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Una mujer afgana trabaja bordando ropa en un taller en Kandahar, Afganistán

El burka de los talibanes es la misma leyenda del ‘Edicto del Visir’ que cuenta…

«¿Qué podemos hacer para que a los súbditos ni se les ocurra rebelarse contra el sistema, mientras nos hacemos con la fortuna del país?, preguntó el Caudillo, muy preocupado, a su visir, un veterano canalla. «Señor, confíe en mí», le calmó su cómplice, el visir, y propuso las siguientes medidas:

– Prohibir partidos políticos, sindicatos obreros, asociaciones feministas, prensa libre, huelga, y manifestaciones.

– Nada de pedir elecciones libres, que es una mala influencia extranjera.

– Quintuplicar los impuestos, para que estén ocupados las 24 horas para pagar sus facturas.

– Entregar a sus hijas a los hombres de Dios por tener el  derecho de pernada….

«Pero, eso ya lo hacemos, y aun así llaman a la «desobediencia civil» y cosas así, le cortó El Jefe. «¡Paciencia Señor! Ahora viene lo mejor», retomó la palabra el visir:

– Queda tajantemente prohibido ir al baño más de dos veces al día. Los infractores recibirán 75 latigazos y los reincidentes la pena de muerte por apedreamiento.

– No lo pillo, confesó el Caudillo.

– Pues, con esto último se olvidarán de todos aquellos derechos que les quitamos en los artículos anteriores: estarán todo el día pensando en cómo esquivar la orden, formando grupos partisanos para asaltar los baños públicos (en los que pondremos vigilantes armados), y pedirán en sus panfletos nocturnos la libertad de hacer las necesidades; organizarán reuniones clandestinas en sus casas para atiborrarse de comida y desahogarse en el lavabo, como acto de disidencia; pedirán a la ONU que nos presione para levantar la prohibición, etc., etc., y mientras nosotros un día aflojamos la orden y otro día ejecutaremos a unos cuantos en público haciendo pedagogía del terror, para que nadie piense que es un «ciudadano» exigiendo derechos: seguirán tratándoles como rebaños sin que se den cuenta», sentenció el gánster convertido en político. (Readaptación de un viejo relato persa).

El mundo no reaccionó cuando el grupo neofascista Talibán puso en marcha El Edicto del Visir, cambiando sólo la última propuesta por la imposición del burka, convirtiéndolo en el principal problema del país, lo mismo que años atrás hizo el ayatolá Jomeini: nada más llegar de Paris a Teherán, en vez de elaborar leyes para una redistribución justa de las inmensas riquezas del país y establecer libertades -motivos de la revolución contra el Sha-, impuso el velo a todas las mujeres de un país que desde 1935 lo había declarado «el símbolo del estatus de subgénero de la mujer». Luego se puso a exterminar al centenario feminismo iraní.

Nueve meses después de recibir el poder de EEUU en Kabul, y cometer todo tipo de barbarie, los Talibán ordenaron que las niñas y mujeres, que ya debían estar tapadas de pies a cabeza, también debían perder su rostro, ponerse un niqab o llevar el burka. En su petrificada mente tenían el boceto: los fantasmas de los comics. Las disidentes recibirán severos castigos, igual que sus «tutores», los varones de la familia. Para cometer tal estupidez, la banda del lumpen, formada por la CIA a la imagen de los Escuadrones de la Muerte de América Latina, y entrenada con técnicas terroristas (asesinatos, torturas, atentados), previamente, desmanteló todos los partidos políticos, organizaciones feministas, asociaciones pro derechos humanos, y la prensa libre, pero nadie en el mundo lo consideró el crimen más atroz contra el pueblo afgano: arrebatarles las únicas herramientas que tenían para controlar el poder.

Las mujeres afganas, que empezaron su progreso al inicio del siglo pasado y contaban con parlamentarias y un interesante movimiento feminista, viven un infierno desde la injerencia de Estados Unidos en el país, a partir del 1978, intensificada durante la época «dorada» de la ocupación de la OTAN. Las cifras que ofrecía la Alianza militar sobre la escolarización de las niñas eran falsas, y que las mujeres pudiesen trabajar, nunca ha sido señal del progreso, sobre todo bajo normas del capitalismo más primitivo y la inseguridad física y sexual que genera la presencia de miles de soldados invasores, no pocos acusados de abusos sexuales y violación.

