La cámara de vigilancia grabó el crimen, el último y el enésimo por el que lloran los cristianos egipcios. Las imágenes muestran a un policía discutiendo con un joven, ajeno a la muerte que le aguarda. Unos segundos después, su padre -procedente de una calle aledaña- se aproxima a ambos. Y el agente, destinado a la protección de la iglesia de Nahdet al Qadasa, empuña la pistola y les descerraja sendos tiros en la cabeza. «Hijos de puta [sic]», grita el uniformado, mientras sus víctimas agonizan tendidas sobre el asfalto.
Lo que sigue resulta aún más desconcertante. El cuerpo de Emad Kamal, de 49 años, se retuerce junto al bulto inmóvil de su hijo David, de 18. Ambos yacen sobre un charco de sangre. A pesar de los espasmos, la media docena de agentes que acude al lugar ni se inmuta. Merodean sobre el escenario del fusilamiento, pero nadie se presta a socorrer a quien lucha por sobreponerse a la muerte.
Padre e hijo acaban de engrosar la lista de mártires de la minoría cristiana de Egipto, esta vez a manos de un miembro del aparato de seguridad encargado de montar guardia en un templo de Minya, ubicada a 250 kilómetros al sur de El Cairo y cuya protección había aumentado en los días previos en vísperas de la Navidad. El oficial fue detenido poco después y se enfrenta a juicio. El Ministerio del Interior, sin embargo, no ha publicado comunicado alguno acerca de un suceso ampliamente ignorado por la prensa local, controlada por el Estado y los servicios de inteligencia.
La agonía y muerte de Emad y David ha sumido en el dolor a los coptos, fieles de un credo que profesa alrededor del 8% de los 100 millones de habitantes que pueblan Egipto. «Pedimos que todos los agentes de policía armados que fueron asignados como guardias de las iglesias sean revisados. Tienen autorización para llevar munición y no deben convertirse en una fuente de peligro», reclama Anba Makarios, obispo de Minya, una provincia rural del sur de Egipto que es la zona cero de la marginación que sufre la minoría cristiana, víctima de ataques terroristas, brotes de violencia sectaria y discriminación gubernamental. Tres capas de una misma tragedia a la que se suma el desamparo policial.
«En reiteradas ocasiones el Gobierno de Al Sisi ha fracasado a la hora de proteger a los cristianos de ataques sectarios, llevar a sus autores ante la justicia y cumplir las obligaciones constitucionales e internacionales hacia la libertad de religión y creencia de los cristianos. Ahora, además, un policía asesina a dos coptos a sangre fría«, denuncia el activista cristiano Mina Zabet, que dirige el departamento de minorías de la ONG Comisión Egipcia para los Derechos y Libertades.
Los crudos fotogramas del homicidio de Emad y David, acaecido el pasado 12 de diciembre, han colmado la paciencia en Minya. Cientos de almas se congregaron en el funeral de ambos, encarándose con los agentes desplegados a las puertas de la iglesia. «Uno, dos… ¿Dónde están los derechos de los mártires?», gritó la multitud. Makarios, que presidió el sepelio, trató sin éxito de calmar los ánimos. «Lo que resulta más triste es que nos fue incluso difícil celebrar el funeral. Minya necesita la intervención del presidente«, suplicó el religioso en mitad de la ceremonia.
El patriarca copto Teodoro II respaldó el golpe de Estado que en julio de 2013 lideró el entonces jefe del ejército Abdelfatah al Sisi y aplaudió la decisión del mariscal de campo de llegar a la Presidencia. Pero, lejos de garantizarse así su salvaguardia, su defensa entusiasta del uniformado ha colocado en el blanco a los cristianos egipcio, la minoría más vibrante de Oriente Próximo. «Es hora de admitir que ni Al Sisi es la persona que pretende ser, un protector de la minoría, ni una buena relación entre el Papa y el presidente supone que los cristianos disfruten de una buena situación», comenta Zabet.
A principios de noviembre, la filial local del Estado Islámico (IS) perpetró su enésimo ataque contra los coptos. Se registró también en Minya, contra dos autobuses que enfilaban la ruta hacia el Monasterio de San Samuel el Confesor. Siete peregrinos perdieron la vida y otros 14 resultaron heridos. «La situación es muy complicada», admite Makarios a EL MUNDO. Lo que más enfureció entonces a los cristianos fue que el ataque de un grupo de encapuchados fuera calcado a la embestida que en mayo de 2017 mató a 28 cristianos. «Tuvo lugar en el mismo páramo, con la única diferencia del año y medio transcurrido. El Ministerio del Interior debe incrementar sus esfuerzos para proteger a los cristianos», advierte el máximo representante local de la Iglesia Ortodoxa Copta.
Una custodia hoy más que nunca en entredicho. «Cuando el ataque procede de un agente, como ha sucedido ahora, es una felonía. Empleó su arma oficial, la que usted, los que fueron asesinados y yo pagamos con nuestros impuestos«, voceó Bimen, el obispo de la provincia de Qena.
La Comisión Egipcia para los Derechos y Libertades ha contado los ataques e incidentes que ha sufrido la comunidad cristiana desde la llegada al poder de Al Sisi. Una labor detectivesca que esboza un paisaje desolador: 114 cristianos han sido asesinados en una decena de ataques, a los que se suma el éxodo del norte del Sinaí tras el asesinato a principios de 2017 de ocho cristianos. Un balance de víctimas en el que también figuran los 31 incidentes de violencia sectaria registrados, con turbas de musulmanes atacando iglesias, negocios y propiedades de vecinos cristianos. Una realidad que reúne incidentes cada vez con mayor frecuencia. «Son indicadores del odio y la discriminación sistemáticos contra los no musulmanes y de su noción de superioridad. Por eso es importante instar abiertamente a una reforma religiosa«, opina Zabet.
«Nos hemos acostumbrado a ver cómo se suceden los crímenes, los atentados y los incendios de iglesias«, apunta a este diario Bashir Estefanus, hermano de dos de los 20 cristianos que fueron decapitados en 2015 por la sucursal libia del IS en una playa de Trípoli. La tragedia de El Our, el humilde pueblo de Minya del que procedían los asesinados, se ha convertido en símbolo del horror que asalta a una minoría que se jacta de ser heredera de los faraones y se siente profundamente egipcia. Emad y David, padre e hijo, son los nuevos caídos. El día del entierro de ambos, entre alaridos de espanto de la procesión de enlutadas, su madre y esposa lanzó un deseo: «Cada año nos hacen esto. ¿Dónde estás, Dios? Deseo que ellos sufran como lo hacemos nosotros«.