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El circo del Divino Niño

Por Carlos de Urabá

La Jerusalén de oro”  del barrio 20 de Julio de Bogotá

No seamos ingenuos exigimos imposibles cuando sabemos de antemano que solo un milagro podrá cambiar nuestro destino. A los parias, a los desheredados, a los huérfanos y menesterosos no les queda más remedio que arrodillarse en los altares y encender velitas a los cristos, vírgenes o santitos a ver si escuchan nuestras suplicas.

La religiosidad obnubila a los devotos con su parafernalia de misas, procesiones, y coros celestiales; que si el padrecito vestido con su blanca casulla y estola dorada con el hisopo en la mano asperjando agua bendita sobre el redil o elevando al cielo el copón bendito antes de consagrar la hostia santa.  -Bienaventurados los llamados a esta cena, hermanos-  y las fieles presas de un ataque de misticismo cierran los ojos esperando que caiga sobre sus cabezas las lenguas de fuego del espíritu santo.

Un buen jinete sabe domar a conciencia un potro salvaje y eso fue lo que hicieron los frailes doctrineros con los herejes indígenas.  No fue por amor que aceptaron a ese Dios blanco todopoderoso sino por el terror que les inspiraba los castigos y los escarmientos a que eran sometidos. A la fuerza tuvieron  que rendirse de rodillas en los altares y adorar al Cristo crucificado que resucitó al tercer día según las escrituras.

Los conquistadores españoles a ese territorio ignoto situado en pleno corazón del continente americano lo bautizaron con el nombre Nuevo Reino de Granada. Realmente se trataba  de la Cundinamarca de los Chibchas, “el país de los cóndores”. Los invasores se proclamaron los dueños y amos de las tierras conquistadas reclamando directamente al rey los títulos de propiedad y los blasones de nobleza.

La principal misión del imperio católico hispano era evangelizar esas razas inferiores incapaces de discernir, seres carentes de uso de razón que había que redimir del pecado original en la pila bautismal. Tales fueron los castigos impuestos por los frailes doctrineros que los conversos chibchas o muiscas se volvieron más fanáticos y radicales que los propios inquisidores. Con la espada y la cruz había que extirpar las idolatrías y exterminar a los bárbaros hijos de Satanás. Por pura supervivencia aceptaron ser bautizados, renegaron de sus nombres, de sus creencias, de sus dioses, de su lengua materna hasta asumir la condición de siervos y esclavos.

Allí a 2.600 metros de altura en medio de la cordillera de los Andes se fundó en 1538 la muy noble y muy leal villa de Santafé, capital del Virreinato de la Nueva Granada. La Santafé de los redimidos, la Santafé de los conversos, la Santafé de los mojigatos y penitentes construida al pie de los cerros tutelares (donde reina el buziraco o el demonio según los frailes doctrineros) que dominan la inmensa sabana (Muequetá) del cacique Bacatá, la tierra más fértil y generosa que ojos humanos hayan conocido (así la describían los cronistas de Indias) Una ciudad completamente aislada del mundo, una tierra inhóspita a la que llegaron los conquistadores y aventureros atraídos por la leyenda del mítico dorado. La increíble historia de ese cacique que cubierto en polvo de oro se bañaba en las frías aguas de la laguna Guatavita para ofrendarles su mágico tributo a los dioses. El único punto de contacto con el exterior se encontraba en Cartagena de Indias, en el mar de los Caribes, a más de 1.000 kilómetros de distancia. Para entrar o salir de Santafé (nombre que le puso el conquistador andaluz Jiménez de Quesada en recuerdo de Santafé-Granada) había que aventurarse a navegar por las el río de la Magdalena que surcaba regiones selváticas dominadas por tribus hostiles y muy feroces. De ahí que en la sabana cundiboyacense se engendrara la versión más puritana y fundamentalista  del catolicismo hispano. Así lo revela la cantidad de iglesias, basílicas y catedrales construidas en honor al Dios blanco Todopoderoso, su hijo Jesucristo y la virgen santa. A sangre y fuego tenía que brillar el faro civilizador y a fe que cumplieron con su palabra.