Los motivos de los talibanes

– No tener un programa político y económico para el siglo XXI, ni conocimiento de cómo gestionar un estado. Al encontrarse con el descontento y las protestas populares sienten miedo y aumentan la represión para obtener el sometimiento de la población: si empiezan por la mitad de la sociedad, las mujeres, les será más fácil aplastar la resistencia de la otra mitad. La segregación es una política al servicio de «divide y gobierna». Convertir el Ministerio de Asuntos de la Mujer en el Ministerio del Vicio y la Virtud, la temida policía religiosa, conllevaba justamente este mensaje.

– El afán de rediseñar el espacio público a la medida de su intelecto y sus intereses.

– Al haberse criado en los campos de refugiados en Pakistán y desconocer el tejido de la sociedad afgana, con numerosos grupos étnicos con diferentes vestimentas, lenguas, credos, etc., necesitaban uniformar a la población para simplificar esa complejidad y tener menos variables para gestionar.

– Utilizar el velo como una cortina de humo para ocultar su incapacidad de gobernar: les descoloca que la sociedad con la que se han encontrado no tiene nada que ver con la comunidad tribal para la que se había diseñado el Corán. Que millones de personas estén sufriendo hambre y muchas familias vendan a sus hijas para salvar de la muerte al resto de la familia para unos meses, no es asunto para atender. «Un padre vendió a su bebé de solo 20 días para un futuro matrimonio a una familia rica a cambio de unos kilos de trigo» de un especulador amigo de los Talibán, quienes gestionan el principal narcoestado del planeta (junto con sus patrocinadores extranjeros), moviendo al año unos 2.600 millones de euros por la venta de opio. Que los talibanes, en este mismo edicto, prohibieran a los taxistas llevar a las mujeres sin acompañante masculino, también ha pasado desapercibido en favor de resaltar el «velo»: miles de mujeres solteras, viudas o divorciadas deben caminar kilómetros, cada día, por las carreteras inseguras para hacer recados, llevar a sus hijos al colegio, al hospital, etc.

– La modernofobia de las fuerzas reaccionarias tradicionales, que fueron  sacadas por la CIA de las mazmorras de la historia para impedir el progreso, a finales del siglo pasado: de allí, acusar a los sindicalistas, comunistas o feministas de ser «agentes del occidente»: «de éstos no había en la época de Mahoma, por lo que ahora tampoco hacen falta, argumentan, para no ser molestados cuando saquean un país desde el poder, y de paso evitar la solidaridad entre los oprimidos del mundo, mientras ocultan sus lazos con «extranjeros». Tanto los jomeinistas como los talibanes han prohibido el Día del Trabajo (1 de mayo) porque es una festividad comunista, y el 8 de marzo por ser feminista

– No imaginar otra «utilidad» de la mujer que tener relaciones sexuales con ella. Además, creen a pies juntillas los relatos religiosos sobre la naturaleza perversa y manipuladora de la mujer, la misma que causó la expulsión del inocente Adán del paraíso. Piensan que cualquier tipo de relación entre un hombre y una mujer termina en relaciones sexuales, por lo que el hombre debe envolver el cuerpo de la mujer en una lona y encerrarlo en un baúl.

– Las mujeres deben hacer lo que dictan los hombres, y estos lo que ordenan los dirigentes religiosos. Ellas tienen un «destino biológico» dado por Dios, han sido creadas para que sirvan a la «quietud del hombre» (Corán, 30:21), o para que «Adán no esté solo» (Génesis II: 18 y 22), no para tener una vida independiente: el creador castigó duramente a Lilith, la primera esposa de Adán, cuando exigió igualdad de derechos, alegan.

El origen judío del burka

Ni un solo día de mi vida las vigas de mi casa han visto mis trenzas’, respondió la devota Kimhit, una madre que había criado siete hijos varones que eran destacados sacerdotes, a los sabios cuando le preguntaron lo que había hecho para merecer tal bendición de Dios, cuenta el Talmud. El autor del texto así pide, sutilmente, a las mujeres que ni en su hogar, ni siquiera delante de los hijos que han parido (con los que las religiones semíticas prohíben pensar en términos sexuales), se vean y dejen que se las vea como seres humano.

