El escritor Ernesto Pérez Zúñiga denuncia los abusos que sufrió en su infancia. El actor Adolfo Fernández corrobora las acusaciones en el centro de la orden en Bilbao. Nuevas víctimas confirman los casos en León.
El escritor Ernesto Pérez Zúñiga se quedó de piedra el pasado sábado al leer el artículo sobre los casos de abusos en los maristas en EL PAÍS. Uno de los testimonios, el de Manuel Garach Gómez, de Granada, contaba exactamente lo mismo que le había pasado él: un profesor, Guillermo García, alias Willy, había abusado de él en los años ochenta y, tras enterarse de que seguía en el colegio, lo había denunciado a la dirección en 2010, pero no hicieron nada. El profesor ha seguido en el centro hasta hace pocos años. Pero es que el cuadro que emerge ahora es aún peor. Pérez Zúñiga afirma que ya lo denunció a los maristas mucho antes, en 1988, y también hicieron caso omiso: “El colegio ha tapado y protegido a un pederasta durante 30 años”.
Portavoces de la provincia mediterránea de maristas, a la que pertenece el colegio de Granada, aseguran que no tenían constancia de la denuncia: “No teníamos hasta este momento conocimiento alguno (…) en el ámbito provincial”. “En todo caso, y como hacemos con cada nueva información que recibimos de este tipo, iniciamos un proceso para verificarla con el objetivo final, como siempre, de poder contribuir a la justicia restaurativa que se procura a cualquier víctima”, explican. La orden, por otro lado, se niega a aclarar hasta qué año ha estado en el colegio el profesor Guillermo García. Los maristas han abierto desde el pasado mes de junio una investigación sobre 35 hermanos acusados de abusos desde los años cincuenta, a raíz de la información de numerosas víctimas que le ha entregado EL PAÍS.
Pérez Zúñiga, de 49 años, ya contó su historia en 2018 en su novela Escarcha (Galaxia Gutenberg, 2018), sin citar el nombre del centro, aunque en Granada todo el mundo lo supo, también porque luego escribió en 2019 un artículo con una denuncia explícita en EL PAÍS Semanal. “En el entorno del colegio se armó un escándalo, pero no pasó nada”, recuerda. Su relato describe, como ha ocurrido en otros casos, el impacto de un profesor moderno y simpático que encandilaba a los chicos. “En un ambiente tradicional como el del colegio era un tío encantador, nos hacía sentir como adultos, éramos un grupo de amigos en el que él pasó a ser el líder, en un clima tipo El club de los poetas muertos, solo que el personaje de Robin Williams resulta que es pederasta”. Un compañero suyo de clase, J. A. R. A., cuenta que no olvidará nunca el primer día de clase con este profesor de música en sexto de EGB: “Entró en clase dando una voltereta lateral, haciendo tonterías, era muy empático con los niños”. Él también asegura que fue víctima de Willy, y dice conocer al menos a nueve personas más, solo de su época.
Era el profesor más dinámico del colegio, organizó un coro, hizo un montaje de Jesucristo Superstar que se representó durante años en Granada. Pérez Zúñiga recuerda: “Teníamos 13 años, quedábamos con él en un bar, jugábamos al futbolín, tomábamos una cervecita. Nos llevaba de acampada, los fines de semana íbamos a su casa, en una urbanización de las afueras, a hacer fiestas, podías invitar a tu novia, nos quedábamos a dormir. Claro, es que le decías a tus padres que ibas con el profesor y se fiaban. Era listísimo, iba seleccionando, según quién le gustaba y se hacía amigo de sus padres”. También organizaba acampadas de fin de semana en casas que alquilaba en pueblos de la Alpujarra, como Tocón de Quéntar (con este nombre los alumnos hacían bromas), Moclín y Ferreirola. “Cuando nos quedábamos en su casa a dormir, él dormía con nosotros. Se ponía en medio. Iba paso a paso, iba creando el clima para su ataque con nocturnidad, que es lo que me pasó a mí. Lo hizo en un momento de debilidad, que tenía problemas en casa, y él lo sabía. Le dijo a mi madre que me dejara ir a pasar el fin de semana, para olvidar un poco. En plena noche me empezó a meter mano, me quedé congelado. Al final le paré”.