En la historia más reciente de la conquista espiritual del Nuevo Mundo tenemos que reseñar el increíble caso del sacerdote Juan de Rizzo. Este cura italiano llega a Colombia en 1935 empeñado en continuar la misión evangelizadora de nuestro señor Jesucristo y sus apóstoles: “Id por el mundo proclamad la Buena Nueva a toda creación”

El padre de Rizzo estaba obsesionado con la salvación de los gentiles y de ahí que eligiera un país exótico tropical donde sobran los pobres y miserables fáciles de embaucar con espejitos y collares de cuentas de vidrio. Es decir, el sitio perfecto para predicar la palabra de Dios.

El reverendo padre después de ejercer su misión por distintas regiones de Colombia fue destinado por sus superiores a la congregación que los Salesianos regentaban en el colegio León XIII Don Bosco en la localidad de San Cristóbal, en el sur de Bogotá.

Cuenta la leyenda que un día mientras el padre se dedicaba a leer la biblia en el oratorio juvenil del Salesiano aconteció un hecho sobrenatural. Por la intersección del supremo hacedor se le apareció nuestro señor Jesucristo quien le dijo que a él le gustaría que se le reverenciara como a un niño inocente. Porque de los niños es el reino de los cielos. Entonces, el hijo único de Dios en tono imperativo le ordenó al cura construir un santuario en su honor en esa barriada marginal para consuelo y misericordia de los menesterosos.

El padre de Rizzo decía que hablaba con Dios, que escuchaba voces del más allá proclamando la segunda venida de Jesucristo. Estas graves alteraciones psicológicas en otras circunstancias se hubieran tomado como un ataque de esquizofrenia y con toda seguridad lo habrían recluido en un manicomio (diagnostico: deterioro funcional del córtex prefrontal) Pero como se trataba de un sacerdote de reconocido prestigio y encima italiano esto lo revestía con un cierto halo de beatitud. No se trataba de un loco sino de un médium entre la divinidad y los mortales.

Al padre la aparición de nuestro señor Jesucristo lo dejó cautivado. Desde luego que se sentía elegido para una misión universal. Da la casualidad que él también le profesaba una gran devoción al niño Jesús de Praga o el Divino Principito y de inmediato inició el culto en el oratorio los domingos y fiestas de guardar.

Pero le faltaba algo más concreto y palpable, una imagen ante el cual se postraran de rodillas los feligreses a hacerle rogativas y ofrendarle suculentas dádivas. Presuroso se dirigió a las tiendas de antigüedades del centro de Bogotá en busca de una talla impactante que cubriera sus expectativas. Ninguna de las imágenes que encontró le satisfizo así que encargó a un artista de la tienda litúrgica Vaticano la realización de una nueva escultura del divino principito, un fetiche mágico con el cual llevar a cabo este maquiavélico vudú colectivo.

Debía ser una figura alegórica de la infancia de Cristo, una hermosa imagen que representara todo el poder y la gloria del Mesías. Una obra de diseño primoroso y pluscuamperfecto que con ayuda del escultor supo materializar: el Divino Niño descalzo y vestido con un traje árabe que levantaba los brazos al cielo como queriendo abrazar al padre eterno. Inscrito en su peana un lema soberbio “Yo Reinaré” Un niño Dios de porcelana con un rostro bellísimo, un niño Dios blanquísimo, de mejillas sonrosadas y de ojitos azules tan lindo y el pelito mono angelical -porque ante todo había que preservar impoluto el rancio abolengo de Adán-. El padre de Rizzo estaba confiado en que ese idolillo que acababa de parir obraría prodigios y le proporcionaría extraordinarios dividendos. Aunque tenía un pequeño defecto: apenas medía 50 centímetros. Debería haber sido un coloso pero por falta de presupuesto o quién sabe si por pura tacañería quedó reducido a un enanito de porcelana.

