- y con los mayordomos de la nueva institución. Su castigo, decían, serviría “de escarmiento” para otras jóvenes.
“Hasta el siglo XIX no existieron cárceles con un sentido correccional, nadie era condenado a años de prisión, sino que éstas eran un paso temporal antes del castigo”, aclara Pons Alzina. Pese a que el proyecto tardó años en fraguar, en 1736 una parte del Hospital de Santa Magdalena de Ciutadella -actual Casa de Cultura- ya funcionaba como reformatorio para estas “mujeres de mala vida”.
Los historiadores no han conseguido determinar aún el número exacto de mujeres que pasó por aquel correccional, ya que el libro de registros del antiguo hospital no diferenciaba entre las ingresadas como pacientes de las reclusas. Las condiciones en las que vivían siguen siendo hoy objeto de investigación. “Estaban encerradas de forma no voluntaria, sufrían castigos y recibían servicios espirituales con la intención de que recondujeran sus vidas”, explica Pallicer.
Estaban encerradas de forma no voluntaria, sufrían castigos y recibían servicios espirituales con la intención de que recondujeran sus vidas
Marc Pallicer— Investigador e historiador
Para la gestión del reformatorio se creó un órgano formado por un regidor eclesiástico encargado de la parte espiritual y las confesiones, y cuatro seglares destinados a captar limosnas para mantener el centro, buscar trabajo para las mujeres reclusas -principalmente en la costura- y comercializar los productos que crearan.
Además de confiar en su formación religiosa para su “salvación”, los promotores creían que aquellas mujeres podrían “restituir su honor” mediante la “disciplina laboral”, señala Pons Alzina. Así, “tanto si era de agrado como por fuerza”, las reclusas trabajaban para poder generar ingresos con los que sufragar su comida y vestimenta. El asesor de la Real Gobernación llegó a plantear incluso que estuvieran encadenadas y se las castigara con azotes si insistían en continuar “su mala vida”.
La propuesta fue tan bien acogida que, en un momento dado, se planteó la creación de una “casa de reclusión” en cada pueblo. Finalmente, la falta de recursos hizo que en Maó, Es Mercadal y Santa Águeda el proyecto quedara en vía muerta.
La vuelta al reformatorio en 1816
Para Pallicer, aquel experimento fue “cero efectivo”: “No consiguió erradicar la prostitución, de hecho a mediados del XVIII se había disparado en Ciutadella, Alaior y Maó. Fue un intento de acallar un problema en un momento determinado”, asegura.
Lo cierto es que en 1816, y ya bajo dominio español, el obispo Jaume Creus volvió a la carga. En una carta al comandante general de Menorca solicitaba una “providencia seria” contra estas “mujeres públicas, escandalosas y corruptoras de las buenas costumbres” porque sus “paternales amonestaciones” no habían conseguido “remediar tanta corrupción”. Según Creus, en la isla había “continuas quejas y clamores” y eran “notorios los amancebamientos, divorcios y multitud de vicios que reinan”.
Esta vez el obispo no disparaba al azar sino, con su carta, envió una ‘Lista de las mujeres que ocasionan escándalos públicos en esta ciudad de Mahón’ en la que Pallicer identifica una treintena de prostitutas y seis alcahuetas. El listado incluía no solo algunas mujeres casadas como Joana Fedelich, sino también madres e hijas que compartían oficio, como Maria ‘Coronell’ o Filipa la de la calle Sant Llorenç y sus descendientes. Mujeres a las que señalaba directamente porque, “no contentándose con ser públicamente malas, se valen de todos medios para engañar a hijos de familias, seducir casados y atraer a sus delitos a doncellas ignorantes y sencillas”. La situación había llegado a tal punto que, según Pallicer, hasta el propio secretario del comandante general fue acusado formalmente de ir con prostitutas.
No contentándose con ser públicamente malas, (las prostitutas) se valen de todos medios para engañar a hijos de familias, seducir casados y atraer a sus delitos a doncellas ignorantes y sencillas
Jaume Creus— Obispo
La solución que proponía el prelado volvió a ser la de “desterrarlas o asegurarlas en un paraje” donde no pudieran “promover la procaz deshonestidad que van diseminando por este pueblo”. Después de un mes sin recibir respuesta alguna, Creus optó por acudir directamente al Tribunal Criminal de Menorca.
En marzo de 1819 el Hospital de Santa Magdalena de Ciutadella reabrió sus puertas como correccional. El obispo y el gobernador habían acordado desterrar allí a las prostitutas de Maó con el objetivo de “convertirlas” a las buenas costumbres. Para facilitar la tarea, detalla Pallicer, se decidió enviar en grupos de dos o tres a las mujeres de la lista y, una vez se hubiera “solucionado el problema”, llegaría una nueva remesa hasta que hubieran pasado todas.
Para el también responsable del Archivo Municipal de Ciutadella la “gran incógnita” pendiente es saber los detalles de los castigos que recibieron estas mujeres en su reclusión. Sí se conoce la sentencia que una de aquellas mujeres, Na Teterrina, sufrió en 1818 cuando fue condenada a escarnio público. Su delito -según recoge del historiador Pere Riudavets- fue el de “explotar la miseria de las jóvenes del interior del país entregándolas luego a la prostitución”, incluidas algunas “de honrada familia”. El juez ordenó que se la paseara por las calles de Maó montada en un borrico y con la cabeza rapada, para luego enviarla al correccional de Palma.
Estos reformatorios para “mujeres escandalosas” o “mujeres de mala vida” no fueron exclusivos de Menorca. En su estudio Pallicer recoge cómo pocos años antes en València se solicitó la creación de una “casa de corrección de prostitutas” que financiarían los propios vecinos para evitar “los escándalos y mala influencia” que ejercían sobre los jóvenes.