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El alumnado comunista, ¿una prueba de la inclusividad de las escuelas?

Si hay un alumnado fuertemente discriminado en las escuelas, ese es el alumnado comunista. En clase, durante seis horas al día, todos los días de lunes a viernes menos en vacaciones, se les enseña Historia capitalista, Economía capitalista, el idioma imperialista (inglés), la filosofía pequeño-burguesa… Incluso se les enseña que los grandes líderes como Stalin o Mao eran dictadores totalitaristas al lado de Hitler o Mussolini. Afortunadamente, no se les obliga a estudiar Religión dada su condición de ateos, pero se les obliga a la alternativa de Valores Éticos que no son sino los valores éticos de la burguesía (ideología liberal). Ni una sola asignatura de Materialismo Dialéctico, Materialismo Histórico, de la Moral Revolucionaria del Hombre Nuevo que decía el Ché… Y ahí están, aunque invisibilizados, como si no existieran. Son una minoría estigmatizada y ellos y sus familias lo sufren en silencio, consolándose en los grupos de autoayuda que les ofrece el Partido Comunista. Tan solo la familia y el partido sirven de refugio en una sociedad capitalista que discrimina como minoría a estos niños y jóvenes.

El párrafo anterior suena ridículo, y lo es. Igual que si hablara de niños conservadores, carlistas, liberales o anarcosindicalistas. Pero es la misma sensación que he tenido yo al leer el texto de Amelia Barquín: “El alumnado musulmán, ¿una prueba de la inclusividad de las escuelas?”. Léase el texto sustituyendo donde dice musulmán por comunista. ¿Es que hay alumnado musulmán? ¿También católico, judío y evangélico? ¿Y testigos de Jehová, mormones, budistas y cienciólogos también? Y supongo que ateos y agnósticos, y algún panteísta. ¿O lo que hay son niñas, niños y adolescentes sin más? Eso sí, unos de familias musulmanas, otros católicas, otros evangélicos, otros ateos… Es que no es lo mismo una cosa que otra. De hecho es radicalmente diferente. Tan ridículo es pensar que niñas y niños de 6, 8 o 14 años saben lo que significa ser comunista, liberal o socialdemócrata e identificarse con eso, como creer que saben lo que significa ser musulmán o protestante. Como mucho, reproducen lo que oyen, ven y comparten en su familia, pero aquí es donde entra el debate sobre si la Escuela debe colaborar y reproducir eso mismo o si debe servir de instancia crítica frente a ello. Un debate relacionado con el modelo de laicidad desde el que se parta. O bien un modelo de laicidad positiva o bien otro de laicidad republicana. O, mejor dicho: uno multiconfesional frente a otro laico sin apellidos.

Las niñas y niños no tienen religión igual que no tienen ideología política. La idea no es mía, sino de Richard Dawkins (Dawkins, 2007: 361-362). Bien es cierto que nacen y se crían en un contexto familiar y cultural que puede tener notas religiosas o ideológicas, pero ni ellos nacen con esas notas si se les adhieren con el tiempo como si fuera una segunda piel. Es más, con lo que sí que nacen (metafóricamente) es con el derecho a que sus rasgos biológicos, étnicos o culturales no los determinen ni les impongan una esencia (un estigma) solo por la casualidad de haber nacido en tal o cual familia. Su origen no tiene por qué ser su destino.