El 20 de Julio es un populoso barrio del sur de Bogotá en el que buscaron refugio miles y miles de parias esperanzados en encontrar la redención a sus cuitas.  En la ladera de los cerros en un ambiente lluvioso y frío se hacinan las víctimas de la violencia que generó la guerra entre liberales y conservadores en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX. Un éxodo de campesinos hambrientos, despojados de sus tierras que llegaron hasta allí arrastrando su numerosa prole y todas sus pertenecías.  Como hormiguitas construyeron sus tugurios de madera y cartón que con el paso de los años se transformaron en precarias viviendas de ladrillo, cemento y techos de zinc dibujando el caótico paisaje de la marginalidad. Pertenecientes a las clases más bajas de la sociedad: mestizos, indígenas, negros, mulatos o zambos, es decir, los líchigos o guaches -como los suelen calificar despectivamente la burguesía criolla- Brutalizados por la ignorancia su destino no es otro que el de surtir de mano de obra barata las industrias, fábricas, el sector de la construcción o de los servicios, las obras públicas o las filas de la policía y las fuerzas armadas. Mientras las mujeres -por intermedio de las parroquias- son impunemente explotadas como coimas, mucamas y sirvientas en las residencias y mansiones del norte de Bogotá. Según las leyes del apartheid las cualidades de los seres humanos no se determinan por sus conocimientos o su valía personal sino por el color de su piel y sus rasgos étnicos. Entre más blancos; más bellos e  inteligentes.

El padre de Rizzo era una persona de poco atractivo físico; con cara de sepulturero y mirada de inquisidor, de carácter gruñón siempre andaba malhumorado recriminando a sus colaboradores más cercanos su falta de compromiso y entrega. ¡Dadlo todo por el Divino Niño! Un ser inaguantable que solo inspiraba recelos y por eso los feligreses preferían guardar silencio y agachar sumisos la cabeza. Porque se debe primar la disciplina, el trabajo, la oración y la obediencia debida a las jerarquía.

Desde el púlpito el curita se transfiguraba en un apologeta que con su verborrea mística hipnotizaba a los creyentes. Al fin y al cabo venía de Italia, la tierra del sumo pontífice y esa era una carta de presentación suficiente que lo convertía en un apóstol santo.

El padre empezó repartiendo pan, chocolate y aguaepanela con queso para atraer esas masas de pobres y afligidos, los famélicos comideritos, los pordioseros, los chinos huérfanos, los gamincitos, que se desmayaban de hambre durante la misa. Y es que de veras que a punta de hostias y padrenuestros difícilmente  les iban a llenar el buche.  El padre de Rizzo sabía que la clave estaba en capturarlos por el estómago para luego entrarle al campo metafísico sin mayores contratiempos. “Darle de comer al hambriento y darle de beber al sediento” como bien reza el evangelio de San Mateo. Porque allí donde existe precariedad y sufrimiento las órdenes religiosas se hincan como garrapatas para aprovecharse del drama social.

Entre los miserables las carencias se multiplican; el costo de la vida sube imparable y los salarios no alcanzan ni siquiera para cubrir las necesidades más perentorias. Siempre falta plata para pagar el arriendo mensual, la canasta familiar, el colegio de los chinos, el uniforme de los guambitos, la electricidad, el agua, el transporte. Y ni hablemos si se trata de familias numerosas donde el drama es aún  más desgarrador.  En medio de tantas estrecheces no les queda otra que vivir de prestado, la angustia se apodera de su existencia y solo papá Dios puede brindarles un consuelo efectivo.

Con cara de santurrones los fieles se arrodillan en el altar confiados en que el supremo hacedor escuche sus plegarias. Los pordioseros, los afligidos llegan a pedirle al Divino Niño consuelo para afrontar la travesía por este valle de lágrimas. Ellos saben que solo la justicia divina podrá reivindicarlos pues han perdido la fe en unos gobernantes avariciosos y egoístas que siempre los han estafado. En silencio y con los ojos llorosos repiten las mismas idénticas oraciones de los últimos 480 años: “Vengo ante ti, mi señor, reconociendo mi culpa. Con la fe puesta en tu amor, que tú me das como a un hijo. Te abro mi corazón y te ofrezco mi miseria…”