Su amigo J. A. R. A. cuenta lo mismo: “Fue en una acampada en una casa. Dormía a mi lado y en mitad de la noche me desperté y me estaba tocando. Me quedé paralizado. Duró unos minutos y luego me puso mi mano en sus partes, pero ahí ya me di la vuelta y me hice el dormido, y no siguió”. El lunes, de regreso a clase, el profesor le pidió quedar luego para hablar. Fueron a un bar: “Me dijo lo que había pasado por la noche y que creía que me había gustado, a ver si le seguía el juego, pero yo le dije que no recordaba nada y que no. Me dijo que no se lo dijera a nadie”. De todos modos le volvió a pasar una segunda vez.
Mirando atrás, Pérez Zúñiga reflexiona sobre la confusión en que cae un menor: “Al ser alguien que admiras por un lado te sientes elegido, orgulloso, pero al mismo tiempo sabes que es un ataque, sientes una traición. Pasas de la culpa a la comprensión. Tratas de olvidar, sientes vergüenza, se convierte en un secreto ominoso”. J. A. R. A. explica que lo evitaba pero no podía apartarse de él porque significaba apartarse de su grupo de amigos.
“El colegio lo sabía”
Los dos amigos iban como monitores a los campamentos del colegio de la asociación Ademar. “Ahí hablando unos con otros salieron muchas confesiones, mucha gente había tenido experiencias parecidas”. En un campamento llegó a haber una especie de motín de los chavales, que empezaron a pensar en presentar una denuncia. Según relatan ambos amigos, el profesor les amenazó con enviarles sus abogados y la idea no prosperó. Ernesto decidió ir a contarlo al colegio en el verano de 1988, cuando ya dejaba el centro e iba a comenzar a la universidad. “Hablé con el director, Eliseo, en su despacho, le conté todo y me dijo, lo recuerdo perfectamente: ‘No te preocupes, nos vamos a encargar de esto’. Y me fui con la conciencia tranquila”. Supo que se suspendieron los campamentos y lo habían apartado. J. A. R. A., que siguió vinculado algunos años más al colegio como monitor, también lo comentó a varios profesores. “El colegio lo sabía”, asegura.
Pérez Zúñiga terminó la carrera de Filología, en 1994, echó currículums en varios colegios y justo le llamaron del suyo, para una sustitución: “Voy y para mi sorpresa me lo encuentro allí, allí seguía”. Estuvo solo dos días porque, extrañamente, luego le comunicaron que había habido un error y ya tenían otra persona. Mucho tiempo después se enteró de que Willy había maniobrado para echarle. Los campamentos también se reanudaron.
Años después el escritor coincidió en un bar de Granada con dos profesores del colegio. En confianza, les preguntó cómo podían seguir protegiendo a este docente. “Me respondieron: ‘Es un hombre enfermo que necesita compasión cristiana’. Y me invitaron a ir a verle y hablar con él, que le sentaría muy bien”. Lo que finalmente hizo Ernesto en 2018 fue volcar la historia en su novela. Es lo que le aconsejaron también en la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía y en una asociación de ayuda a víctimas, cuando llamó en 2012 para informarles del caso y le desanimaron: “Me dijeron que sin pruebas y con todo prescrito mejor que me olvidara. Me desesperaba porque no podía hacer nada y les dije que estaba pensando en escribir una novela. ‘Pues es lo mejor que puede hacer’, me dijeron”.
