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Educación y religión

El otro día leía las reflexiones de una profesora en una red social acerca de un debate que había tenido con su alumnado de 1º de ESO (12-13 años). Dos chicos se habían pasado una nota y el resto de la clase empezó a reírse diciendo que eran novios. Mientras uno se lo tomó a broma, el otro reaccionó con enfado diciendo que él no era… La profesora cuenta que argumentó que la homosexualidad no tenía nada de malo; otras alumnas entraron en el debate aludiendo a que, en su religión, eso es pecado. Me vino a la mente esta reflexión: tenemos un problema si niños y niñas defienden un discurso retrógrado basado en la identidad sexual o en un precepto religioso. Hay familias que educan a sus hijos aludiendo al pecado de la homosexualidad y deberíamos ser conscientes de que los y las docentes se enfrentan cada día en el aula a cuestiones de convivencia independientemente de la materia que impartan y que éstas afectan al respeto mutuo, a la libertad y los derechos individuales, a cuestiones de autoestima en unos momentos clave de la educación de las personas.

La escuela debe ser una ventana abierta al espíritu crítico que permita escapar del pensamiento único o del comunitarismo más claustrofóbico. Bienvenida la vacuna administrada por el o la profesora que previene el fanatismo, porque no existe ninguna creencia, ninguna verdad religiosa, ninguna práctica social o cultural que una persona libre no pueda poner en entredicho y, en última instancia, alejarse de ella. Las personas tenemos un ‘derecho de salida’ de nuestra identidad heredada, de nuestra pertenencia social o familiar con todas las determinaciones que pesan, especialmente sobre las niñas, sobre nosotras. La escuela –no sólo, pero también- debe proporcionarnos los medios para distanciarnos, para librarnos de esas determinaciones o asumirlas en libertad, nunca por dogmatismo. Se trata de formar en ciudadanía y no limitarse a reafirmar individualidades, y, sin embargo, le pedimos, en muchas ocasiones, que compense las fallas y las renuncias de una sociedad que se deja llevar por la comodidad, por los intereses comunitarios o por la cobardía. Y ello a costa del profesorado que tiene que asumir tareas que no le corresponden y al que pocas veces se le apoya o defiende en caso de conflicto. «La educación es competencia de las familias»; «los hijos son de los padres», son algunos de los eslóganes que se escuchan. ¿Si la religión lo prohíbe o la educación que recibo en casa lo prohíbe, el colegio (público) también? La formación en ciudadanía es responsabilidad del Estado; los derechos humanos o la igualdad son los pilares fundamentales del Estado de Derecho y de la democracia, y eso no se negocia. Las imágenes del entierro multitudinario en Chechenia del asesino de Samuel Paty me producen pavor: ¿qué mundo estamos construyendo y qué valores estamos transmitiendo a nuestros hijos e hijas?

La religión se inmiscuye cada vez más en los aspectos de la vida de la gente en tiempos de polarización y de enfrentamientos identitarios en sociedades que parecen pretender vivir en sus burbujas. Hay personas que en el primer estadio de valores pondrían su etnicidad o su religión, y otras que pondrían la especie humana en general. La religión se ha colado por una rendija para reivindicarse e invitar al acto performativo: «Creo y tengo la obligación de actuar en consecuencia». Frente a ello, el laicismo es el único modelo político que le permite al individuo, si lo desea, emanciparse de su comunidad de origen y vivir su vida y su fe como quiera. No se trata de estigmatizar ninguna religión, sino de abrir el debate y preguntar, como algunas voces hacen, por qué una buena parte de la izquierda europea discrimina la situación de las religiones bajo un velo de multiculturalismo. Deberíamos replantearnos la educación que le damos a nuestros hijos y hacer una crítica racional de las religiones cuando éstas adoctrinan contra los derechos humanos. Sin duda, éste un debate pendiente, que tiene que ser abordado con serenidad y honradez intelectual.

La extrema derecha quiere convertir la identidad religiosa -el cristianismo- en una seña de identidad europea confrontando y rechazando el islam. Varios errores se cometen. Se olvidan de que la identidad europea es múltiple. El islam es también una religión europea y muchos musulmanes son europeos. Esta premisa niega el discurso de la extrema derecha europea contra la otredad: «Todo lo malo viene de fuera». Pero en segundo lugar, y no menos importante, esta premisa nos permite entender y hacer entender que, en Europa, la religión constituye una parte más del individuo, no la totalidad. Significa, como dice Saïd El Kadaoui en su más que recomendable libro ‘Radical (es)’. Una reflexión sobre la identidad, «que la libertad individual está por encima de los derechos comunales. Es decir, yo como musulmana [o cristiana] puedo decidir dejar de serlo en cualquier momento, yo como musulmana puedo defender mi derecho a no llevar velo, yo como musulmana [o cristiana] puedo decidir la forma y el peso que le concedo a la religión».

Las consignas de la extrema derecha son falsas y avivan el enfrentamiento de unas identidades compartimentadas y excluyentes sin posibilidad de diálogo ni convivencia. Decía Salman Rushdie: «Cuanto más estrechas se vuelven las identidades, mayor probabilidad de conflicto se produce entre ellas». Asumir la religión como un dogma incuestionable e intocable es hacer de ella la aliada perfecta de la autocracia y supone negar que la identidad se alimenta de la relación con los demás, de nuestras interacciones mutuas. No es un conflicto entre religiones ni un conflicto entre islam y Europa. Es elegir qué lugar le concedemos a la religión en el aula y en la vida. Ahora que debatimos sobre educación, la anécdota de la profesora me ronda la cabeza porque tengo claro que educar es enseñar y formar a la gente para defender su libertad y respetar la de los demás.

Josefina Bueno

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*Los artículos de opinión expresan la de su autor, sin que la publicación suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan todo lo expresado en el mismo. Europa Laica expresa sus opiniones a través de sus comunicados.

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