Si aceptamos postulados ilustrados (y por ende, laicos), el sujeto es el individuo y no su comunidad étnica, cultural o religiosa. Lo importante a efectos laicos es, precisamente, la irrelevancia política (pública) de esas pertenencias comunitarias. Es lo que la laicista Catherine Kintzler llama “el lazo del desligamiento” (Kintzler, 2006): lo que une a los individuos en un Estado laico es lo que tienen en común como tales individuos desligados de sus orígenes o comunidades, esto es, sus derechos individuales (a la vida, libertad de conciencia, a la educación…), de donde derivan las instituciones que son necesarias para su efectividad como condición de posibilidad (protección social, educación pública, etc.). Que además los individuos se enmarquen en comunidades religiosas, culturales o de otro tipo (o que las abandonen) es tan irrelevante a efectos políticos (esto es, de derechos) como pueda serlo su color de pelo o de piel. Ni hay una política especial para los pelirrojos o los negros, ni debería haberla para católicos, musulmanes o cienciólogos. Lo que el Estado laico debe garantizar es que nadie será discriminado ni recibirá privilegios por ser castaño o blanco, ni tampoco por creer en que un niño-dios nació de una virgen o que un ángel le habló a Mahoma y le dio el Corán, o por no creer nada de eso. De esta forma se hace real y efectivo el derecho a la diferencia sin caer en el error (y el peligro) de la diferencia de derechos, distinción de la que habla Henri Peña-Ruiz (Peña-Ruiz, 2001). Tengo derecho a ser diferente a los demás (a ser cristiano, musulmán, budista o ateo) sin ser molestado por eso, y a dejar de serlo si quiero (sin que me deba pasar nada por eso), pero no tengo derechos diferentes por ser o dejar de ser cualquiera de esas cosas.

El texto de Barquín remite a su vez a otro documento suyo y de otras autoras de recomendaciones al respecto en el ámbito de la escuela vasca: Prácticas religiosas y educación: Escuela vasca e Islam (2018). Entre las propuestas de las autoras, permitir el hijab en la escuela y ofrecer menú halal en los comedores escolares, en la línea de los conocidos como acomodos razonables y en el contexto de la “laicidad positiva” a la que se refieren como tal. Dicha laicidad positiva es un eufemismo de multiconfesionalismo: lejos de establecer un contexto laico de convivencia y emancipación individual, lo que hace es fijar las bases comunitaristas para el reforzamiento de la pertenencia comunitaria. Lo “positivo” de la (mal llamada) laicidad positiva es que valora positivamente el hecho religioso, lo cual es incompatible con la laicidad (por eso está mal llamada). La laicidad no valora positiva ni negativamente la religión, simplemente se desentiende de ella como se desentiende del color de pelo o piel de cada persona a la hora de configurar sus derechos o deberes ciudadanos. La religión (o falta de ella) de cada individuo es un derecho suyo protegido en el ámbito privado y en el que el Estado se laico se autoprohíbe inmiscuirse, sin valorarlo de ninguna forma y manteniéndose imparcial al respecto, ni permitir injerencias en el sentido contrario (principio de separación Estado-religiones).

Para el laicismo republicano (o laicismo, sin más), la escuela es un espacio de crítica y formativo donde el alumnado aprende las competencias básicas para desenvolverse como individuos autónomos. Entre ellas, el juicio crítico. Crítica que llega hasta su propia comunidad. No se trata de que el alumnado rechace su cultura o comunidad de referencia, sino que tenga los instrumentos y habilidades necesarios para poder reflexionar críticamente acerca de ella y poder aceptarla (o rechazarla, o vivirla a su manera) de un modo libre, reflexivo, autónomo, y no por pura tradición o inercia. Pero, para eso, el alumnado debe distanciarse críticamente de esa cultura o comunidad, y la Escuela es el lugar de dicho distanciamiento y reflexión. Así se compensa críticamente la influencia de la familia, la comunidad, el templo, la sinagoga, la mezquita o el partido político de los padres o madres. Pero si metemos el comunitarismo en la escuela, impedimos esa distancia crítica. Una escuela laica, donde la comunidad de cada cual se queda fuera (y quien dice comunidad dice velo, kipá, cruz, kirpán, etc.) permite al alumnado experimentarse como individuos y no como miembros natos, e irremediablemente, de una comunidad, por lo menos durante un rato al día. Pero las autoras de las recomendaciones a la escuela vasca proponen lo contrario: que el contexto musulmán que niñas y niños viven a todas horas en su casa se haga extensivo a la forma de vestir en la escuela, a la comida del comedor, etc. Es decir, que una niña, por ejemplo, no olvide nunca, y en ningún momento, que nació musulmana, vivirá musulmana, comerá musulmana (halal), vestirá musulmana (velo), los demás la tratarán como musulmana, y deberá morir musulmana. Supongo que, para las autoras, lo mismo es aplicable al niño judío que vivirá judío las 24 horas: en casa, la escuela, etc. (llevará kipá, comerá kosher, etc.). Y el niño sij llevará turbante y cuchillo kirpán. ¿Y el niño cienciólogo? En un momento en el que vivimos un auténtico histrionismo identitario se hace más necesaria que nunca la Escuela laica como lugar de refugio crítico y emancipador.