“Le pillábamos siempre con un chavalito sentado encima”
En Bilbao, el actor Adolfo Fernández también se quedó helado al ver en el periódico la foto de su entrenador de baloncesto en los maristas, el hermano Esteban Villalba, apodado El Pelamingas. “Era un depredador que campó a sus anchas durante años, absolutamente encubierto por el colegio, todo el mundo callaba”, recuerda. EL PAÍS publicó el testimonio de tres exalumnos de dos colegios de Bizkaia por donde pasó el hermano Esteban, El Salvador de Bilbao y la Fundación Jado de Erandio. En el caso de este intérprete, en el curso 1968-1969, con 10 u 11 años, le abordó en las escaleras del centro: “Yo bajaba, él vino hacia mí y me metió mano por debajo del pantalón, en los testículos, recuerdo su mano congelada. Debí de poner tal cara de terror que a la semana siguiente convocó al equipo y me hizo capitán. Se suponía que el capitán era el mejor, y yo no lo era, pero así me quiso silenciar”.
Fernández recuerda que cada vez que entraban en clase, él estaba allí: “Le pillábamos siempre con un chavalito sentado encima. Era su ejercicio diario, arrinconar a un chaval y meterle mano, sobarle. Era un depredador incansable, vivía para eso. Tenía cuatro o cinco predilectos, te podría decir los nombres, y sabíamos que venía de otros colegios donde había tenido problemas. Eso lo sabíamos los niños, así que imagínate los adultos”. Recuerda que en ese ambiente de permisividad también había muchos rumores sobre lo que ocurría en las piscinas del centro, en las clases de natación. “Éramos niños muy indefensos”.
Otro exalumno de los maristas de Bilbao localizado por EL PAÍS es Gorka Totorika, que asegura que con 11 años también sufrió abusos de Villalba. En su clase, de la generación del 68, le llamaban El tocaniños. “Sabía bien a quién hacérselo. A los problemáticos y a los del baloncesto ni los tocaba. A mí, en concreto, me llamaba a su mesa, cogía mi mano y se la frotaba en su pene erecto. Tengo grabado a fuego cómo te miraba con esos ojos azules mientras lo hacía. Se ponía muy rojo… hasta las orejas. Era pura perversión”, relata. Totorika subraya que la fama de este docente era conocida por profesores y alumnos, y no deja de repetir una frase: “Hoy estaría en la cárcel”.
Otras dos personas han escrito al correo electrónico habilitado por EL PAÍS y corroboran las acusaciones en el colegio San José de León contra el hermano Juan José, El Tomate, y Antonio María, El Pilila, el encargado de la enfermería. Uno de ellos, que no desea ser identificado, relata: “Recuerdo al Tomate metiéndome mano. Creo que mis padres fueron de los primeros matrimonios en separarse del colegio, al menos de mi clase, yo debía tener 10 u 11 años, el hermano Juan José parecía que sentía empatía o lástima por la situación y me pidió en un par de ocasiones que me quedase al final de la clase, parecía compasivo pero me agarraba del culo, me daba azotitos y me presionaba contra él y su entrepierna. Mi carácter cambió, no podía decir nada y abandoné el colegio tras terminar octavo de EGB. Fueron unos momentos horribles hasta que abandoné el centro. Es la primera vez que comento esto, nunca antes, a nadie”.
El otro exalumno, que recuerda tocamientos de los dos, admite que leer la noticia ha sido traumático. “Todo se había quedado almacenado como un recuerdo borroso en mi mente hasta que volví a leer el modus operandi de estos dos hombres. Me he pasado toda la vida creyendo que eran recuerdos falsos, o que nunca sucedieron, quizás como defensa mental. De niño lo conté en casa, pero no me creyeron. Entre los internos se hacían chistes y bromas sobre casi todos ellos. (…) Ha sido leer el artículo ahora y no parar de llorar mientras una avalancha de emociones y recuerdos me destrozaban internamente. Cuando echas la vista atrás te das cuenta de que todos esos hechos te marcaron en la personalidad y dejaron huella dolorosa”.
Con estos nuevos casos de abusos, el total de los conocidos en el clero español se eleva a 353 con 883 víctimas, según la contabilidad que lleva EL PAÍS, ante la ausencia de datos oficiales o de la Iglesia, que se sigue negando a investigarlo.