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Dios premia hoy a sus colaboradores con un trabajo fijo vitalicio

“Y sobrevino temor a toda persona y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas. Y perseverando unánimes cada día en el templo y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos”. De esta forma se relata en el capítulo segundo de los ‘Hechos de los Apóstoles’ el transcurrir cotidiano de los primeros cristianos.

Han pasado desde entonces dos milenios y todo ha cambiado como no podía ser de otra forma.  Ni los cristianos viven juntos y ponen sus pertenencias en común, ni comen unidos con alborozo alabando al Todopoderoso y ni tan siquiera Éste se preocupa por reclutar directamente a los adeptos que habrán de salvarse. Pero con todo, la mayor transformación se ha producido en la figura de los nuevos apóstoles que no sólo no realizan maravilla alguna sino que  tampoco hacen grandes señales como no sean las de persignarse ante las imágenes talladas de todos los cristos, vírgenes y santos que les han precedido.

Y es que, hoy, los encargados de predicar la Verdad y dar su vida por Dios son reclutados, según la reciente campaña televisiva de la Conferencia Episcopal para suscitar vocaciones, mediante el señuelo de un “trabajo fijo para toda la vida” y “una riqueza para la eternidad”.

¿Se figuran, por un momento, que bajase de nuevo Jesucristo a la Tierra y comprobase que los sucesores de Pablo, Pedro o Juan son unos funcionarios sin oposición y que, a cambio de una nómina vitalicia segura y desprovistos de cualquier otra motivación menos terrenal, adoctrinasen sobre lo que fue su vida y su entrega absoluta por amor a la Humanidad sin esperar nada a cambio?

En esta época de aguda crisis económica, los nuevos apóstoles/funcionarios más que oír el llamamiento de Dios que les exhortase a seguir la vida pastoral en cuerpo y alma, lo que escuchan es algo más terreno, mundano e, incluso, fisiológico: a sus propias tripas reclamando el bálsamo de una comida segura y a perpetuidad y que, a cambio, ellos adoctrinarán a los futuros creyentes no ya en la Verdad revelada y contenida en los sagrados libros sino en toda la parafernalia que los sucesivos padres de la Iglesia han montado en su derredor.

Como se puede comprobar cualquier coincidencia con los primeros tiempos del cristianismo es un mero parecido casual. La figura de Jesucristo crucificado carece apenas de su significado primigenio de sacrificio y salvación y se ha convertido en meras reproducciones talladas que se sacan de paseo cada año en lujosísimas carrozas para solaz de quienes las contemplan o se les besa los pies cada primer día de cualquier semana de no sé qué mes para que, en contraprestación, cure de alguna dolencia a quien los besuquee o  proporcione un novio si el ósculo procede de una jovencita casadera.

Pero centrémonos en el asunto, que tratando temas religiosos me disperso con demasiada facilidad. Teniendo en cuenta que la Iglesia Católica recibe pingües subvenciones y ayudas estatales, el ofrecimiento en los tiempos que corren de un trabajo fijo con la intención de llevarse al huerto nuevas vocaciones sacerdotales parece, cuando menos, una actuación rayana en competencia desleal. Y, sin dudarlo, sí que lo es la promesa que se le hace al aspirante a clérigo sobre la obtención de una “riqueza para la eternidad” puesto que el artículo 5 de la ley de la Competencia establece en relación con los actos de engaño que “se considera desleal por engañosa cualquier conducta que contenga información falsa y pueda inducir a error a sus destinatarios en cuanto a la existencia de una ventaja específica”. Más claro el agua ¿o es que alguien ha demostrado que nuestra existencia es eterna y que, además, la podamos gozar con todas nuestras riquezas acumuladas en este valle de lágrimas? Porque de ser ello cierto no he dicho nada … y me plantearé mi futuro sacerdotal.

Gerardo Rivas Rico es licenciado en Ciencias Económicas

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