El burka, adulteración de la palabra purda «cortina», no es una «prenda afgana», sino un «vestido étnico», exclusivamente del sector más subdesarrollo de la etnia pastún (que habita en Pakistán y Afganistán), que al tomar el poder en 1992, para cumplir los planes geoestratégicos de Estados Unidos, fue impuesta a todas las afganas. Puede que sus inventores hubiesen pensado en el versículo 33:53 del Corán, que propone instalar una cortina entre las esposas del Profeta y los hombres que acudían a su casa: hay que tener en cuenta que los beduinos vivían en tiendas de campaña hechas de tela y tenían un solo espacio. En el mismo versículo, el Corán también establece que dichas restricciones (y otras) solo se aplican a las esposas de Mahoma, no a todas: «¡Oh esposa del Profeta! No eres como ninguna de las otras mujeres» (Corán, 33:32). Y si estas esposas demostraban su pertenencia a la distinguida élite llevando el velo, los hombres de la clase alta también querían que emular al profeta, sometiendo a sus mujeres.

Por su parte, el niqab «máscara», que suele ir con guantes para cubrir las manos, es una tela que cubre la cara dejando los ojos al descubierto, y es propio de las mujeres de la Península Arábiga. Su función inicial no era otra que proteger a sus portadoras de los rayos del sol y las inclemencias del clima. Los hombres del desierto, como los tuaregs, utilizan un atuendo similar.

El ayatolá Jomeini se opuso a esta prenda, que empezaron a llevar algunas jomeinistas por considerarla el símbolo del wahabismo saudí, impidiendo que esta corriente se cuele en su feudo, la misma razón por la que la Universidad Al Azhar de Egipto, el «Vaticano de la Hermandad Musulmanat», también la rechazó para sus féminas.

El acuerdo entre diferentes escuelas islámicas es que el hiyab cubre todo el cuerpo excepto las manos y la cara.

Confundiendo los «velos», y ninguno es religioso

Aunque en Occidente se llama «velo religioso» a todo lo que oculta el pelo de la mujer, ninguna de sus modalidades relaciona a su portadora con Dios:

– Velo climático: Este es el origen de los artilugios inventados por el ser humano para colocar sobre su cabeza (y el resto del cuerpo) con el fin de protegerle de los climas extremos: la vestimenta de los judíos y árabes, habitantes del desierto, o la de los esquimales en Siberia.

– Velo étnico: Visibiliza la pertenencia a un grupo determinado en un espacio ocupado por diversas comunidades, como los pañuelos que usaban las mujeres gallegas o asturianas, o los usados por las qashqai y las guilanies en Irán.

– Velo complemento: que adorna el resto de la indumentaria, como el sari de las indias.

– Velo de la clase social: el tul (deformación de la palabra «tur») que llevaban las mujeres de los emperadores persas, diferente del rusari (pañuelo simple) de la plebeya.

– Velo patriarcal: es el más común (cualquier formato de pañuelo y mantilla), el que muestra el rol de la mujer y su estatus de subgénero en las sociedades de la religión abrahámica: «El hombre con pantalones fuera y la mujer con velo y falda en casa«. Es la señal externa de la subordinación de la mujer al hombre, y no hace falta que cubra todo el pelo o la cabeza, es simbólico : «La mujer debe tener señal del dominio del hombre sobre su cabeza (velo) y el hombre una muestra del dominio de Dios (Kippa)» (Corintios11:1-10), y para que no haya la menor duda, sobre esta jerarquía del poder: «La cabeza de todo varón es Cristo, y la cabeza de la mujer (es) el varón«. Mientras, el Corán (24: 59), lo vincula con el periodo de fertilidad de la mujer, desligándolo de la religión (y este es uno de los versículos más ocultados por los islamistas): «Las mujeres que han llegado a la menopausia no cometen falta al no ponerse sus velos siendo ya adultas…». La primera ley aprobada por Jomeini fue bajar la edad nupcial, que era 18 años para las mujeres, a 8 años, y de forma paralela imponer el velo a todas las personas nacidas mujer a partir de los 8 hasta la muerte, lo cual significaba su entrada en el mercado del matrimonio. No dijo que las mujeres a partir de los 45 años podían ir sin velo, todo lo contrario: recibirían 75 latigazos y entre 2 y 10 años de cárcel. A partir de esta edad, las niñas son consideradas adultas susceptibles de ser utilizadas sexualmente (en «matrimonio») por los hombres, y tendrán que dejar de jugar, saltar, escalar, bailar o soltar una carcajada en público, y aprender «labores», mientras las adultas siempre serán consideradas por ley menores (o incapacitadas mentales), necesitadas de un tutor varón para ejercer cualquier derecho, en una relación parecida al amo y esclavo, aunque sea catedrática universitaria. Este velo refleja solo una dimensión de la persona, ser de sexo femenino, con la que un hombre puede casarse y tener descendientes. Oculta su nivel de inteligencia, sus virtudes, gustos, inquietudes, etc.