Si ese pequeño idolillo de porcelana quería ganarse la fama de milagrero había que revestirlo de un aura de santidad. Sin esa excepcional cualidad el negocio no iba a funcionar pues la clientela necesita meter el dedo en la llaga.  No se sabe muy bien por qué o si fue un mero bulo inventado por el padre pero el Divino Niño dizque comenzó a hacer  milagritos. Por obra y gracia del espíritu santo los ciegos recuperaban la vista, las mujeres estériles quedaban embarazadas, los enfermos de cáncer sanaban, los cesantes conseguía trabajo, los más arrastrados triunfaban en los negocios, los don nadie adquirían casa, carro, los estudiantes  aprobaban los exámenes, los solterones se echaban novia, y a los más salados le tocaba la lotería. Ante tal  éxito se instituyeron los nueve domingos con el niño Jesús donde se le ofrecían misas para bendecir y proteger las casas, las familias o los negocios, igualmente se ofertaban confesiones, comuniones, bautizos, matrimonios, y hasta velatorios y entierros. A los incondicionales se les exigía que entregaran en la parroquia suculentas donaciones en dinero o especies.  Un monopolio otorgado por Dios nuestro señor a la comunidad de los Salesianos, únicos dueños de la marca registrada heredera del padre de Rizzo.

Da la casualidad que las monjas Carmelitas, orden fundada por santa Teresa de Jesús, desde tiempos pretéritos le rendían culto al Divino Principito. Siguiendo las tradiciones más vernáculas veneraban en el altar mayor del convento una fina talla del Divino Niño vestido lujosamente con traje de seda y ceñida en su frente una corona de oro y piedras preciosas. Las Carmelitas eran las auténticas discípulas de la venerable madre Margarita del Santísimo Sacramento (Carmelita del convento de Beaune en Francia) quien ejerció de confidente del Divino Niño y propagadora de su devoción. Desde luego que se sentían agraviadas porque inesperadamente les había surgido un competidor desleal. Ahora las donaciones iban mermando considerablemente y las monjitas indignadas reclamaron ante la curía para que el obispo hiciera prevalecer sus derechos exclusivos.

La alta sociedad cachaca colmaba al Divino Niño de las Carmelitas con generosas  limosnas y magníficos regalos por los favores recibidos.  Aunque pronto llegó a sus oídos los milagros que obraba el nuevo Divino Niño allá en el 20 de Julio, el barrio de los líchigos. Era una afrenta intolerable que las familias de alta alcurnia quedaran excluidas de los más preciados parabienes celestiales.

El gobierno colombiano por su carácter conservador y reaccionario aprobaba (y aprueba) sin objeciones toda esta parafernalia de cristos, vírgenes y santitos que mantiene al pueblo en la inopia. Tales supercherías las aprovecha para desviar la atención de otros problemas más trascendentales como la corrupción, los chanchullos, el desempleo o el alto costo de la vida. El feudalismo colonial imperante tenía y tiene que preservar sus privilegios incólumes y  es mejor que la plebe se dedique a rezar salmos responsoriales en los altares antes de que tomen conciencia y se echen al monte con un arma en la mano. “Que firmen con el pulgar los carajos y que acaten al pie de la letra los santos mandamientos de la ley de Dios. Han nacido para recibir órdenes y deben asumir su destino” “No hay más que recordar lo ocurrido aquel pavoroso  9 de abril de 1948, el día del Bogotazo, cuando las chusma de ateos comunistas se lanzaron a las calles a quemar iglesias”  “Esos liberales malparidos fanáticos de Jorge Eliecer Gaitán son los culpables de  la violencia y todas las desgracias que sufre Colombia”

Padre Rizzo

El negocio del padre de Rizzo iba viento en popa; desde luego que había descubierto las minas del rey Salomón, como el rey Midas todo lo que tocaba se convertía en oro, frotaba la lámpara maravillosa de Aladino y se cumplían todos sus deseos: miles de ofrendas y cuantiosas limosnas, donaciones de todo tipo, en pesos, dólares y letras de cambio cheques, joyas, oro, plata, piedras preciosas, etc.

La misión del padre de Rizzo se iba materializando a pasos agigantados. Por algo Cristo lo había escogido para propagar la devoción del Divino Niño y limpiar los pecados del mundo. Desde el púlpito no se cansaba condenar a los que viven en la impureza; a los borrachos, a las prostitutas, a los drogadictos, a los vagabundos y atracadores, ¡Escoria humana! que el altísimo se apiade de vuestras almas. “Sed fieles en el matrimonio, ¡hijos míos! que los fornicadores serán condenados al fuego eterno”. “El premio a vuestros sacrificios será la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén”.

