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Desfiguración, por Aristóteles Moreno

Los obispos siempre se han llevado mal con la Mezquita de Córdoba, uno de los monumentos islámicos más importantes del mundo. No tardaron en quebrar su espacio infinito edificando en el centro una perturbadora Catedral. Luego taparon el soberbio Mihrab de Al Hakam II. Escondieron los artesonados debajo de bóvedas de escayola. Pintaron de blanco las dovelas policromadas. Llenaron de altares el bosque de columnas. Y tapiaron los arcos que filtraban la luz del Patio de los Naranjos.

Durante siglos intentaron enterrar la belleza andalusí. Pero su esplendor resistió la tenacidad impune de los prelados. Hasta que en el siglo XIX el Estado cogió las riendas de un monumento agonizante. Tuvieron que venir los arquitectos Velázquez Bosco y Félix Hernández para desmantelar los pegotes barrocos y rescatar a la Mezquita del olvido.

Los obispos quieren sentar su cátedra sobre una iglesia. Y eso es comprensible. Pero no a costa de nuestra joya de arte islámico. En noviembre las naves de Almanzor acogerán una exposición de orfebrería de las hermandades de Córdoba. Una más en esa obsesiva carrera por convertir la Mezquita en museo cofrade. La Junta tiene las competencias en la tutela y vigilancia del patrimonio histórico andaluz. Pero hay años, desde luego, en que no lo parece.

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