Dicho todo lo cual, Ilustre Cardenal de la no menos ilustre Santa Madre Iglesia y perfecto hijo de la misma, celebrando una vez más el paso a la modernidad de la institución en su conjunto, con sus perpetuas lecciones de tolerancia o su encendido amor a la libertad –que el otro día un tocayo de cargo suyo en la catedral de Pamplona equiparaba a la más voluntaria obediencia a la autoridad… eclesial-, etc., no me queda sino desearle a su alma y a usted personalmente que sea lo más feliz que pueda y cuanto antes, es decir, que no deje para mañana su cita postrera con su dios si lo puede hacer hoy. Y es que creo mi primer deber de pre-homosexual advertirle que, como no sea junto a él, en el infierno que dibujó Dante no hay círculos lo bastante cavernícolas como dar cabida a sectarios como usted.
El triunfo de la Santísima Trinidad: Dios, patria y el ‘libre’ mercado (o de creencias que respaldan la victoria de Trump) · por José María Agüera Lorente
Trump regresa a la Casa Blanca envuelto en un aura mesiánica y acompañado esta vez de su particular…