La UE ha sido contundente y demoledora contra aquellos gobiernos que han intentado hacer políticas económicas de tipo social y alternativo al neoliberalismo vigente, pero es absolutamente dócil con los discursos racistas y xenófobos de centroeuropa, Europa del este o Italia. La UE no bromea con el neoliberalismo: la economía es algo demasiado importante como para confiársela a los pueblos. En cambio, la democracia y de los derechos humanos parece que sí son algo absolutamente secundario.
De hecho, no ha dudado en chantajear, presionar y amenazar al gobierno de Chipras en Grecia, para que pusiera en marcha medidas de recortes sociales contra el pueblo, para seguir pagando los intereses y la deuda con los banqueros alemanes y franceses. Sin embargo, se muestra completamente débil, complaciente e incluso apoya y secunda las políticas xenófobas de los países europeos gobernados por la extrema derecha. La solución xenófoba promovida por los gobiernos de ultraderecha se ha impuesto: un mayor control de las fronteras, el bloqueo de los migrantes en el Mediterráneo y la creación de centros de detención de migrantes dentro y fuera dela Unión Europea. Es decir, Guantánamos europeos, siguiendo el modelo norteamericano.
Italia y Austria, con gobiernos en coalición con la extrema derecha, junto con el Grupo de Visegrado –Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia–, con gobiernos directamente de extrema derecha, han sido especialmente eficaz forzando la agenda europea hacia posiciones cada vez más xenófobas en la acogida de refugiados e inmigrantes.
En la última década, los totalitarismos de extrema derecha, que habían quedado relegados en Europa a tener una presencia residual tras la Segunda Guerra Mundial, han resurgido de sus cenizas y han regresado, más radicalizados si cabe, convirtiéndose en algunos casos en parte del gobierno en sus respectivos países. De ser excepciones periféricas, han pasado a situarse en la centralidad del tablero europeo. La extrema derecha se está extendiendo por toda la UE como un cáncer.
¿Qué está ocurriendo en el mundo? Tras la devastadora Segunda Guerra Mundial impulsada por los regímenes fascistas, se llegó al acuerdo de que la democracia liberal era la menos mala de las alternativas posibles. Pero ahora, la extrema derecha se está nutriendo de la dramática situación de los refugiados, la mayor crisis migratoria en Europa desde 1945. Los xenófobos están alentando la exacerbación de la simbología emocional de la patria y la soberanía nacional para enfrentarse a una supuesta invasión extranjera, frente a lo que fue un proyecto comunitario de la Europa de los pueblos y la solidaridad. De esta forma la noción de que Europa está siendo “invadida por musulmanes y terroristas” ha ganado una considerable fuerza en la última década y los partidos de extrema derecha cada vez más despliegan esta retórica para presentar al islam y los extranjeros como una amenaza a la supuesta “unidad nacional y cultural” de los países y del continente.
Es más sorprendente que esta xenofobia cale en la población europea cuando la cantidad de refugiados llamando a las puertas de la UE es hoy exponencialmente menor que hace tres años. Incluso entonces, cabía preguntarse por qué la entrada de un millón o dos de personas a una comunidad de 510 millones era y es presentada como una “crisis”.
El auge del fascismo es un fenómeno creciente en toda Europa. La extrema derecha ha radicalizado los principios y valores conservadores para atraer y canalizar el enfado de las clases medias y trabajadoras que se sienten las perdedoras de este modelo neoliberal de globalización, ante el que se sienten abandonadas e indefensas, porque lo que les ha traído es más precariedad, empobrecimiento e inseguridad vital.
El auge de la extrema derecha, del fascismo, se debe a estas políticas de austeridad impuestas con la excusa de la crisis-saqueo, que ha fragmentado aún más la sociedad enriqueciendo todavía más a los más ricos y empobreciendo aún más a los más pobres. Se debe, en segundo término, a la crisis de la socialdemocracia que ha abrazados los principios neoliberales como estrategia de gestión de la crisis y ha quebrado la esperanza de amplias capas de la sociedad, porque ha sido ella quien en Europa ha desmantelado, o contribuido a desmantelar, el Estado Social con sus reformas. Una tercera causa, consecuencia de las anteriores, es el asentamiento del precariado debido a las reformas laborales que se han implementado en la mayor parte de los países haciendo recaer el rescate de los bancos y los fondos financieros en la bajada de los salarios y la precariedad y temporalidad de los empleos, apareciendo una nueva lumpen clase: el “trabajador pobre”, que con este tipo de empleos precarios no sale de la pobreza. Todo esto ha llevado al hundimiento de los principios de democracia, justicia social y solidaridad, que ha sido aprovechado por el neofascismo para amplificar su propuesta que “no tienen nada de antisistema”, sino que constituyen el plan B autoritario del sistema a través del discurso “antiélites”.
Uno de los peligros más graves que emanan de este giro a la extrema derecha es que gran parte de sus postulados han sido asumidos por la derecha parlamentaria, sobre todo las políticas migratorias, claramente discriminatorias y punitivas, y las políticas represivas en materia de derechos y libertades.
En este tablero diseñado por el neoliberalismo, la extrema derecha cumple una función: la de ocultar las raíces reales de la injusticia social y la crisis para, de esta forma, neutralizar la posibilidad de que se cuestione la responsabilidad en la misma de bancos, fondos financieros y organismos internacionales a su servicio.
De esta forma lo que hace la extrema derecha es sembrar la discordia entre los perdedores del modelo neoliberal, fomentando, por una parte, el orgullo de sentirse superior y, por otra, canalizando la ira popular hacia los colectivos más vulnerables. Así, mientras se alimenta la guerra entre pobres, los cenáculos neoliberales siguen repartiéndose el pastel y la fractura social se acrecienta.
El camino no es fácil. Porque una vez que se avanza colectivamente hacia la barbarie es muy difícil dar marcha atrás. Por eso hemos de dar pasos decididos y urgentes para acabar con las políticas de austeridad, poner coto a los beneficios, los paraísos fiscales y el rescate de los bancos y los fondos financieros y establecer medidas para conseguir un estado de bienestar social global, que contemple los límites del planeta. Además, hemos de establecer reglas y mecanismos para que los partidos gobernantes sean más transparentes y menos oligárquicos y corruptos, cuestionando el “todos son iguales”. Pero sobre todo hemos de combatir la pedagogía del egoísmo que se infiltra y arraiga en el inconsciente colectivo en donde cada cual busca “sacarse las castañas del fuego”.
Hemos de sentar las bases para educar y educarnos en una ética cívica y laica contra la barbarie. Para pasar de hacer campañas de lucha contra la pobreza, a campañas de lucha contra la riqueza. Para pasar de “gestionar contingentes” de inmigrantes, a una política de fronteras abiertas para las personas y no únicamente para las mercancías. Para deconstruir el lenguaje neoliberal del egoísmo insolidario. Educarnos en una ética cívica y laica de la solidaridad en definitiva, que deje de proclamar los derechos humanos y los ponga en práctica de forma radical y clara.
Enrique Javier Díez Gutiérrez
Profesor de la Universidad de León. Coordinador del Área Federal de Educación de Izquierda Unida. Miembro del Grupo de Pensamiento Laico, integrado también por Nazanín Armanian, María José Fariñas Dulce, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Javier Sádaba Garay y Waleed Saleh Alkhalifa