Era el momento de acometer el proyecto de la erección de un templo digno de albergar la nueva Jerusalén de oro,  un templo majestuoso para gloria de Jesucristo nuestro señor y de la santa madre iglesia. Y lo más fantástico es que no había necesidad de contratar personal para construir la magnánima obra pues un ejército de obreros, albañiles, peones, soldadores, carpinteros, plomeros se ofrecieron voluntariamente a cumplir los deseos de nuestro señor Jesucristo.  ¡Que Dios se los pague y que los tenga en su eterna gloria!

El solemne acto de consagración del santuario del Divino Niño tuvo lugar el día 27 de julio de 1942 presidido por monseñor Juan Manuel Arbeláez. La homilía congregó una multitudinaria romería llegada desde distintas regiones del país en buses, camiones, carros, recuas de mulas o a pie. La presencia de las autoridades políticas, militares y religiosas era la más clara señal del triunfo de Cristo Rey.  Sonaron las pomposas notas del himno nacional y se izó victorioso el tricolor patrio  amarillo, azul y rojo. ¡Presente armas al generalísimo de los ejércitos!

El padre de Rizzo adoctrinaba a las mansas ovejitas del redil sobre los prodigios que obraba el Divino Niño, haciendo especial énfasis en que si queremos algo con todas las fuerzas de nuestra alma primero deberíamos recompensarlo monetariamente. Solo así podrían verse cumplidas con mayor diligencia nuestras súplicas y peticiones. De ahí el inmenso valor que tenían las limosnas que se depositaba en las urnas estratégicamente colocadas en el templo. No solo se aceptaba dinero contante y sonante sino también en especies: joyas, oro, plata, esmeraldas, televisores, neveras, lavadoras, propiedades, incluso últimas voluntades testamentarias. ¡Y todo lo recaudado libre de impuestos!  Se aconseja que la limosna  sea costosa y digna del Divino Principito pues Dios les devolverá el ciento por uno.

“Si no se llenan a rebosar las cajas fuertes que hay en la entrada del santuario el Divino Niño se pone emberracado” –solía reprender el padre de Rizzo al populacho en previsión de cualquier gesto de tacañería. -¡Hijos míos, obras son amores y no buenas razones!  Dar el diezmo es una obligación sagrada de todo buen cristiano -sermoneaba.

El padre de Rizzo inesperadamente entraba en trance y sufría violentos ataques de histeria: ¡hijos míos, arrepentíos que el demonio acecha! -Gritaba como un poseso invocando el santo nombre de Jesucristo. Para enfrentar estos tiempos de tribulación es necesario sacrificarse por una causa justa. Incluso dicen algunos que lo conocieron en vida que le salían estigmas en las manos. Pruebas irrefutables de su santidad.

Aunque la iglesia hipócritamente proclame que “de los pobres es el reino de los cielos” su prioridad, sin lugar a dudas, es salvar el alma de los ricos. Los ricos son los amos y poseen el capital y este es un argumento suficiente para rendirse a sus pies. Los cachacos bogotanos de apellidos rimbombantes, los doctores, sus  eminencias, sus ilustrísimas de sangre azul se colocan la máscara de piadosos dispuestos a lavar sus conciencias, los fariseos vienen a ejercer la caridad cristiana y a pagar misas para que el  Divino Niño los ampare y los favorezca; que sigan multiplicando sus ganancias, prosperidad en los negocios y protejan sus propiedades. El padre de Rizzo para premiar a los más entusiastas benefactores expedía indulgencias plenarias con firma y sello papal. -Bienvenido, excelentísimo señor, bienvenido mi doctor, aquí les tengo el pasaporte a la eternidad para toda la familia. Los oligarcas encopetados de traje de paño, chaleco y corbata, zapatos de charol y sombrero de copa, junto a sus señoronas que lucían pretenciosas la  última moda de Paris depositaban un cheque en blanco en la inocente mano de su reverencia.   Los cuervos ensotanados se frotaban las manos pues el maná bendito caía del cielo a raudales.

