Acaeció en 1994 pero los sucesos de la última semana, con el intento de asesinato de Salman Rushdie en Nueva York, han desempolvado los recuerdos de otro apuñalamiento, el que sufrió entonces el premio Nobel de Literatura Naguib Mahfuz, asaltado a las puertas de su residencia en El Cairo. Umm Kulzum, hija del novelista egipcio, no ha olvidado el terror de aquel ataque y rompe ahora su silencio en El Independiente. Sin miedo a las represalias que aún persiguen a quienes desafían el poder de los edictos islámicos.
“Mi padre solía decir que la expresión de la libertad debe estar guiada por la propia conciencia. También insistía en que el autor debe ser libre, lo que significa que no debe afiliarse ni apoyar a ningún partido político ni tener relación alguna con ninguna figura política”, rememora Umm Kulzum, la albacea del legado del mejor cronista de la contradictoria sociedad egipcia. Sus palabras son aún hoy un ejemplo de la libertad más auténtica, aquella que solo milita con los derechos fundamentales y que tanto enfurece a los extremistas y los propagandistas.
La tragedia que padeció un Mahfuz ya anciano -en medio de una ola de ataques contra editores, escritores y traductores- es similar a la sufrida ahora por Rushdie, que se recupera poco a poco de las lesiones y participa ya en la investigación policial. Ambas están íntimamente conectadas por la fatua dictada en 1989 por el entonces líder supremo iraní, Ayatolá Jomeini, reclamando la muerte del autor de ‘Los versos satánicos‘. 33 años después, el edicto sigue vigente. Continúa persiguiendo al autor y a otros intelectuales que, como el novelista egipcio, ejercieron su derecho a la libertad creativa. Sin límites, sin cálculos cobardes.
Mi padre insistía en que el autor debe ser libre, lo que significa que no debe afiliarse ni apoyar a ningún partido político ni tener relación alguna con ninguna figura política
Ataques entrelazados
Mahfuz fue apuñalado el 15 de octubre de 1994 por un integrista islámico a las puertas de su vivienda, ubicada a orillas del Nilo en un céntrico distrito de la capital egipcia. Un lustro después de que fuera promulgada la fatua iraní, una obra -desempolvada por los cultivadores del odio- activó entonces el zarpazo. En ‘Hijos de nuestro barrio’, el escritor trasladaba la historia coránica a las calles de El Cairo y a las relaciones de poder de varias generaciones. La novela fue publicada originalmente por fascículos en 1959 y se topó inmediatamente con la oposición de instituciones como Al Azhar, el faro del islam suní con sede en Egipto, que la consideró sacrílega.
Mahfuz aceptó no editarla en formato de libro, pero cuando Rushdie publicó sus ‘Los versos satánicos‘, el egipcio se negó a condenar la novela y, sin temor a las represalias, exhibió una solidaridad total con el escritor indo-británico. “El verdadero terrorismo del que Rushdie está siendo objeto es injustificable, indefendible”, esbozó. Según Umm Kulzum, Mahfuz y Rushdie jamás se conocieron ni hablaron directamente. El premio Nobel sobrevivió al intento de asesinato, pero sufrió las secuelas físicas que durante meses le mantuvieron el cuerpo paralizado y lo apartaron de la escritura. Dolores que arrastró hasta su óbito en 2006.
“Rara vez mencionó aquel incidente. Cuando lo sufrió, ya había cumplido los 80 años. Solo una vez dijo que había sufrido el ataque de un monstruo”, replica su descendiente. La vinculación entre la persecución que aún sojuzga a Rushdie y la que vivió Mahfuz resulta cristalina para Umm Kulzum. Meses antes del ataque, un clérigo radical Omar Abdelrahman -apodado “el jeque ciego”- promulgó una fetua instando a dar muerte al egipcio. “En aquella fatua el difunto Omar Abdelfahman fue muy claro: ‘si nos hubiéramos ocupado antes de Mahfouz, Rushdie no se habría atrevido a escribir este libro’”, recuerda su hija.
