Cuando la pederastia entre religiosos es noticia tan frecuente, recordé al laureado historiador alemán Karlheinz Deschner (1.924-2.014). Él ofrece amplios precedentes entre su variada obra Historia Sexual del Cristianismo. Mereció la pena, pues el citado libro, que aún desde su perspectiva crítica, mantiene el rigor reconocido entre estudiosos de la religión. En mi reciente búsqueda observé la misma enjundia y profundidad que en su Historia Criminal del Cristianismo. En los diez tomos de la misma publicados de 1.970 a 2.013 contienen la máxima documentación para fundamentar casi el conjunto de la historia religiosa. Cúmulo de información que sirve de fuente a cuantos historiadores aborden el asunto y otros aledaños. No era extraño que, a la luz de sus veraces pruebas y argumentos, fuera considerado inocente de las denuncias de ofensas a la religión católica. Dicha obra monumental está disponible en la red para la consulta gratuita. Volviendo a la publicación concreta que aquí requiere mi atención, el aspecto sexual no ha dejado de estar presente en todos. Sin embargo, parece haber adquirido mayor pujanza en la iglesia institución con la gran notoriedad en aquellos tiempos en que la religión era el vínculo entre las gentes sencillas.
Comienza el relato en la noche de los tiempos, cuando los grupos humanos en la edad de piedra, se debatían entre el nomadismo y la vida sedentaria. Con gran alarde de información contrapuesta, va detallando el relevo que se produce entre el matriarcado y el patriarcado, es decir si la mayor influencia era de la mujer o del hombre. El rigor del historiador prevalece con el seguimiento de los retos en que predomina la exaltación de la mujer diosa, para ir declinando hacia el mayor reconocimiento del falso, hecho que crece en Egipto, Grecia o Roma.
Entrando ya en el cristianismo, retoma la casi eterna dialéctica entre Pablo y su influencia predominante en los primeros tiempos, sobre la predicación más sencilla del resto de las versiones. Aparecen discrepancias varias, como el celibato obligatorio o no para los predicadores de aquellos años, bastante representativa del apego de las religiones al asunto sexual. Seguirá adelante, aun en la edad antigua, en que los llamados padres de la iglesia como Agustín, Crisóstomo o Jerónimo hacen al menos dudar entre lo que predicaban y el tipo de vidas. Luego aparecen ejemplos concluyentes en la edad media sobre el fenómeno que de manera somera habíamos conocido como “las investiduras”. Las relaciones entre las familias poderosas con el clero, entre el que colocaban a parte de sus miembros, con frecuencia con vidas y virtudes -por lo menos- discutibles.
El asunto de ascetas o anacoretas, es decir el de la vida retirada, y más cuando luego acaben en conventos o monasterios, es otro capítulo muy destacado. Desde las costumbres especialmente licenciosas entre muros, así como los restos hallados años después. Aparte de las muy diversas reformas a que las distintas órdenes fueron sometidas, pasando al misticismo menos real. La Iglesia como responsable de la orientación sexual, de la castidad, según para quien, con esa doble moral y su patriarcado, ha perseguido la sexualidad como placer. Tal vez para ser un elemento de control social. Reparando en esas inercias de la IC reactivadas con Wojtyla, tanta castidad venía reventando por la pederastia, hoy con mayor visibilidad. En esas páginas, puedes encontrar bastantes más de los aspectos ya señalados en la Historia Sexual del Cristianismo editada por Yalde.