En una sociedad tan injusta como es la colombiana el único consuelo que les queda a los pobres es la religión (llámese católica, de las sectas o la brujería). Algo que se puede comprobar cada domingo y fiestas de guardar cuando se arremolinan desde bien temprano en el parque del 20 de julio una jauría de menesteroso, pordioseros, huérfanos, ancianos desamparados, paralíticos, tísicos, sidosos,  locos, cojos, mancos, ciegos, tuertos, enanos, patulecos, mongólicos, enfermos terminales en sus camillas, tísicos, leprosos, campesinos desplazados,  ¡caridad! ¡Compasión! los más astutos llevan campanitas amarradas en sus muñecas qué hacen sonar como reclamo. Ruegan para que se les ablanden el corazón a los feligreses: una monedita, un billetico, un pancito, su merced, Dios se los pague, por amor a Dios, Dios me lo bendiga, una limosnita por amor a Dios, repiten balbuceantes el mantra postrados de rodillas dándose golpes en el pecho. Hay que tener fe en el poder celestial y rogar al altísimo que se apiade de sus almas.  Dios padre todopoderoso es el único capaz de brindarles alivio y consuelo. ¿Quién sino él va a sacarlos de ese trance? Un verdadero auto de fe en el que participa la más baja ralea de patipelados, el lumpen proletariado: obreros, peones, cesantes, tombos, coimas, celadores, mandaderos, emboladores, chóferes de buses, taxistas, camioneros, de todo hay en la viña del señor; prostitutas, atracadores, ex presidiarios, travestis, zorreros, contrabandistas, traquetos, sicarios, dealers. Si Dios nos ha creado a su imagen y semejanza todos somos hijos de Dios y Dios los ama y acoge en su seno “todo lo que pidas, por los méritos de mi infancia, te lo daré”

Con el tiempo en el parque del 20 de julio se fue creado un auténtico mercado persa invadido de vendedores ambulantes que en medio de una atronadora algarabía  vocean los más variados productos: estampitas, relicarios, almanaques, crucifijos, rosarios, camándulas, novenas, escapularios, postales, afiches, cuadernos, calcomanías,  lápices, pañales, calzoncillos, matarratas, purgantes, mertiolate, esparadrapo, cuchillas de afeitar, etc…en los alrededores del templo se improvisan tenderetes donde hacen su agosto  las comadres y las marchantas preparando fritanga, morcilla, chicharrón, lechona, empanadas, la almojábana, la arepa y para entonar a la clientela trago corto y trago largo; canastadas de  cerveza, aguardiente, chicha y guarapo. Y todo el bazar amenizado con música  chucu chucu, arrabalera, corridos y rancheras mejicanas, tangos y vallenatos, salsa, cumbia. Los más malditos y apestados mariguaneros, bazuqueros, ñeros, pirobos, jíbaros, recicladores, vagabundos, drogadictos y alcohólicos también vienen a recoger las migajas que caen del banquete.

Dios, todo se justifica con Dios, Dios, por Dios, se repite la palabra sin descanso como si se tratara de un extraño sortilegio a ver si se obra algún prodigio: Dios se lo pague, Dios mediante, si Dios quiere, porque los pobres se sientes protegidos por el Todopoderoso y por eso en su lenguaje cotidiano no pueden dejar de nombrarlo. Una dependencia afectiva como consecuencia de la baja autoestima e inseguridad.

Colombia desde su fundación se ha caracterizado por ser un país católico, apostólico y romano. Uno de los componentes fundamentales de su identidad es la religiosidad.Todas las fiestas de guardar están relacionados con las fechas más memorables del santoral. No olvidemos que nuestro país ha sido consagrado bajo la advocación del Sagrado Corazón de Jesús. Este culto, que se inició en Bogotá en 1891, reconoce el origen divino de la autoridad y la soberanía social de Nuestro Señor Jesucristo. Porque iglesia, estado y militares son un solo corazón. Su lema: tradición, propiedad privada y catolicismo. Colombia, tal como lo enunciara el padre Félix Restrepo, es el mítico reino de Cristilandia donde sus habitantes se dedican a rezar los 365 días del año por la salvación de la humanidad. De ahí ese lema tan pretencioso que identifica al Divino Niño: Yo reinaré

Pero hoy el catolicismo en Latinoamérica vive una época de crisis a causa de la invasión de las sectas cristianas.  En este juego capitalista de la oferta y la demanda millones de católicos han decidido abjurar y pasarse a las filas de los protestantes, los bautistas, los evangélicos, los adventistas, los Testigos de Jehová, los Mormones, Iglesia Universal del reino de Dios y una larga lista imposible de transcribir por su extensión. La bonanza millonaria en recaudaciones ha disminuido considerablemente y esto es algo que alarma de sobremanera a la Conferencia Episcopal. La misión de las sectas cristianas es la de dividir la sociedad para intentar contrarrestar el mensaje de opción por los pobres que pregona la Teología de la Liberación. Que se predique la resignación cristiana y la promesa del paraíso para quienes sigan el camino recto antes que ofrecer una respuesta desestabilizadora.

