Solo una escuela pública, laica, crítica y democrática, puede sustituir a la escuela del adoctrinamiento.
El conjunto de la izquierda, más allá de matices – que los hay- posiblemente vaya a gobernar España. De cualquier manera que sea, ese posible gobierno se encontrará con las nunca dejadas actuaciones que desde la oligarquía se llevan a cabo en todos los ámbitos de nuestra vida. Desde hace años, tiene como meta un nuevo “contrato social” que imponga sin debate, y acríticamente, su hegemonía de clase. Y parece que se está imponiendo.
Ese recorrido hacia la imposición está abonado, en mi opinión, por el sometimiento a que el capitalismo mantiene, laminándolos, los derechos sociales y laborales colectivos, así como individuales, con las desastrosas consecuencias que eso conlleva, interiorizando en el individuo, y en la sociedad en general, una falta de perspectiva futura que impide haya respuestas que propicien una alternativa real de cambio. De tal manera está ocurriendo que situaciones que hace años se denunciaban y se les plantaba cara, ahora se entienden como normales y se aceptan sin que se vislumbre esa alternativa.
Este poder, esta hegemonía cultural, que parece domina como “pensamiento único” no nace por vía espontánea. Su diseño necesita de una herramienta clave: la educación. Qué mejor que ese paso previo (desde la infancia) para moldear las mentalidades y las personas. En efecto, el camino a recorrer para que “la cosa” quede como está lo transitan las leyes, más o menos progresistas, pero nunca alternativas a una educación que ponga en cuestión el adoctrinamiento y por añadidura la situación social y económica. La acción educativo-persuasiva, es necesaria para que dé conformidad al sistema social entero; que pueda conseguir lo que le convenga: orden, sumisión y aceptación del mensaje único. Todo en beneficio de que los intereses, los valores del grupo social dominante, sean reconocidos, como suyos, por parte del grupo social dominado.
La premisa imprescindible de la que se parte para la hegemonización intelectual por parte de la clase privilegiada, es que la educación pública se desmantele y los grupos privados sean los protagonistas. Todo en beneficio de la privatización de la misma, con el protagonismo de las subvenciones y del libro de texto, el cual marca más de lo que se piensa una educación que permite que el alumnado se convierta en las futuras personas acríticas y conformistas. No hay que olvidar, a la siempre amiga de los poderosos, iglesia católica, ahora acompañada en la educación pública por otras confesiones religiosas que, con su parte alícuota en la tarta educativa, ayudan al adoctrinamiento y al pensamiento mágico y uniforme.
Desde la posición de que la educación nunca es neutra, sino que toda práctica educativa es política, y viceversa, hay que entender, en mi opinión, que el proceso educativo, siempre- insisto- político, involucra valores, proyectos, premisas que bien reproducen y legitiman o bien cuestionan y transforman las relaciones de poder prevalecientes en la sociedad. La educación, en su parcialidad, está a favor de la dominación o de la emancipación. Es por ello que hay que distinguir entre prácticas educativas conservadoras y prácticas educativas progresistas. Las últimas, deberían de ser las que desde una posición de izquierdas que se diga emancipadora, tendrían que implementarse para que la persona ciudadana pueda, no solo conocer críticamente la realidad, sino comprometerse con la utopía de transformarla. Lo demás también es educación, pero en el camino ya apuntado de obediencia y conservadurismo acrítico. Es recurrente el argumento, un tanto idealista, de que “el mal” se arregla con educación. Es posible, nada se debe negar a priori. Lo que ocurre es que no se define qué educación es necesaria. Educación, sí. Pero, no cualquier educación. Solo una escuela pública, laica, crítica y democrática, puede sustituir a la escuela del adoctrinamiento. El camino, de momento, es arduo. No lo van a dejar recorrer y pondrán, están poniendo, muchos cepos que lo impedirán.
Sin embargo, si realmente la izquierda quiere ser emancipadora y marcar, para ello, el proceso por el cual las personas puedan/podamos acceder al control de los recursos, tanto materiales como simbólicos y ser autosuficientes en la gestión de nuestras capacidades y protagonistas en todos los ámbitos, no tiene más remedio que asumir una educación realmente pública, laica, democrática y crítica. Es decir, una educación como práctica de la libertad, que diría el educador brasileño Paulo Freire ( 1921/1997) . No hay otra.
José Manuel Barreal San Martín