Velo político: que cubre toda la caballera, la cabeza y el cuello y oculta los pechos. Es la bandera del totalitarismo misógino, cuya doctrina, muy estructurada, otorga el estatus de «subhumano» a las mujeres, convirtiendo los códigos patriarcales de la religión en una herramienta política para aterrorizar y dominar toda la sociedad: ellas no podrán salir de casa, estudiar, trabajar, viajar, hospedarse en un hotel, casarse, salir al extranjero sin el permiso del «tutor varón», ni ocupar cargos políticos de liderazgo, puesto que «Dios no envío ninguna profeta del sexo femenino», respondió Mahoma a quienes estaban sorprendidos por tanta restricción a las mujeres árabes, en nombre de la nueva religión. Los Talibán y los  jomeinistas ni siquiera han incluido a mujeres fundamentalistas en sus gobiernos. Irán tuvo dos ministras antes del régimen islámico: la doctora Farrojru Parsa, a cargo de Educación y Enseñanza en 1968, y Mahnaz Afkhami, ministra de Asuntos de Mujer en 1976, y Afganistan a la doctora Anahita Ratebzad en 1980.

– Velo militante: es el que llevan las adolescentes de familias emigrantes, después de que la seudodoctrina del Choque de Civilizaciones de George Bush las señalara como «bárbaras y potenciales terroristas». La conciencia repentina de que no pertenecen a esta sociedad ni han vivido en aquella de la que proceden sus progenitores, les lleva a buscar una identidad supraterritorial, y la única ideológica a mano es la religión: ¡Yo soy musulmana y a mucha honra! Y en un mundo hostil, buscando referencias y el apoyo de su «comunidad» deciden ponerse el velo y marcar más diferencias (artificiales), en vez de crear lazos sobre lo que unen a personas trabajadoras más allá de sus credos, color de su piel, lengua, etc.

Por cierto, ¿qué es más grave, llevar el velo o no poder realizar infinitas gestiones vitales? Muchas mujeres en Pakistán, por ejemplo, no usan esta prenda, pero la aplicación de leyes islámicas las convierte en subgénero, en cambio algunas portadoras alienadas de esta prenda en Europa, que se benefician de los derechos conseguidos por el movimiento feminista laico,  desde un oscurantismo feminizado soberbio hablan del «feminismo colonial«, y curiosamente reciben el respaldo de algunas feministas europeas perdidas, quienes desde una multiculturalidad mal entendida relativizan los derechos universales de las personas, despolitizando una macabra artimaña para someter a cientos de millones de mujeres.

No hay velo religioso, y la libertad religiosa no debe significar  que la extrema derecha religiosa manipule la fe de los fieles, les explote y les oprima.

El islamismo es un movimiento político de la extrema derecha sunita y chiita -como lo son el nacionalcatolicismo y el sionismo-, y utiliza los conceptos de familia, mujer y comunidad para llevar adelante una agenda política al servicio de las clases privilegiadas, y el velo es su bandera, independiente de la conciencia de sus portadoras.

La resistencia de las mujeres afganas ha descolocado a los talibán, haciendo que cada vez sea más agresiva.

Los hombres y las mujeres afganos quieren un gobierno laico, pan, trabajo, libertad, educación y sanidad gratuitas y universales, como lo que había en la República Democrática de Afganistán (1977-1990).

* Miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado además por Francisco Delgado Ruiz, Enrique J. Díez Gutiérrez, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Javier Sádaba Garay,  Waleed Saleh Alkhalifa y Ana María Vacas Rodríguez

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