La fiesta mayor del Divino Principito se celebra el primer domingo de septiembre y congrega más de un millón de fieles llegados desde todas las regiones del país y del extranjero (Venezuela, Ecuador, Perú o Panamá). Los peregrinos se movilizan en aviones, buses, camiones, carros, zorras, en bicicleta o a pie a rendirle tributo al rey de reyes.  Con el tañer de campanas de todas las iglesias del sur se inicia la procesión de penitentes -muchos descalzos- que recorren largos tramos del camino que conduce al santuario; otros tantos de rodillas, otros flagelándose con cadenas y hasta mortificando su cuerpo con fierros, pinchos. Cualquier sacrificio es poco en honor al nazareno que padeció una horrible agonía en la cruz. Porque el dolor es bueno a los ojos de Dios. Un interminable viacrucis en el que sobresalen los liberales, los conservadores,  burgueses, terratenientes y ricachones que pugnaban por llevar en andas la imagen del Divino Niño. Porque aquí no se hace distinción de clases sociales ni ideologías. Toda una puesta en escena muy bien teatralizada en la que las estrellas son los clérigos opusimos,  monjitas, novicias, seminaristas, diáconos, monaguillos, beatas y beatos enlutados, es decir,  el ejército invicto de la gloriosa cruzada nacional. La santa misa es un acto sublime que se amplifica por altoparlantes para que la escuchen todos los fieles que ante la imposibilidad de entrar en el templo se arremolinan en el parque del 20 de Julio. El lleno es apoteósico, la solemne homilía supera cualquier evento deportivo ya sean clásicos de fútbol  o conciertos de cantantes famosos. Un acontecimiento retransmitido por los principales canales y emisoras de radio y televisión.

Los peregrinos enruanados, calzando cotizas y con sus sombreros de ala ancha ceñidos en la cabeza lanzan jaculatorias y alabanzas ¡hosanna! ¡hosanna! ¡aleluya! Los pecadores irredentos se rasgan las vestiduras ¡Por mi culpa por mi culpa por mi gran culpa…! mientras manosean sus rosarios chinos de plástico, todo un gran auto de fe, multitudes con la cruz a cuestas ansiosas por postrarse de rodillas ante la imagen del Divino Niño y entregarle sus óbolos y ofrendas.  Divino niño, divino niño. “¡Oh, Divino niño Jesús! yo recurro a ti y te ruego por la intersección de tu santa madre, me asistas en esta necesidad porque creo firmemente que tu divinidad me puede socorrer”  El recuerdo de los milagros se anuncian con toda pompa grabados en mármol: “Gracias Divino Niño por los favores recibidos.  Familia Álzate”;  “mi abuelito se sano del cáncer, Gracias Divino Niño. Familia Pereira”, “mi papacito recobró la vista, Familia Nieto”…  Papa lindo, te ofrezco estos pesitos, divino niño un milloncito por los favores recibidos, Divino Niño,  mamita querida, resucitar como Lázaro en Betania “pedid, y se os dará” Los números del chance, su merced, el premio mayor de la lotería, ramos de flores, velas, cirios pascuales, incienso y mirra. Y para completar la hazaña: las 42 misas diarias que superan con creces a las celebraciones más suntuosas del mismísimo Vaticano.

