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Dios no tiene prisa

El presidente Zapatero ha decidido no someter por el momento a debate la ley de Libertad Religiosa. Y ha fundamentado su decisión en una obviedad: no hay posibilidad de consenso entre las dos grandes fuerzas políticas. El programa electoral del PSOE había prometido que en esta legislatura se promulgaría una Ley de Libertad religiosa que explicitaría la aconfesionalidad del Estado definida en la Constitución. Benedicto XVI sobrevoló el suelo español criticando el laicismo agresivo presente en España y comparando el momento actual con los acontecimientos de los años treinta que desembocaron en un golpe de estado, una guerra civil y cuarenta años de dictadura bendecida por la Jerarquía eclesiástica como cruzada vencedora del comunismo. Y así nos fuimos arrastrando, aplastados por la santa bota militar de una Caudillo por la gracia de Dios y un nacionalcatolicismo narcotizante. Casi ochenta años después seguimos llevando marcada la historia por báculos y fusiles.

Soñábamos libertad. Libertad grande como una plaza donde bebernos la alegría, brindar por el mañana y comernos la esperanza. Fue por el setenta y cinco. Noviembre, veinte. Arias Navarro descatalogándose a sí mismo, precipitándose historia abajo, horizontal para siempre la soberbia autocrática techada de granito por Cuelgamuros. La Constitución del 78 rompía viejos esquemas. Se inauguraba el viento, el mar, el hombre. Lo humano estaría siempre a la cabeza de la marcha. Valía la pena empezar a sentir la propia existencia a los veinte, a los treinta, a los cuarenta años. Parte de nuestra vida sería constitucional.

La Constitución es una matriz dinámica. Cosificarla para adorarla es una idolatría vacía. Debe ser fluida como un río vivificante. Y nutriendo su novedad, la aconfesionalidad del estado que debe incorporar una Ley de Libertad religiosa para el positivo desarrollo de un laicismo que significa autonomía plena, donde el hombre lo es por sí mismo, incluso donde el hombre puede ser religioso porque primero es hombre.

Su puesta en marcha requiere evidentemente un consenso social. Pero ese acompañamiento lo debe buscar el partido gobernante donde se encuentre. Los últimos Presupuestos se han aprobado por el hombro arrimado de minorías, manteniéndole la mirada a una oposición obsesionada con los jardines de La Moncloa. Parapetarse en la falta de acompañamiento del Partido Popular, es disfrazar la propia cobardía. Lo menos que se puede exigir por parte de la ciudadanía es su alumbramiento. Si por culpa de otros se aborta, sabremos a quién culpar. “La Ley de Libertad religiosa es importante, pero no urgente” ha dicho Zapatero. La urgencia viene dada por su importancia intrínseca –y nadie puede negarle relevancia- y por el tiempo de espera para su desarrollo –treinta y dos años ya.

El Partido Popular está preocupado por la expulsión de rumanos gitanos, por el exilio de los inmigrantes sin trabajo, por la ley del aborto y del matrimonio homosexual, resucitando a los GAL, jaleando el número de parados como un trofeo y por tanto no dispuesto a llegar a un acuerdo fecundo sobre libertad religiosa. Tiene su origen en Manuel Fraga en cuya cabeza dicen algunos que cabe el Estado, aunque da miedo el estado que le cupo durante muchos años. Y si a su situación de confrontación continua se une la dependencia que muestra de Rouco Varela y su exigencia de que Europa y España vinculen su futuro a sus raíces cristianas, resulta lógica la actitud de reserva de Zapatero. Pero no por eso deja de ser cobarde el alejamiento de un elemento definitorio de una España ajena al nacionalcatolicismo.

No siempre se consigue la utopía. Renunciar a ella es derrumbar el futuro.

Rafael Fernando Navarro es filósofo

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