Mahfuz rara vez mencionó aquel incidente. Solo una vez dijo que había sufrido el ataque de un monstruo
Tres décadas de odio
Durante los últimos días las condenas por el acto de Hadi Matar, el joven de 24 años identificado como el agresor de Rushdie, se han sucedido a lo largo y lo ancho del planeta. Para muchos, una pregunta sigue flotando en el aire: ¿cómo es posible que un edicto lanzado hace más de tres décadas continúe diseminando odio? “Es que necesitamos tolerancia en la mayoría de los aspectos de nuestras vidas”, responde escuetamente Umm Kulzum, que recuerda de su progenitor “su humanidad, sabiduría y amor por la escritura y la libertad”.
Tres lustros después de su muerte, su hija mantiene cierta esperanza en esa humanidad que Mahfuz supo describir magistralmente, desde sus anhelos de libertad y prosperidad hasta sus instintos asesinos. Sueños y pesadillas reunidos en los callejones del barrio islámico de El Cairo, donde estuvo su hogar infantil y al que regresó siempre en busca de inspiración. “¿Acaso se puede vivir sin optimismo?”, insiste Umm Kulzum.
En medio de las últimas convulsiones, con la libertad de creación siempre en la diana, la hija del Nobel se enorgullece de la respuesta que Mahfuz concedió a quien trató sin éxito de extinguir su pluma bajo las hojas de un arma blanca. “Mi padre perdonó al hombre que le apuñaló. Lo hizo sabiendo que no había leído ninguna de sus obras y que no lo haría jamás. Tenía 20 años y fue condenado a muerte”.
Un ejercicio de compasión que podría ayudar a Rushdie en el camino de una lenta recuperación. “Definitivamente, estoy en contra de cualquier tipo de violencia”, desliza Umm Kulzum. “Mahfuz y su familia pudieron superar aquel brutal ataque y finalmente retornaron a su estilo de vida previo, a la rutina cotidiana. De hecho, Mahfuz, escoltado por un guardaespaldas, recuperó su costumbre diaria para reunirse con intelectuales y amigos”, concluye.
Los otros ‘Rushdie’
La mayoría de las víctimas de los ataques que sucedieron a la publicación de la fatua de Jomeini sobrevivieron a las tentativas de homicidio pero fallecieron por causas naturales años después. Los contados supervivientes, contactados por El Independiente, han optado por no hablar. Prefieren no remover el pasado. Bajo estas líneas algunos nombres de editores, traductores e intelectuales que sufrieron un sino similar.
Ettore Capriolo
Fue el traductor al italiano de ‘Los versos satánicos’. Fue apuñalado el 4 de julio de 1991 en su domicilio en Milán y logró salir vivo. Capriolo contó más tarde que fue contactado por un joven que decía trabajar en la embajada iraní y que pedía reunirse con él con una propuesta de traducción. En ningún momento, el italiano lo vinculó con la obra de Rushdie. Unos días después, ambos se reunieron en su vivienda. El joven le pidió entonces con insistencia la dirección de Rushdie. Capriolo le aseguró que la ignoraba. Antes de abandonar el lugar, el agresor le propinó varias puñaladas. El joven jamás fue arrestado y la legación iraní se desvinculó del ataque.
Aziz Nesin
Escritor y humorista turco, publicó algunos extractos de ‘Los versos satánicos’ que él mismo había traducido en 1993 en las páginas del rotativo turco Aydinlik. Los fragmentos causaron disturbios en Estambul y los rigoristas musulmanes le acusaron de “propagar el ateísmo”. En julio de aquel mismo año un turba asaltó y prendió fuego a un hotel de la localidad turca de Sivas en el que se celebraba un festival al que asistía Nesin. El escritor logró escapar pero 37 personas fallecieron.
William Nygaard
Editor y periodista noruego, fue el responsable de la traducción en su país de la polémica novela de Rushdie. Había recibido amenazas de muerte cuando en octubre de 1993 fue atacado en las inmediaciones de su casa, en Oslo. Pasó meses hospitalizado y pudo finalmente superar las secuelas. Su caso permaneció entre sombras hasta que hace apenas cuatro años Servicio Nacional de Investigación Criminal de Noruega presentó cargas contra sus dos presuntos agresores, el libanés Jaled Moussawi y diplomático iraní del que no ha trascendido el nombre.
Hitoshi Igarashi
En 1989 este académico japonés anunció junto a su editor en rueda de prensa su intención de traducir la novela de Rushdie. Durante el acto, un paquistaní presente en la sala trató de agredirle. En julio de 1991 apareció muerto en su despacho de la Universidad de Tsukuba, en Tokio. Había recibido varias puñaladas.