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Dios más dios son cuatro: cómo dejé de creer buena idea dar islam en las aulas de España

“Una buena noticia”. Ese era el resumen de una columna que escribí hace 24 años un diario local de Algeciras. La noticia era similar a la que este otoño ha agitado ánimos y titulares: se darán clases de islam en los colegios.

Entonces, en mayo de 1996, se acababa de firmar el acuerdo entre el Gobierno y la Comisión Islámica de España para introducir la asignatura de Religión Islámica en la enseñanza pública. Antes de enviar la columna por fax al Europa Sur, se la enseñé a Virginia Calvache, gran periodista, mayor viajera y aún mejor amiga.

“¿Una buena noticia? ¿Estás seguro?” Una mirada reprobatoria. “Pero si llevamos años, décadas, pidiendo que quiten la asignatura de religión de los colegios. Y ahora vienes tú a decir que está bien que se dé más religión?”

Yo defendí mi columna: el islam, venía a decir, era parte de la historia de España, no hacía falta más que mirar alrededor: estábamos tomando unas tapas en el Albaicín. Haberlo negado durante siglos, haber pintado la “invasión musulmana” como un episodio de dominación extranjera, era no solo una enorme falacia sino también una amputación de algo nuestro, tan nuestro y tan propio como la religión católica que campaba a sus anchas en todas partes. Al menos había que conocerlo, re-conocerlo, darle, aunque fuese simbólicamente, rango de igualdad en nuestra conciencia cultural. Porque —veamos— ¿qué saben los niños españoles del islam? Absolutamente nada. Como mucho, cuatro estereotipos, velos negros, lapidaciones, poligamia, una caricatura. Así no sorprende que se nos vuelvan racistas.

Virginia movió la cabeza. Enseñar sí, aprender la historia, la cultura, sí, “¡Pero no en clase de religión, tío!”

La Mezquita-Catedral de Córdoba (Reuters)
La Mezquita-Catedral de Córdoba (Reuters)

Modifiqué la columna. Introduje una frase: “Y en realidad es triste que esta enorme civilización histórica que forma parte de nuestro pasado se tenga que colar por la puerta de atrás de la enseñanza religiosa. Pero algo aprenderán los niños, digo yo, si les hablan de Isa ben Miriam —así se llama el profeta Jesús en el islam— aunque solo sea ver que la fe católica no tiene el monopolio sobre estos mitos”. No sé si me estoy citando bien: han pasado 24 años de aquello.

Han pasado 24 años y han cambiado muchas cosas en España, salvo una: las clases de religión católica se siguen dando en los colegios públicos. Y también sigue siendo noticia la llegada del islam a las aulas.

En realidad hace años que se están impartiendo clases. En Andalucía y Aragón, aparte de Ceuta y Melilla, desde 2006. Luego se sumaron Canarias, Castilla y León, Madrid y País Vasco. En 2018, ya hubo clases en Castilla-La Mancha, Valencia, Extremadura y La Rioja. La noticia es que ahora, en Cataluña también. Ya era hora, se diría: lo manda la ley.

Lo que sí ha cambiado es mi opinión sobre esta ley. Ya no me parece una buena noticia. En 1996 aún creía que se trataba de ofrecer a los niños españoles la oportunidad de conocer otra religión que la que traían puesta desde casa. Entonces, con un total estimado de 150.000 marroquíes en toda España, el número de alumnos musulmanes (fuera de Ceuta y Melilla) era minúsculo, y si esos niños necesitaban alguna optativa para facilitar su integración, con toda seguridad no era la de religión. Hoy hay 300.000 alumnos registrados como musulmanes en España: son ellos los destinatarios de esta asignatura. Acorde al artículo de la Constitución que afirma “el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones” (art. 27).

Es el mismo artículo que invocan los defensores de la educación católica en los colegios públicos para exigir a la ciudadanía, incluida esa mitad de los españoles que son agnósticos, que mediante sus impuestos financie el adoctrinamiento religioso de los demás.

