Suspendida la romería de llevada de la Virgen de Luna a su santuario a causa de las estrictas medidas sanitarias impuestas por la pandemia del covid-19, el traslado de la imagen el 31 de mayo fue histórico. El secretismo que rodeó el cuándo y el cómo la Virgen abandonaría el templo de Santa Catalina tuvo como doble objetivo evitar aglomeraciones de fieles y con ello posibles contagios, y que el traslado se hiciera de la manera más digna posible.
Dos minutos antes de las cinco de la madrugada se abría la puerta del Santísimo de la iglesia de Santa Catalina, y aunque los días previos se había hablado de distintos medios de transporte, la patrona apareció sobre una carreta utilizada en otras ocasiones por la hermandad del Rocío de Córdoba y que aquel día se engalanó para portar a la alcaldesa perpetua de Pozoblanco.
Tras enganchar la mula que tiraría de la carreta, a la que a mitad del camino se unió una segunda, comenzó la andadura de la imagen presenciada solo por una treintena de fieles, que, cumpliendo con las normas de seguridad, llevaban aguardando el momento varias horas en los alrededores.
En medio del silencio de la madrugada, roto solo por los cascabeles de las mulas y el ruido de las ruedas de la carreta la comitiva, formada por varios miembros de la junta directiva de la cofradía a la que se unió el alcalde, subió la popular calle La Feria para girar por Herradores y llegar al Arroyo Hondo, desde donde emprendió el camino de regreso a su santuario escoltada por vehículos de Policía Local y Guardia Civil. Por las calles de Pozoblanco, muy pocos vecinos -sin el redoble del tambor ni disparos al aire que anunciaran lo que estaba ocurriendo como año tras año manda la tradición- se percataron de lo que estaba sucediendo. Los que sí lo hicieron se asomaron a las ventanas para guardar en sus retinas unas imágenes que esperan no se vuelvan a repetir pero que guardarán en su memoria como un hecho sin parangón.
«Misión cumplida». Estas eran las palabras del capitán de la cofradía, Juan García, poco después de que a las 8.44 horas de la mañana del domingo de Pentecostés la imagen fuera depositada sobre el altar de su santuario luciendo un nuevo pecherín de encaje confeccionado para la ocasión por el equipo de camarería, al igual que el traje del Niño.
Se ponía fin de este modo a un traslado histórico que ha removido toda la tradición en torno a esta fiesta. La situación que se ha vivido, según el capitán de la cofradía, no se recuerda en la historia de la fiesta mariana. El mando afirmó que, según sus datos, la tradición en el traslado solo se ha roto, además de este año, en dos ocasiones, una en el año 1936 por la Guerra Civil y en otra ocasión en la década de los 60 por inclemencias meteorológicas, y en ambos casos se trasladó hasta La Jara en un vehículo a motor.
Este año los fieles se pudieron despedir de la Virgen en el triduo celebrado los días previos a su marcha. La despedida oficial tuvo lugar a las nueve de la noche del 30 de abril tras la eucaristía en Santa Catalina. Allí, el alcalde le retiró el bastón de alcaldesa y una de las camareras las llaves de los sagrarios de Pozoblanco y Villanueva de Córdoba.