Los nueve primeros domingos de cada mes hasta terminar en septiembre con la fiesta mayor se llevan a cabo grandes homilías haciendo hincapié en la conversión, el sacramento de la confesión y expiar los pecados, la comunión y la solidaridad con los desamparados demostrada a través de las limosnas. Ante las grandes catástrofes naturales, sequías, tempestades, terremotos es el momento de hacer rogativas y peticiones de auxilio al padre eterno. Escoltados por los caballeros del Niño Jesús recitando el ¡te alabamos señor! mientras miles de fieles elevan plegarias al cielo. Son memorables igualmente las procesiones de semana santa, la pasión del viacrucis, el Corpus Cristi, el rosario por las intenciones del Papa y la fiesta del 20 de julio coincidiendo con el grito de independencia de Colombia.

El poder de convocatoria del circo del Divino Niño es arrollador y el éxito de público apoteósico y con todas las entradas vendidas.  Vengan a disfrutar del espectáculo más grande del mundo: la mujer barbuda, los payasos, los trapecistas, equilibristas, llamas del Perú, leones del África, el hombre araña, la mujer maravilla, superman, magos, prestigiadores, nigromantes y como estrella invitada: el Divino principito milagroso.

Aquellos que visitan por primera vez el santuario del Divino Niño se llevan una gran decepción pues en vez de una descomunal estatua se encuentran con un enanito de porcelana encerrado en una urna de cristal (antibala) Y encima custodiado por guachimanes que velan por su seguridad noche y día. Pobrecito, tan poquita cosa, parece mentira que ese muñequito haya provocado tan inusitada revolución cristera. Pero la grandeza del Divino Niño no se mide por la estatura sino por los incalculables beneficios que aporta económicamente a la santa madre iglesia.

Las oraciones mueven montañas, la fe es un arma secreta como se demostró cuando el presidente Marroquín, advertido por su ministro plenipotenciario de que varios buques de guerra yanquis pretendían invadir el istmo de Panamá, se le ocurrió la genial idea  de celebrar con urgencia en la catedral primada un gran tedeum solemne por la salvación de la patria. El muy iluso creyó que iba a derrotar a los yanquis a punta de padrenuestros y ave marías. Al final Panamá se independizó de Colombia y la zona del canal pasó a manos norteamericanas.

Colombia es un país de camanduleros, de brujos, de yerbateros y milagreros, un pueblo supersticioso por naturaleza. Algo que hace parte de ese sincretismo religioso  resultado de ese crisol de razas: blancos,  indígenas, negros. Entre el populacho es muy habitual las supercherías y el esoterismo, las ciencias ocultas, las cartas del tarot, las predicciones de las pitonisas, el fetichismo y amuletos, las patas de cabra, los dientes de caimán, las pócimas del indio amazónico, los menjurjes del indio Guaicaipuro o las rogativas al ekeko, el dios de la abundancia incaico.

El Divino Niño se ha convertido en el ídolo predilecto de los colombianos, a tal punto que le rinden pleitesía desde el presidente de la república, ministros, senadores y representantes, alcaldes y gobernadores, el cuerpo diplomático en pleno, la conferencia episcopal, el nuncio del papa, reinas de belleza, cantantes, ciclistas,  futbolistas, gremios, sindicatos, partidos políticos, empresarios, la cúpula militar,  banqueros, artistas famosos, patrones, capos, narcotraficantes, esmeralderos. Todos le juran y perjuran fidelidad hasta las últimas consecuencias.

Ya no hay cóndores en el país de los cóndores sino bandadas de gallinazos que revolotean en los cerros en busca de carroña. Las ruedas de la historia no se detiene pero las injusticias y la iniquidad permanecen. En los últimos 50 años a causa del terror guerrerista promovida por el propio gobierno ha obligado a millones de campesinos a buscar refugio en los suburbios de las grandes ciudades colombianas. Bogotá se ha convertido en una megalópolis de casi 10.000.000 de habitantes donde los problemas sociales en vez de remitir se multiplican pues la crisis económica no da tregua. Esto significa más pobres que redimir y salvar, más adeptos (clientela en la jerga capitalista) para los cristos, santos, vírgenes o pastores de las sectas. La dictadura teocrática y patriarcal amancebada con el régimen cívico-militar afianza su dominio sobre todos los estamentos de la Republica de Colombia. Tal y como solía repetir una y otra vez el padre de Rizzo profetizando la perpetuidad del mensaje del Divino Principito: Cielo y tierra pasarán, mas tu palabra no pasará

 

Carlos de Urabá

Padre Rizzo en la parroquia

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