Adoctrinamiento: «reconocer y aceptar»

Adoctrinamiento. Eso ha quedado claro en el BOE: el criterio de evaluación para aprobar esta asignatura no es conocer la materia impartida sino “reconocer y aceptar” un contenido cuyo control no corresponde al Estado, sino que es “competencia de las respectivas autoridades religiosas” (Ley Orgánica 8/2013).

Se exige al alumnado aceptar, sin rechistar, que “Dios interviene en la Historia”. Es el título del bloque 2 de la asignatura de Religión Católica, primer curso; ver Boletín Oficial del Estado del 24 de febrero de 2015, Anexo I. Es más: el alumno deberá “evaluar circunstancias que manifiestan la imposibilidad de la naturaleza humana para alcanzar la plenitud” y, por lo tanto “reconocer y aceptar la necesidad de un Salvador para ser feliz”.

Eso: los ateos no podemos ser felices. “Este rechazo de Dios tiene como consecuencia en el ser humano la imposibilidad de ser feliz”, afirma el BOE, resumiendo el espírituo de la asignatura. Hala, a fabricar cristianitos o desgraciados, una de dos.

En justa correspondencia, los padres musulmanes exigen la misma felicidad para sus hijos. La felicidad de saber que los demás son unos desgraciados. Aunque si uno se lee el contenido del currículum islámico (BOE del 11 diciembre 2014) se evidencia que en comparación con el católico es para niños de primera comunión. La Comisión Islámica de España (CIE) se lo ha currado para no dar motivos de queja. Adán y Eva, el Corán como palabra divina, Jesús como profeta, los padres, los derechos de los animales, el medio ambiente. Hasta afirma que mujer y hombre son iguales ante Dios (Al-lah). Que no lo son ante los hombres, eso ya se lo aclarará a las chavalas la profesora de religión cuando les mande ponerse velo a la hora de tocar el Corán.

Lo que sí queda claro en la asignatura es que está destinada a fabricar musulmancitos: incluye recitar el credo musulmán como actividad práctica en clase. Si no eras antes musulmán, lo serás al salir del aula (el credo actúa de conversor automático, similar al efecto salvador de la hostia consagrada). Al legislador no se le habrá ocurrido que la asignatura pudiera tener alumnos que no vengan ya con el marchamo.

Este es el objetivo de la clase de religión: mantener diferenciados dos (o cuatro, contando a evangelistas y judíos) colectivos de la población, identificados como miembros de uno u otro bando. Moros y cristianos, no confundir. Cada oveja con su pareja.

No lo dice el BOE, pero por supuesto los profesores de religión islámica van a explicar que una chica musulmana no se puede casar con alguien que no sea de su religión (los chicos sí pueden). Lo mismo explicarán los profesores de religión católica (a chicas y chicos). Se acabó lo de hacer manitas en el patio del colegio si las dos ovejitas no tienen el mismo pastor.

¿Quiénes son los profesores?

¿Quién será el pastor musulmán? El criterio de contratación es el recogido en el Real Decreto 696/2007 para la Iglesia Católica: el Estado paga a los profesores, una que vez que la autoridad religiosa les otorgue la “idoneidad”, que puede revocar en cualquier momento. A los enseñantes musulmanes los escogerá la Comisión Islámica de España. Y por mucho que la CIE se ha esforzado para no dar motivos de queja al Gobierno español, también se esfuerza cada día para no evitar la deriva del islam en España hacia los postulados inhumanos de la secta wahabí.

Durante años, el viejo médico sirio Riay Tatary —fallecido en abril pasado y reemplazado por el viejo médico sirio Ayman Adlbi— ha mantenido un sabio silencio respecto a toda polémica respecto al ideario salafista: sabía que el trabajo sucio de la misión integrista lo harían los predicadores a los que luego podemos tachar de “radicales” o “extremistas”. Bastaba con no ponerles freno, nunca contradecirles, nunca decir en público que el islam es otra cosa: para Tatary no era otra cosa. Y es suficiente quedar callado, no repetir las mismas consignas que el Daesh, para que tertulianos y funcionarios le colgaran la condecoración de “musulmán moderado”.