No seamos ingenuos. Para eso hace falta una Escuela configurada como tal espacio crítico, y no una que sea transmisora de la cultura mayoritaria de modo etnocéntrico. En nuestro caso, además con tintes católicos y que Barquín señala acertadamente en el texto al hablar del calendario escolar, los villancicos, etc. Pero la solución no es multiplicar los etnocentrismos en la Escuela sino hacer de ella un espacio laico, sin etnocentrismos ni comunitarismos. Hemos dicho laico, no relativista, por si hubiera confusiones, es decir, que no sustituye el etnocentrismo por el relativismo sino que apuesta por valores fuertes como la racionalidad, la ciencia, la crítica, la autonomía, la libertad, la igualdad, la justicia, la democracia o la solidaridad. Valores sin los que no hay laicidad que valga.

Estoy convencido de las buenas intenciones de las autoras al recomendar los acomodos razonables en la escuela. No dudo que les mueven intenciones inclusivas, contra la islamofobia y a favor de los más desfavorecidos. Pero creo que se equivocan en sus recomendaciones. Creyendo favorecer a niñas y niños de carne y hueso, lo que en realidad hacen es beneficiar a una metafísica comunidad musulmana. No existe la comunidad musulmana como no existe la católica ni la budista. Existen individuos que se identifican entre sí (y/o son identificados por otros como tales) como musulmanes, católicos, budistas…, pero no tienen una sola voz ni unos mismos intereses. Entre ellos reina la pluralidad interna e incluso las controversias y las luchas de poder. Percibirlos como grupos homogéneos, compactos, unánimes, eso es el comunitarismo. Y la voz “autorizada” de esas comunidades es tan solo la voz particular de las elites de las mismas, de los más poderosos entre ellos, y muchas veces los más integristas y reaccionarios, autoproclamada la voz de todo el grupo. Por eso el laicismo prescinde de comunidades y solo atiende a los individuos como sujetos. Dicho sea de paso, esa es una razón (entre otras) por la que los acomodos razonables son a petición de parte (individuales) y no grupales, pero medidas como las propuestas por Barquín et alii inciden en los contrario, en generalizarlas ya de entrada y reforzar el comunitarismo.

No nos engañemos: las niñas y niños musulmanes no están pidiendo llevar velo ni comer halal en la escuela (ni tampoco clases de religión musulmana). Como mucho serán sus padres o madres quienes lo piden, y no todos sino solo algunos (aunque digan hacerlo en nombre de todos). Y no son precisamente los musulmanes cuya versión del islam es la más moderada sino quienes se aferran a las más integristas. Por lo mismo que sería un error pensar que Willy Toledo o Borja Casillas (drag queen Drag Sethlas) ofendieron a la comunidad cristiana: quienes se ofendieron fueron los más retrógrados de entre los cristianos, los demás viven su religión de forma plena e indiferentes (y puede que hasta divirtiéndose) con lo que hagan Toledo o Drag Sethlas.

Dejemos que niñas y niños sean eso, niñas y niños, y ya de mayores tendrán tiempo, si quieren, de decidir si creen en Jesús, Alá o Visnú, y lo harán de forma crítica y reflexiva, libre, gracias a que la escuela laica se lo habrá posibilitado (si la hubiera). Pero no decidamos ya desde que nacen en qué deben creer, ni colaboremos con las familias más reaccionarias a recordárselo también en la Escuela. Hagamos caso a ese cartel de las Juventudes Libertarias que en la guerra civil recordaba a las familias: “No envenenéis a la infancia”.

Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.

Nota: en ocasiones se ha utilizado en texto el masculino como genérico por puro estilo y convención.

Bibliografía:

Dawkins, Richard (2007). El espejismo de Dios. Espasa-Calpe.

Kintzler, Catherine (2006). La república en preguntas. Signo.

Peña-Ruiz, Henri (2001). La emancipación laica: Filosofía de la laicidad. Laberinto.

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