Lo de la condecoración no es una forma de hablar: el silencio sepulcral de Riay Tatary frente a la deriva fanática del islam fue premiado el 11 de septiembre pasado con el galardón anual del Club Internacional de la Prensa, entregado por Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid.

En el acto se elogió “la pluralidad religiosa, la diversidad cultural y la inclusión”. “Diversidad” es certificar que llevar velo es una obligación religiosa para toda mujer musulmana, como hizo Tatary en noviembre pasado. “Inclusión” es retratar el feminismo como una herramienta colonial para oprimir a las musulmanes, como hace Shirin Adlbi Sibai, hija de dirigente de la CIE, en su libro La cárcel del feminismo. Y “pluralidad religiosa” es negar, con toda la cara (velada), que el islam sea una religión: “Es una forma de ser en el mundo”. Porque ¿cómo van a tener los musulmanes simplemente una religión, como los demás? Dios no lo quiera. (Salvo para obligar al Estado a pagar a sus profesores en los colegios públicos, para ese fin sí será una religión como las demás, digo yo).

Esta es la línea ideológica de quienes se proponen marcar la mente de 300.000 alumnos de padres musulmanes en España. ¿Creía yo que aprender algo sobre el islam podría ampliar el horizonte mental de los críos para que dejaran de pensar en la caricatura de velos, lapidaciones, poligamia? Iluso que era uno. El gran referente ideológico de los “moderados” europeos, el suizo Tariq Ramadán, ni siquiera ha sido capaz de decir que la lapidación es una barbaridad que debe abolirse: se limitó a pedir una “moratoria”. Colocando la ideología salafísta wahabí por encima de la realidad del 99% de los musulmanes del mundo, para los que esta práctica lleva generaciones abolida.

El islam de los Tatary y Adlbi es precisamente esta caricatura que tanto nos ha espantado siempre a quienes conocemos las sociedades musulmanas. La asignatura no va a derribar clichés: va a afianzarlos.

Es culpa nuestra: en 24 años no hemos conseguido establecer una enseñanza laica en la que las religiones se analizan en lugar de “aceptar” sus dogmas. La Constitución prohíbe discriminar por religión, y si los curas tienen derecho a imponer su doctrina en los colegios públicos, los imames también lo tienen. El Concordato de España con el Vaticano es el baluarte legal que protege y financia la expansión del fundamentalismo wahabí que ha usurpado el nombre del islam. Aquel que impide la integración de los inmigrantes magrebíes y crea una sociedad dividida en guetos, desintegrada. No lo ocultan: “Integracion e inclusión son conceptos negativos”, ha dejado dicho Nora Baños, política islamista que ha hecho campañas bajo la marca Podemos.

Otra pregunta es si la Carta Magna obliga al Estado a pagar este adoctrinamiento. El artículo 27 no dice quién ha de financiar “la formación religiosa y moral” que pidan los padres (ni dice quién tiene que pagar el alquiler de una vivienda digna, otro derecho). El Tribunal Constitucional prefiere dejar pasar este cáliz: la misma sentencia que respalda el despido de una trabajadora por haberse liado con alguien que no era su santo esposo aclara que los Acuerdos con la Santa Sede —que permiten a la Iglesia echar de un puesto pagado con dinero público a quienes no cumplen sus preceptos de moral— “ocupan una posición jerárquica superior a la ley” y que “su peculiar naturaleza jurídica hace desaconsejable someterlos a controles de constitucionalidad”. Ea.

Con la Iglesia hemos topado. Y con la Mezquita. Mientras el Concordato siga en vigor, el BOE y las pizarras seguirán proclamando la existencia de Dios, ya sea como notario de alianzas con el pueblo de Israel, como interventor en la Historia y fecundador palomero, como escribiente del Corán o investido de cualquier atributo que otros Templos le quieran otorgar. Una religión no contrarresta la otra: se le suma. Dios más dios son cuatro.

Ilya Topper

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